Tomate de árbol, el guardián de las Yungas

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Oriundo del noroeste, el tomate de árbol rescata las tradiciones originarias con promesa a futuro. ¡Y por estos pagos lo cultivamos!

Nativo de nuestros pagos, el tomate de árbol vaya si está a la altura. De una buena mesa, sí, pero también de superficies. Originario de los Andes del Perú, Bolivia, Ecuador, Colombia, Chile y, cómo no, Argentina, su consumo y domesticación data de tiempos precolombinos. Y aunque desplazado por cultivos extranjeros, incorporados por los conquistadores, aún es posible encontrarlo de modo semisilvestre en las Yungas del noroeste nacional. ¿Qué tal si le contamos que también en el techo verde de la pulpería? Sumándonos al tren de su rescate y revalorización, además de su sabor, es que lo cultivamos en nuestra huerta par que llegue derechito a su mesa.

Radiografía

¿De qué hablamos cuando hablamos de tomate de árbol? Del fruto de un arbusto que ronda el metro y medio de altura, cuya copa puede alcanzar los tres, con un follaje siempre verdoso, así como el propio tomate. Sí, pues solo al madurar es que su tonalidad muda al amarillo, anaranjado, rojo o violáceo. Variantes de una piel lisa y algo amarga. En tanto la matizante dulzura por la que el tomate de árbol goza de un sabor dual, agridulce, aparece recién en su jugosa pulpa. De modo que para consumirlo así, como viene, más vale deshacerse de la cáscara. Sin embargo, el tomate de árbol da para mucho más. Salas, conservas, ¡chutneys!, mermeladas y demás etcéteras también son de la partida para el chilto, nombre con que también se conoce a este fruto.

Dos veces bueno

Claro que no solo de sabor va el asunto para el tomate de árbol, en tanto los usos medicinales están a la orden del día, o de sus generosas propiedades. Bueno y gaucho para contrarestar gripes, anginas, migrañas y hasta disfunciones hepáticas, estamos ante un buen amigo del corazón, en tanto disminuye la presión arterial, los niveles de colesterol y triglicéridos en sangre. Bajo en grasas y sodio, el tomate de árbol es pura fibra, además de vitaminas, hierro y potasio. Sí, el chilto cuida, protege, defiende. Nuestro organismo pero también nuestra tierra. Pues su sola presencia y consumo, el fortalecerse como producto, puede ser una vía para la conservación de las Yungas, alzando la bandera del desarrollo local en pos de un fortalecimiento de las comunidades locales.

A media luz

Definitivamente, el tomate de árbol es un fruto de sombras. Cuando menos, de luz solapada. De allí que, ya sea al nivel de mar o en las alturas de los Andes, a indistinto frío o calor, el Chilto sea dúctil a variantes climáticas, más ciertamente susceptible a la exposición solar directa. De allí que en las Yungas, dada su selvática condición, haya encontrado su caldo o tierra de cultivo. Como un hijo de su geografía, de la nuestra aún en su, tantas veces, mermado conocimiento. Pues en lo que a popularidad refiere, en lo que a su consumo en términos masivos, también ha permanecido en la oscuridad. De allí que su supervivencia sea acaso un botón de muestra, un signo de cómo, al igual que tantas otras especias nativas, los saberes de las poblaciones originarias han sabido supervivir sin más batalla que la de seguir siendo parte de su memoria; más también de sus prácticas cotidianas, en un presente tanto más sabio que desfasado.

¿Qué mejor puerta hacia la biodiversidad que la conservación?, ¿que el respeto hacia los cultivos nativos y sus sistemas tradicionales? Tras sus huellas y ejemplo vamos. El gusto es todo nuestro. El sabor, vaya alegría nos da, será todo suyo.

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