¡Tengo fiaca!

FOTOTECA

Fuente de inspiración, alegría de vivir, nada más dulce que il dolce far niente, el dulce agradable “hacer nada”.

“Desgano físico originado por la falta de alimentación momentánea. Deseo de no hacer nada. Languidez. Sopor. Ganas de acostarse en una hamaca paraguaya durante un siglo”. Así definía la fiaca Roberto Arlt en una de sus más recordadas aguafuertes porteñas, El origen de algunas palabras de nuestro léxico popular, publicada en el diario El Mundo en 1928.

Al laburo no voy

Aunque la fiaca como palabra tiene origen tano -más precisamente genovés-, el argentino promedio suele mirarla con cariño y benevolencia, sobre todo los domingos: “Qué fiaca cocinar, pidamos una pizza”. Pero si atenta contra “las buenas costumbres”, la cosa puede adquirir tintes revolucionarios; así de claro lo tenía Ricardo Talesnik cuando escribió La fiaca, obra de teatro llevada al cine por Fernando Ayala en 1969. Allí, un oficinista decide faltar al trabajo durante unos cuantos días: “¡Al laburo no voy!”, canturrea. Como Baterbly, el famoso personaje del cuento de Herman Melville, y su latiguillo eterno: “preferiría no hacerlo”, que  repetía por la simple pero efectiva justificación: “¡Tengo fiaca!”

Hacer la plancha

Parar la moto, desenchufarse, hacer huevo, rascarse el ombligo, mirar el techo; hacer fiaca es no hacer nada, es entregarse al placer del ocio por el ocio mismo, sin entrar necesariamente en la industria del entretenimiento, en el consumo de ningún tipo. El que hace fiaca a fondo no es un gran consumidor: no quiere salir, ni moverse, ni siquiera prender la computadora. “En este país nadie quiere trabajar“, dirán aquellos para los cuales la pereza es un pecado capital, pero la fiaca es maravillosa y ¡Hasta útil!: repone energías, limpia la mente y la predispone a la creatividad y nuevos desafíos.

Fuente de inspiración, alegría de vivir, nada más dulce que il dolce far niente, sobre todo en un mundo donde las condiciones de trabajo distan mucho de ser ideales para la gran mayoría. Fiaca y laburo: dos italianismos de cosecha local, dos caras, tal vez, de una misma moneda. La expresión nos sigue acompañando casi un siglo después, pero ya no la asociamos con la falta de comida; tampoco con su exceso. Aunque podamos echarle la culpa a un almuerzo sustancioso, a la lluvia o al calor extremo, lo cierto es que la pereza no necesita motivo alguno para manifestarse y puede transformarse ella misma, al menos entre amigos, en razón suficiente para no comparecer: “Me dio fiaca.”

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