La protección del cercano Ejército del Norte y la búsqueda del apoyo de las provincias del interior, a las cuales acechaba cierta desconfianza respecto de Buenos Aires, llevaron a Tucumán a convertirse en sede del Congreso de 1816. Sí, aquel que acabaría con la firma del Acta de la Independencia Nacional. Sin embargo, largo camino hubo que andar para llegar a aquella instancia, y no sólo en sentido literal (¡los congresistas demoraron meses en llegar!, de no ser por las postas…). La mecha que condujo hacia la Independencia se había encendido hacía años ya, en el preámbulo de Revolución de Mayo. ¿Qué donde comenzaron los primeros chispazos? Usted sabe, los cafés han sido grandes protagonistas (¿recuerda nuestra visita al Café de Marco?); pero hubo otros sitios donde la gesta independentista halló, por así decirlo, la horma de su zapatos. Nada más ni nada menos que las tertulias. Pase nomás, está usted invitado.
Tertuliano a su tertulia
Pues así es la cosa, para tener acceso a estas ilustradas reuniones semanales es necesario ser habitué, o sea, pertenecer a la red de vínculos familiares y sociales de la elite organizadora. Y si así no lo es, más le vale concurrir con quien ya lo sea, es decir, con un tertuliano. Una cuestión de protocolo, vio (por cierto, no escrito en ningún lado, pero… ¿Quién se atrevería a llevar consigo una persona de condición “inadecuada” a tal ocasión?). Ocurre que las tertulias no son encuentros de chismorreo o simple esparcimiento; sino que responden a funciones específicas, dignas de “gente culta” (y eso que cultura tenemos todos eh…): lectura, recitado de textos, interpretación de piezas musicales y debates sobre cuestiones artísticas y demás puntuales intereses de los presentes constituyeron la originaria razón de ser de las tertulias.
Bienvenidos…
Como podrá imaginar, en las tertulias no había detalle librado al azar. Ni el menú, ni el atuendo, ni la organización de la sala, ni la lista de invitados, por supuesto. Todo en cuanto las anfitrionas eran verdaderas especialistas, y, por tanto, afamadas damas entre sus vecinos. Es que aquello no era para cualquiera…Vea usted que, ante el analfabetismo que predominaba entre las mujeres, la educación superior era ya un rasgo distintivo para las anfitrionas. Aquel al que debía sumarse una buena cuota de belleza y simpatía. Sin embargo, durante largo tiempo, era común que las tertulianas, anfitriona incluida, permanecieran al margen de las conversaciones más relevantes, asunto exclusivo de los caballeros allí presentes. Así planteada la cosa, la monotonía y el aburrimiento acababan por acechaban a las féminas. Sin embargo, un acontecimiento mayúsculo habría de acabar con aquel sexismo: las Invasiones Inglesas (1806 y 1807). Era hora de que la política se hiciera sitio en las tertulias, y sin distinción de género. Algo que la historia nacional, y el agitado escenario político que se avecinaba entonces, terminarían agradeciendo. Ya entenderá por qué se lo digo…
La tertulia de Mariquita
Calle Florida al 200. Para el año 1808, calle Unquera -más conocida como “del Empedrado”- . ¿Quién nos recibe aquí? Mariquita Sánchez de Thompson, anfitriona de una de las más célebres tertulias de Buenos Aires. Es que aquí no hay acontecimiento ni información que pase de largo. Espionaje, alianzas y sentencias de órdenes capaces de torcer rumbos políticos han tenido cabida en este solar. Para prueba de lo dicho, vale echarle una espiadita a la lista de invitados: Manuel Belgrano y José de San Martín ya son buen botón de muestra. Así que ya imaginará usted, todo menester nacional fue asunto de los tertulianos de Mariquita. Hasta la primera ejecución del Himno Nacional Argentino se le ha adjudicado a este sitio, allá por 1813. Si esto no era una tertulia, las tertulias dónde estaban. Déjeme decirle que en lo de otras buenas y acomodadas damas, también.
Anfitrionas de honor
Bien vale recordar que las tertulias atendidas por Ana Riglos, Melchora Sarratea y Casilda Igarzábal de Rodríguez Peña -siempre acompañadas por sus negras y mulatas sirvientas- no se quedaron atrás. Le digo más, en la tertulia de Doña Casilda es que nació y funcionó, entre 1804 y 1810, una de las primeras sociedades secretas con objetivos emancipadores. ¿Sus integrantes? Nada menos que Juan José Castelli, Juan José Paso, Manuel Belgrano, Martín Rodríguez, Nicolás Rodríguez Peña -esposo de la anfitriona-, y su hermano Saturnino, entre otros. Pavada de apellidos, ¿vio? Es que, sin duda alguna, las tertulias resultaron un inmejorable telón para tales gestas. Tras el velo tertuliano, los patriotas ponían sobre las mesa sus ideales, se alimentaban de la doctrina filosófica de prohibidas obras francesas y, lo más importante, conspiraban, soñabanc-y no dejaban de soñar- con la tan preciada libertad.
Porque para comprender el presente, nada mejor que conocer el pasado. Y si de meternos en la cocina de la independencia se trata, tertulianos y tertulianas bien han sabido cocer la libertad a punto caramelo.