Cuando la música digital parecía avanzar a paso impiadoso, el vinilo se salió con la suya. No corrió la misma suerte que el casete, su verdugo de ocasión. Tampoco la del aún amenazado CD. El vinilo volvió para quedarse, para hacerse oír, para intimar con su sola presencia en más de un estante o armario, cual si de puro fetiche se tratara. Pues el asunto excede lo musical: lo pretenden melómanos y coleccionistas, jóvenes y adultos, vanguardistas y nostálgicos. Y él tiene con qué. Se hace cargo de las luces que lo apuntan, de las medallas y laureles. Sin embargo, no se la cree. Es buena madera, como se dice. Mejor dicho, buen policroruro de vinilo, aquel material que le diera su popular nombre. Ese que, como cada uno de sus temas musicales, suena y no deja de sonar en estos nuevos viejos tiempos.
Todo un revivir
¿Qué locura es aquella de pagar por música que puede obtenerse, gratuita y fácilmente, en el bondadoso internet? ¿Acaso creía usted que eso era menester de la vieja guardia, de aquellos para quienes la tecnología es poco menos que chino básico? ¿O de los más fieles fanáticos, portadores ellos de una innegociable convicción a la hora de adquirir el CD de su banda o solista favorito? Pues cada vez son más quienes colocan peso sobre peso para hacerse de un vinilo; y sin jugar para ninguno de los dos equipos antes mencionados. ¿Será que el vinilo suena mejor? Verdad absoluta para los amantes de la música. ¿O es que todo tiempo pasado fue mejor? Vaya que hemos hablado ya de recuerdos…Pero déjeme decirle que, si de vinilos se trata, sumamos un nuevo capítulo a la saga de nostálgicos episodios que nos competen. Es esa sed de revival aquello que ha puesto a las más disímiles criaturas del ayer sobre el tapete. Y el vinilo no ha escapado a tal fenómeno; sino que aparece como uno de sus máximos exponentes.
Sencillito, sencillito
Pero… ¿cuándo se ha desatado su fiebre? Tras asomar las narices al mundo de la música a fines de 1800, la consagración les llegaría a mediados de siglo XX. Para entonces, el sencillo, con su sola cara, era el amo y señor. Primero fue el turno de los sencillos 78 revoluciones por minuto. ¿Le suenan? Claro que sí. Con sus 25 cm de diámetro (o 10 pulgadas), fueron nada menos que los niños mimados de la victrola. Luego, la escena sería copada por los de 45 revoluciones, con sus correspondientes 7 pulgadas. Aunque también hubo sitio para los de mayor aliento. Sin llegar a ser un álbum, los Long Play (LP) y Extended Play (EP) ofrecían, en sus 10 y 7 pulgadas, respectivamente, una mayor duración que los sencillos, los cuales rondaban los 3 minutos. Sí, apenas una canción. ¿El secreto de los LP Y EP? Su doble cara, en cada una de las cuales se almacenaba cerca de 20 minutos de sonido, completando un total de 40 minutos por disco. Toda una joyita.
Lo que importa es… ¿lo de adentro?
Cierto es que los vinilos nacieron como criaturas musicales; más su interior no es su único preciado valor. Nada de eso. Claro está, lejos estaban de ser “pura cáscara”, pero sin dudas que su “envase” no era un dato para nada menor. El diseño de su portada, de su envoltura toda, era puro arte. Y habida cuenta de las dimensiones de su superficie, sí que había espacio para crear. Con decirle que las portadas de muchos vinilos han adquirido su propia fama, su independiente espacio en la memoria popular, más allá del contenido en cuestión. Aunque la ecuación parece simple. Si detrás de todo gran hombre, hay una gran mujer; detrás de toda gran portada, hay un gran disco. De modo que se no se escatimaban esfuerzos en convocar artistas gráficos y fotógrafos capaces de provocar un deslumbramiento a primera vista, una instantánea que perdure en el tiempo. Al punto tal de representar un motor de búsqueda, de deseo, de compra. ¡Lo quiero!
Y como lo quiero, lo tengo. Cueste lo que cueste, y no sólo en términos monetarios. Pues hacerse de un vinilo va mucho más allá de su efectiva adquisición. Es todo aquello que implica, e implicaba aún más, ir a su encuentro. Todo cuanto hoy parece aguarse por la ligereza de la practicidad, siempre al servicio del hombre. Es caminar a la disquería de turno, encontrar nuestro vinilo tras la vidriera, desearlo a instantes de poseerlo, recibirlo entre las manos, retornar a toda prisa, quitar el plástico cobertor, abrirlo, colocarlo bajo la púa, y que la música gire y gire, mientras la portada, armoniosamente elaborada, se lleva nuestra adoración, nuestra vista toda. ¡Bienvenido sea tu regreso, vinilo querido! Y que sea sin fecha de partida.