Tienda Gath & Chaves, ¡qué tiempos aquellos..!

FOTOTECA

Con aires londinenses, la tienda Gath & Chaves hizo de las compras un lujo. Perlita ausente de los dorados tiempos porteños.

Cuando el furor de los Shoppings no había desembarcado aún en la cosmopolita Buenos Aires, cuando darse una vuelta por “el centro” era la opción de compras infalible, cuando la tienda de la esquina aún no tenía en sus filas el último capricho de la moda y hasta cuando la billetera permitía darnos algún que otro lujito…allí estaba ella. De pie, firme y rimbombante; con todo su estilo y distinción a cuestas. Sí, ella. ¿Quién otra sino? Con ustedes, la distinguidísima tienda Gath & Chaves.

De aquí para allá

¿Cómo comenzar a desandar el camino de este gigante? La historia comenzó de la mano de una visionaria dupla, la del inglés Alfredo Gath y el santiagueño Lorenzo Chaves. Así como lo oye. Para muchos, la biblia y el calefón; a juzgar por sus logros, el dúo dinámico de la moda. Aquel que fundara la tienda Gath & Chaves ltd, allá por 1883. Situada en la calle San Martín 569, se especializó en ropa para caballeros. Distinguidas prendas para cuya confección se utilizaba, por cierto, seleccionadas telas inglesas. Y fue amor a primera vista con los destacados señores de la sociedad porteña. Aunque aún restarían muchas más conquistas: tras 40 años de impecable trayectoria, llegó el turno de ampliar los horizontes. En 1922 Gath & Chaves se fusiona con la internacional cadena Harrod´s. Proveniente de Inglaterra, casi como para que todo quedara en familia, esta afamada firma abrió su tienda sobre la calle, Florida entre Córdoba y Paraguay. Mientras que la casa matriz de la sociedad se situó en Bartolomé Mitre y Florida. Sin embargo, todas estas instalaciones quedarían chicas. Por lo que, en 1914, Gath & Chaves dio el gran salto: con un edificio revestido en mármol de Carrara desembarcó en la esquina de Florida y Cangallo (actual Perón); allí donde comenzaría a escribir las más brillantes páginas de su historia.

Con todos los chiches

Ocho pisos, descomunales vestíbulos con claraboya en cada uno de ellos, escaleras de mármol y modernos ascensores para conectarlos entre sí. Este fue el diseño que hizo realidad el arquitecto inglés Eustace Lauriston Conder. El mismo que llegara a nuestro país en 1888 para realizar las obras del Ferrocarril Central Argentino. ¿Qué tal? Es que Gath & Chaves no iría a andarse con chiquitas. Y su estampa no era un asunto menor. Lejos de tratarse de un paseo de compras, la magnífica esquina terminó siendo un paseo en sí mismo: la confitería del último piso, provista de amplias terrazas al aire libre, deleitaba miradas con magníficas vistas de una Buenos Aires -hasta entonces- escasa en rascacielos. Inmejorable opción para los reacios a las compras. Aunque los afectos a ellas, eran por cierto, una verdadera multitud. Tanto así que, en la década del ’20, fue necesario ampliar aún más las instalaciones de aquella mole. ¿Cómo? Adquiriendo el edificio de la esquina noreste de Avenida de Mayo, Perú y Rivadavia; aquel que se uniera al original mediante túneles subterráneos. ¿E imagínese a que estuvo destinado tal apéndice? ¡A las compras de las señoras! Por lo que no tardó en convertirse en un hormiguero. Y no era para menos: los locales de Gath & Chaves ofrecían el combo perfecto de calidad, surtido y buena atención. Mientras que sus vidrieras eran el anzuelo perfecto para cruzar su umbral. Es que los maniquíes exhibidores de prendas eran toda una monada: con sus cabezas de cera y cabellos naturales conquistaron a más de una apasionada compradora.

Asunto nacional

Claro que no sólo de ropa femenina iba el asunto: productos de rotisería, discos y hasta vajilla con el logotipo de la tienda en el reverso, encabezaron un popurrí de lo más variado. ¡Imagínese lo que era tener una mesa con porcelanas de Gath & Chaves! Es que en el tema de las marcas propias, nuestra protagonista fue pionera. Y la movida no pudo andar mejor a sabiendas de la incesante publicidad realizada. Aunque el ojo no estaba puesto sólo en una simple venta. Aún para quienes sólo recorrieran sus galerías sin soltar moneda alguna, Gath & Chaves era un popurrí de novedades, tanto nacionales como importadas. En resumidas cuentas: lo pedías, lo tenías. ¿Y si no había tiempo de ir a hacer las compras? ¿O si la fiaca asomaba el sábado en la tarde? Las compras eran remitidas al domicilio del cliente. ¡El famoso delivery! Un impecable sistema de carros y triciclos, sucedido luego por una red de camionetas, lo hacía posible. No había sitio adonde no llegara Gath & Chaves. Quien ganó adhesión nacional con la apertura de unas cuantas sucursales en el interior del país. ¿Y si algún potencial comprador residía en zonas sin sucursal alguna? Unos completos catálogos de productos no dejaban a nadie con las ganas. Eficiencia 100%.

Cantate uno

En otras palabras, Gath & Chaves era una verdadera pegada… ¡hasta en los oídos! Los mencionados discos tampoco escapaban a la industria propia que manejaba esta tienda. Grandes voces nacionales se dieron cita en aquellos vinilos, aunque las grabaciones provenían de Francia. ¡Cierto que Gath & Chaves fue partícipe de la movida que presentó el tango en París! Ciudad donde la firma tenía una oficina de compras. ¿Se acuerda? No vaya a decir que no se lo contamos, estimado amigo. Tras haber surcado el océano a bordo de la Fragata Sarmiento, allá por 1906, el 2×4 retronó a suelo francés un año más tarde; cuando la tienda invitara a Ángel Villoldo, Casimiro Aín y el matrimonio Gobbi a florear sus habilidades vocales en la ciudad luz. ¿Será que en gratitud a aquello Villoldo compuso el tango Gath &Chaves? Quién sabe. Lo que sí sabemos es que este par de buenas gargantas engalanaron los primeros discos de la firma, en 1907. Y que, aunque resultara inimaginable, el destino de Gath & Chaves emularía la tristeza de un tango.

Porque todo concluye al fin, y porque las glorias no son eternas, Gath & Chaves apagó sus luces en el centro porteño allá por 1974. Poco después, las diferentes sucursales correrían la misma suerte. Ya no queda pizca del glamour que resplandeció en su interior, aunque su “esqueleto” aún nos recuerda el dorado capítulo que ha sabido escribir en la historia comercial argentina. Ya lo decía el tangazo Manuel Romero… ¡Qué tiempos aquellos!