De la angosta vía de antaño a la multifacética avenida. Siempre insomne, vio deambular por sus veredas a compadritos e intelectuales, artistas de alta fama y cabizbajos bohemios. Glamour y arrabal, Broadway y tango. Todo ello junto supo convivir en la emblemática Corrientes, esa que -atravesada por 70 calles- ha posado las luces en una de sus perpendiculares arterias como en ninguna otra. En la esquina más porteña de todas las porteñas. Y vaya si así lo es…
Que los cumplas feliz
Se dice que el tango no tiene fecha exacta de nacimiento; aunque sí un día en el que todos estamos invitados a soplar las velitas en su nombre. Cada 11 de diciembre, por los coincidentes natalicios de Carlos Gardel y Julio De Caro, el tango cumple años. Sí, ese que floreció en los suburbios del sur; pero que ha encontrado en la Avenida Corrientes la horma de su zapato. Y en el encuentro de esta mítica arteria con la calle Esmeralda, su esquina de honor. Es que, sin decreto alguno, Corrientes y Esmeralda pasó a ser una especie del altar para el 2 x 4: diferentes placas en homenaje a los máximos cultores de tango comenzaron a colocarse allí. Y, aunque su presencia no logró sobrevivir al paso del tiempo, las inolvidables andanzas de las que dicha esquina fue testigo mantienen viva una firme sentencia: Corrientes y Esmeralda es la esquina del tango por excelencia. Allí donde, desde 1977 y casi por auto-proclamación, nuestra música ciudadana celebra un año más de vida.
En la esquina de “caza”
Franchutas papusas caen en la oración
A ligarse un viaje, si se pone a tiro,
Gambeteando el lente que tira el botón”.
¿De qué hablaba Celodonio Flores en su tango “Corrientes y Esmeralda”, compuesto en 1933? De un ritual digno de registrar con su pluma. Aquel que comenzaba con disimulo a las 6 de la tarde, cuando la elegancia porteña se reunía a tomar el famoso Amer Picón con granadina. ¿Dónde? En la Confitería El Buen Gusto, ubicada en la esquina sudoeste de Corrientes y Esmeralda. ¿Qué otro nombre podía caberle a este reducto de “gente bien”? Claro que la estadía en El Buen Gusto y las buenas costumbres quedaban atrás cuando el reloj daba las 9, y las impecables suelas de los caballeros se disponían a cruzar la avenida hacia la esquina norte. Allí, en el umbral de lo prohibido y la trampa, comenzaba el acecho masculino. Sí, el abordaje porteño era la práctica distintiva de esta esquina. En especial, si se trataba de una “francesita” con la que ir a bailar tangos al Armenonville.
Arriba el telón
Precisamente en la esquina noroeste, un reducto 100% tanguero fue testigo de numerosas figuras… y de largas trasnochadas. Se trató del Café Guaraní, allí donde Gardel y Razzano tenían una mesa reservada tras su actuación en el Teatro Esmeralda (hoy Maipo). Aunque si de teatros hablamos, el Odeón supo ser una verdadera meca. El Hotel Royal -poseedor de dos entradas, una por Corrientes y la otra por Esmeralda, en el sector sudeste de nuestra esquina protagonista- también formaba parte de un conjunto edilicio frecuentado por la alta sociedad: ¡Si habrán desfilado por las tablas del Odeón aquellas compañías que eran furor en Europa! De allí que también se proyectó una confitería. Aunque el Royal Keller no fue fiel a su entorno de élite; sino que -tal como lo indica su nombre alemán- se trató de un sótano donde una buena cerveza daba la bienvenida a los bohemios e integrantes del grupo literario Martín Fierro. Sí, un ingrediente más para esta esquina concurrida como pocas.
Machos no eran los de antes
ni un piropo le podemos decir
y no habrá más que mirarla y callar
si apreciamos la libertad.
¡Caray!… ¡No sé
por qué prohibir al hombre
que le diga un piropo a una mujer!
¡Chitón!… ¡No hablar,
porque al que se propase
cincuenta le harán pagar!”
Ya lo decía Ángel Villoldo en su tango Cuidado con los 50, de 1907. Había algo que no distinguía intelectuales bohemios de curiosos faranduleros, cajetillas de compadritos, reconocidos artistas de transeúntes comunes y silvestres: la temida ordenanza que el Jefe de Policía Ramón Falcón hizo circular allá por 1906. ¡50 pesos de multa para todo inmoral piropeador! Es que en la esquina de Corrientes y Esmeralda “dieron lustre las patotas bravas”, como diría el negro Cele. Y a unos cuantos groseros donjuanes se les iba la boca ante los encantos de toda señora o señorita que por allí pasaba. Claro que, multa de por medio, a más de un guapo no le quedó otra que abstenerse.
Así, el hombre de Corrientes y Esmeralda supo convertirse en el arquetipo de hombre de Buenos Aires. Con sus piropos a boca de jarro y esos otros que se dicen con la mirada, con la complicidad de los amigos y las noches de farra, con las nostalgias de tango y las memorias de café. Totalmente porteño, como la esquina que acunó sus vivencias y aún lo evoca con su nombre: Corrientes y Esmeralda, esa a la que el tango hizo inmortal.