Inti Raymi, custodiando al sol

FOTOTECA

Tan ancestral como emotiva, la fiesta de sol aguarda al Tata Inti en una vigilia a pura ofrenda. Legado de la noche más larga del año.

Provincia de Jujuy, Quebrada de Humahuaca, departamento de Tilcara, localidad de Huacalera, 2.600 metros sobre el nivel del mar y una vigilia que enrojece narices. El fuego amortigua el gélido aire, ese que hará las veces de dama de compañía durante la espesa y la larga noche; la más larga de todas. Hasta que los primeros rayos de luz comiencen a colarse por entre las cumbres y, entonces, el despertar del Inti, el padre sol, consiga abrigar a los protagonistas de esta milenaria celebración. El invierno ha comenzado, y un nuevo ciclo llega con él. Bienvenidos al Inti Raymi.

En tu grato nombre

Justo allí, donde el Trópico de Capricornio marca su paso, Huacalera es escenario de la Fiesta del Sol, aquella que ha extendido sus raíces incaicas hacia suelo nacional y que pide, tras la más prolongada ausencia del Inti, un regreso a pura luz; la luz que ha de regar a la Pachamama en un nuevo ciclo agrícola. Y entonces la noche se enciende a pura fogata, a pura congregación, a puro ritual. Las comunidades originarias despliegan danzas, pronuncian lamentos, entonan coplas y ofrendan a la Pacha bajo el anhelo de una buena siembra, una fructífera cosecha y la llegada de nuevas cabras, ovejas, llamas, vicuñas y guanacos. Todo cuanto la Madre Tierra puede ofrecer. Para ello, poco antes de que el sol desaparezca, los más ancianos serán los encargados de abrir su “boca” -o destapar su pozo- y alimentarla con aquello que ella misma produce. Alimentos a base de maíz y papa se suman a la chicha, el vino y las infaltables hojas de coca, aquellas que llegan al corazón de la tierra de la mano de quien oficia la ceremonia: el yatiri.

Amanece que no es poco

Y así habrá de esperarse al Dios Sol. Al calor de las fogatas y con la vista obsesionada en una sola dirección: la cumbre del cerro Huerta, aquella que comenzará a teñirse de claridad a poco del momento cúlmine. Sí, nada menos que el amanecer. Ese que encontrará a todos los allí presentes a palmas abiertas; a la espera de que los primeros rayos apunten al horizonte para, entonces sí, alzar sus manos y recibir la primera tibia caricia del Tata Inti, tal como se lo nombra en lengua quechua. Todo se tiñe de emoción, todo se vuelve fiesta. El sol está de regreso tras su noche más lejana de la Tierra y, por ello, más ausente. Será ahora turno de nuevos cantos, nuevas danzas y más chicha compartida. Porque la nueva luz renueva energías y esperanzas en una historia que siempre vuelve a comenzar. Como la mismísima fiesta del Sol, el incaducable Inti Raymi.

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