Santos Discépolo, un pasaje al ayer

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De vía ferroviaria a calleja non santa, el pasaje Santos Discépolo esconde tanta historia como su sinuoso trazado le permite. Pase y camine.

Una cuadra, apenas una. Aunque, con certeza, de las más sinuosas que ofrece la ajedrecística traza urbana. Desde Callao casi Lavalle hasta Corrientes casi Riobamba. Por allí es que el bueno de Santos Discépolo, Disceopolín para los amigos, dibuja su propia “S” en la ciudad. Claro que tan peculiar pasaje no siempre le rindió honores. Antaño, esta callejuela porteña supo ser, simplemente, la “Curva del Oeste”; y motivos no le han faltado: fue parte del primer trazado férreo del país, el del “Ferrocarril del Oeste”. ¿Se sube con nosotros?

 

Porteño de riel

El Ferrocarril partía desde la actual plaza Lavalle, donde se ubicaba la “Estación del Parque”, y, atravesando barrios como Almagro, Caballito y Flores, llegaba a destino: Floresta. Desde su inauguración, el 29 de agosto de 1857, hasta el año 1883, éste fue el recorrido, pasaje Santos Discépolo incluido ¿Qué pasó después? La “Estación del Parque” dejó de funcionar, siendo reemplazada por la estación “Once de Septiembre”. Sin embargo, buena huella supieron dejar sus rieles, el recuerdo del humo emanado por el porteña y hasta el traqueteo de los vagones en su andar. Por lo que la Asociación de Amigos de la Avenida Callao bien supo recoger el guante de tan inolvidable ayer: en la esquina Santos Discépolo y Lavalle, una placa mantiene viva la memoria ferroviaria del pasaje.

 

Veo-no veo

Mientras la estación “Once de Septiembre” se hacía de todas las luces, el pasaje Santos Discépolo ganó en sombras. Ya sin rieles y rebautizado como calle Rauch (en alusión al Coronel Federico Guillermo Rauch, militar alemán de activa participación en expediciones previas a la Campaña del Desierto), su sinuosidad fue un llamado a la “trampa”. Poco a poco, la escurridiza curva –esa que escapaba a toda mirada desde cualquiera de los dos extremos del pasaje– se convirtió  en caldo de cultivo para sitios de dudosa reputación: las llamadas “casas de la tolerancia” o “casas de citas”. Sin embargo, el nuevo siglo traería consigo aires de renovación: en la década del ’30 se instaló una Feria Franca: a uno y otro lado del pasaje, puestos varios ofrecían todo tipo de comestibles, y a precios económicos. Protegidos del sol por desgastados toldos, no tardaron en dar su propia impronta al pasaje.

 

Que empiece la función

Claro que el fin de siglo también vendría con un as bajo la manga, o con un nuevo hito para el Santos Discépolo: en 1980 se inauguró el Teatro del Picadero, ocupando un edificio originario de 1926 y concebido con destino fabril. Aun así, butacas y escenario de por medio, las gestas continuaron siendo de la partida: actores, dramaturgos, escenógrafos y técnicos ponían en marcha todo su talento en las obras que, especialmente escritas para la ocasión, componían el  ciclo “Teatro Abierto”. Por cierto, tan jugado como comprometido, pues su contenido resultaba ciertamente áspero e incómodo para el régimen militar imperante. ¿El motivo del desafortunado incendio sufrido un año después? El hecho fue que el ciclo continuó en otras salas; mientras que el teatro, no sin sus idas y vueltas, habría de tener un merecido y definitivo regreso: reinaugurado en el año 2012, es hoy uno de los mojones del Santos Discépolo.

 

Y hablando de Roma, ¿cuándo es que Discepolín entra en escena en la historia de su homónimo pasaje? En el año 2005, la recuperación de la curva de la historia, arboleda y luminarias mediante, no sólo implicó su peatonalización; sino un acertado rebautizo. Con desembocadura en la mítica Corrientes, este pasaje al ayer no podía más que homenajear, en su nombre y abordaje, a uno de los grandes compositores del 2×4. Tango, presente. Y Santos Discépolo, también.