Bosques frondosos o selvas húmedas, de diminuta altura o a punto de trepar los cielos, en algún recóndito lugar de la Argentina o del otro lado del mundo. No importan las distancias ni diferencias. Desde 1971, a toda aquella minúscula baldosa de tierra fértil le cabe un homenaje alentador. Ese que fomenta a sembrar una semilla y otra más; o, por qué no, a proteger aquellas que ya han dado sus frutos. El Día Mundial de la Forestación se celebra cada 21 de marzo, tal como así lo dispuso la Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación. Sí, justo ese día. Aquel en que el otoño asoma en el hemisferio sur; mientras la primavera anuncia nuevos florecimientos en el hemisferio norte.
Invernados
¿Por qué tamaño sacudón de conciencia? Por una simple y compleja razón. Todo bosque, sin importar su tipo, provee a las poblaciones humanas de recursos netamente esenciales para su subsistencia; esos que van mucho más allá de lo palpable. Desde la madera de nuestros muebles y las hojas en las que escribimos, hasta el aire limpio que respiramos y el propio suelo que pisamos. Basta echarle un vistazo a algunas cifras para ser verdaderamente consientes de ello. ¿La primera? Más del 40% de oxígeno del mundo es producido por los bosques pluviales o “lluviosos”. Proceso en el que se equilibra las cantidades de este gas presentes en la atmósfera, junto con las de dióxido de carbono y humedad. ¿Un ejemplo comparativo para comprender tal intervención? Determinada superficie de árboles es capaz de liberar 9 veces más humedad que la equivalente en un océano. Así, la deforestación ocupa el podio de prácticas humanas que más contribuyen con el efecto invernadero -aquel que retiene la energía solar de la tierra por la presencia de gases tales como el metano o el dióxido de carbono-. Con una emisión del 16% gases responsables de tal efecto, la deforestación se ubica por detrás de la producción de energía (24%) y de la actividad industrial (22%). Para no pasar por alto.
Alerta verde
Aunque no sólo en el aire se halla el meollo del asunto. Vale recordar que los bosques hospedan más del 80% de la biodiversidad terrestre. Y que un 12% de dichas superficies -alrededor de 330 millones de hectáreas- está designado para la conservación de la misma. No sólo en lo que a especies refiere; sino en materia de suelos y agua. Los bosques actúan como protectores de avalanchas, estabilizadores de dunas y preservadores de costas, por nombrar sólo algunas de sus funciones. Sin dejar de lado las cuestiones vinculadas a la salud y a las culturas propias de cada región. Para que tenga una idea de ello, sólo en la cuenca del Amazonas, más de 1 300 especies de plantas forestales se utilizan para fines medicinales y culturales. Entonces… ¿qué motivos encuentra el ser humano para atentar contra tanta riqueza verde? La conversión de su superficie en terrenos aptos para la ganadería, la agricultura y la minería; la obtención de madera; la creación de embalses, caminos y rutas; así como el inevitable crecimiento demográfico, aquel que parece requerir espacio sin más. Aunque, como ya hemos visto, a mayor densidad humana, mayor cantidad de árboles se precisan.
Riqueza interior
Sin embargo, si nos damos una vuelta por casa, encontraremos algunos datos alentadores: América latina y el Caribe reúnen en su superficie el 22% de la superficie forestal mundial. Y, entre los países que componen dicha región, Argentina ha sido el primero en otorgar recursos financieros a sus provincias para compensar la labor de quienes conservan y manejan responsablemente los respectivos bosques nativos. Facilitando así la adecuada gestión de los recursos naturales y la realización de actividades pertinentes a dichos fines. Porque aunque todo parezca perdido, siempre queda algo por hacer. Sólo es cuestión de aportar un granito de arena a la causa. O, mejor dicho, de sembrar tu propia semilla. Nuestro querido Planeta Tierra así lo necesita.