El veranito se acerca y el norte es tendencia. Pues no hay pudiente que pa’ el Tigre no marche a entretenerse. Casonas a la vera del río y deportes náuticos a la orden del día… en esta segunda mitad del siglo XIX no hay con que darle a esta fórmula de la alegría. ¿Gusta un paseo a vela o aventurarse al remo? Aquí, en el aún llamado Pagos de las Conchas, la diversión y el descanso están siempre a la mano. Pero si techo aún no ha conseguido usted, véngase al Tigre hotel, donde una temporada a puro lujo tendrá a su merced.
A puro rugido
Remo va, remo viene, los jovenzuelos de clase alta en la pulpería del portugués se entretienen. Es que después de una jornada río adentro, un par de bebidas a despacho del pulpero siempre son bienvenidas. ¿Será que por estos pagos será posible un lugar donde socializar como sus abultados bolsillos mandan? Y donde recibir más gente “bien” que, a puro estilo, y como las buenas costumbres ameritan, pasen un verano de película. El remero Santiago Calzadilla y sus amigos tienen el proyecto entre ceja y ceja, y allá por el mes de febrero de 1870, la idea del Tigre hotel se volvería cosa seria. El proyecto se baraja sobre la mesa, y manos a la obra ponen desde entonces pa’ hacer real esta promesa. ¿Cuándo? La construcción se inició tres años después, sobre un predio elegido, no en vano, en las confluencias de los ríos Luján y Las Conchas (actual Reconquista). De modo que por un lado o el otro, el Tigre hotel, estaría a la mano de paseantes, deportistas y vacacionistas. Eso sí, a juzgar por su opulencia, el muy distinguido demandaría su buen tiempo. ¡Pero el que espera no desespera! Y así fue como, bajo el diseño y financiación del ingeniero Emilio Mitre –en compañía de Ernesto Tornsquist y Luis García–, un 12 de febrero de 1890 el despampanante Tigre hotel abría sus puertas.
Todos los caminos conducen al tigre Hotel
Le doy a elegir, pasisan@ amig@. Pues es posible llegar al Tigre hotel por agua o por tierra. Y créame que flor de paseíto nos pegamos mientras. Vea usted, tren primera clase desde Retiro hasta la estación terminal de Las Conchas. De eso no caben dudas. Pero una vez allí, a un costadito nomás, en la estación fluvial, un servicio de lanchas del mismo hotel puede dejarnos justito al pie de sus escalinatas. O bien una monada de carruajes nos ofrece recorrido hasta el acceso peatonal, musicalizado el trayecto por los cascabeles que tintinean en el cuello de los equinos. Eso sí, por un medio u otro, no hay manera de que la mandíbula no se le caiga de asombro nomás llegar. Mire a este gigante presuntuoso. Tres pisos a puro glamour, con 120 habitaciones, una terraza al frente a la que conduce una impoluta escalinata de mármol y una torre mirador de remate. Claro que la historia continúa puertas adentro, donde salones a todo trapo procuran alojar a las más interminables veladas. En la planta baja, nomás, un salón comedor con capacidad para 200 personas, y a lo largo y ancho del edificio: un salón exclusivo para damas, una confitería, salón de billar, salón de ruleta y una sala especial para fumadores. ¿Qué tal? Los espejos están a la orden del lujo, cómo no, y de las fiestas nocturnas, animadas por orquestas permanentes. Pero el golpe de confort lo dan, sin dudas, la presencia del ascensor y calefacción en todos los ambientes. Porque las noches a orillas del río se ponen fresquitas, vio…
Diversión doquier
Claro que un hotel concebido por distinguidos remeros, no podía menos que tener su buen espacio concedido al deporte. A saber: cancha de cricket, tenis y hasta pista de patinaje. ¿Qué lo suyo no ha sido venir en tren por más primer clase que ofrezca? Con el tiempo también habrá garaje para los autos de los huéspedes. ¿Las damas? Felices con sus paseos por el jardín de invierno pegadito a las canchas y las tardes de tertulia en el patio andaluz. Pero ojo que el río también tendrá lo suyo. ¿Alguna vez ha visto un corso acuático? Pues prepárese para disfrutar de uno, al estilo del carnaval veneciano. Botes y vapores bajarán por el río Carapachay hasta el Luján, momento en que desfilarán por el frente mismo del hotel hasta llegar hasta los Talleres de Marina (hoy Museo Naval). ¿Quién dijo que hace falta cruzar el océano para sentirse como en el viejo continente?
Río abajo
Claro que el tiempo pasa para todos, y el Tigre hotel no puede dormirse en los laureles. A fines de siglo pasa a nuevas manos. Bajo propiedad del hotelero Ludovico Schafer gana en reformas para ofrecer mayores comodidades al tiempo que refrescar su estilo y decoración. De hecho, uno de sus cambios más resonantes fue el cierre del salón de ruleta. ¿Por qué? Porque otro gigante abriría sus puertas al ladito nomás: el Tigre Club, pero esa ya es otra historia de la que también le contaremos. Así que todo muy lindo, todo muy rico, hasta que los problemáticos años ’30 tocaron la puerta con su crisis a cuestas. Y para colmo de males, don Schaefer partió definitivamente en 1931. Imagine pues como cayó aquello en los más fieles clientes, quienes sentían que el hotel ya no volvería ser lo que siempre y en parte auguraron lo correcto. ¿El último golpe de gracia? El incendio de las dependencias posteriores del hotel, a fines de década, alcanzando incluso los garajes donde se almacenaba combustible. Y si consideramos que la construcción del hotel tenía mucha madera en su haber… Por suerte los bomberos hicieron lo suyo a tiempo, pero buena parte del mobiliario se vio afectado, acabando en subastas, o bien, siendo distribuido en familias y recreos de la zona.
Sin embargo, las urgencias económicas hicieron que todo elemento preciado en el hotel –para entonces cerrado, dado el episodio de incendio– pieza susceptible de remate. Muebles, vajilla, elementos decorativos… Sí, una vez vaciado, sólo restaba la demolición. Y demolición hubo. Pero bien sabemos usted y yo, la memoria, aunque también puede perderse, siempre se reconstruye. Y con su atenta lectura, desde estas líneas, en esa tarea estamos. Como estelas en el agua del río Reconquista o Luján, que su eco se propague para a este gigante, nunca olvidar.