Gruesas paredes color blanco, tejas “musleras” sobre un viejo techo a dos aguas, rejas que se anteponen a las ventanas y una silenciosa memoria que no deja de rondar por todos los rincones. Rebozando una antigüedad que, paradójicamente, se conserva de maravillas, esta esquina de Lezica y Torrezuri, en la histórica localidad de Luján, hace honor a su singular trayectoria. Aquella que comenzó a cobrar vida de la mano de Don Antonio Pereira, quien ocupara el solar hasta el año 1803. ¡Vio que el tema de los años no era ningún grupo! Construido en 1772, se trata de uno de los edificios más añejos que aún se conservan en la Provincia de Buenos Aires. ¿De qué iba entonces esta propiedad? El bueno de Pereira instaló en ella las oficinas de la Real renta de Tabaco; al tiempo que la utilizaba como residencia. Sin embargo, ese sería sólo el comienzo. Muros adentro, todavía quedaban largos aconteceres por sucederse.
En la gran ciudad
Junio de 1806, día 24. Ciudad de Buenos Aires. Una noticia sacude los oídos del Virrey Sobremonte. La flota inglesa asoma en el horizonte del Río de la Plata y enfila hacia la llamada Ensenada de Barragán, a unos 60km del epicentro urbano. Que si, que no. Con simulación de desembarco incluido, el aviso fue clarito. Y quien recogió el guante fue Santiago de Liniers, militar que pusiera de sobre aviso al mandamás del Virreinato. Entidad territorial que mantenía un monopolio comercial con su madre Patria, España. Sólo que Buenos Aires era un puerto por demás tentador para los ingleses, quienes se relamían por copar su estratégica posición. No en vano habían arrimado sus embarcaciones. Con su aproximación, ahora tenían acaso otra certeza: Buenos Aires estaba mal defendida. Algo que hasta el mismísimo Sobremonte sabía muy bien. ¿Qué mejor idea que escapar de la bataola que se avecinaba? El virrey ya tenía su fuga perfectamente planeada. O, al menos, así lo creía.
A la fuga
Córdoba fue el destino elegido por Sobremonte. Y en dicha dirección se las tomó, nomás. Aunque no lo hizo solo. Ante una Buenos Aires que se perfilaba como botín de guerra, el valiente virrey no dudó en llevar consigo una pequeña yapita: el tesoro Real. Pero… ¿y la defensa de Buenos Aires? ¿No iría a organizar sus tropas para hacer frente a la invasión inglesa? ¡Minga! Sobremonte le dejó el fardo a Liniers y marchó presuroso. Sólo que allí no iría a terminar su cobardía: aquel día 28 ordenó a la caballería permanecer a su retaguardia y protegerlo así de una posible persecución. Es que sobrados motivos tenían los invasores para ir tras su huella: un cofre repleto de oro, plata y joyas pertenencientes por las damas de la aristocracia -por cierto, donadas para defender la ciudad- eran parte de su equipaje. Imagínese don, con tamaña riqueza a cuestas, el carruaje pesaba de lo lindo. Por lo que fue necesario hacer un alto en el camino. ¿Ya adivinó donde? Sí, en la ciudad de Luján. Más precisamente, en la esquina de Lezica y Torrezuri.
Casa de huéspedes
Contigua al cabildo de la ciudad, la esquina del Real Estanco de Tabaco sirvió de refugio para Sobremonte. Pero los ingleses, que le venían pisando los talones, terminaron alcanzándolo y apoderandose de la mentada fortuna. Fue entonces el turno de los invasores: durante cinco días utilizaron la casa para alojar a oficiales y demás miembros de sus tropas. Hasta que, finalmente, el gran tesoro gran fue embarcado con destino Londres. ¿Asunto finiquitado? Nada de eso, la resistencia en Buenos Aires no daba tregua y se extendía a la par del calendario. Fue el día 06 de septiembre de 1806 cuando una eufórica Inglaterra celebraba la fortuna arrebatada del otro lado del océano. Sólo que, para entonces y sin saberlo aún, sus tropas habían cantado “derrota” en Buenos Aires. Pero… ¿era aquella la única noticia que desconocían? ¿Habrán sabido los ingleses que, tras su huida de Luján, algo se les perdió en el camino? ¡Si lo sabrá el bueno de Mariano Escobar! ¿Lo recuerda paisano? Nuestro vecino del Pasaje Giuffra, quien pescó unas cuantas onzas de oro en las aguas del Río de La Plata y adjudicó el milagro a la mismísima virgen de Luján. ¿A quién sino?
Consumada la victoria y reconquista de Buenos Aires, lejos estuvo de acabar la historia. Mucho menos en la ya famosa esquina de Luján. Como si pocos hubieran pernoctado ella, se dispuso que allí se alojaran los prisioneros del ejército de Beresford. Casi como para agregarle un poquito más de historia. Esa que le asignaría variados destinos hasta el año 1923, cuando el arquitecto Martín Noel aparece en escena para restaurar la ya denominada “Casa del Virrey” y el cabildo. Desde entonces, ambas construcciones formar parte del patrimonio museístico de la provincia. Y, junto al vecino Museo del Transporte, componen el Complejo Museográfico Udaondo, uno de los más grandes de América. Declarado Monumento Histórico Nacional en 1942, a este gigante del ayer no le quepa menos que una exhausta visita. Su sobreviviente memoria es, acaso, el verdadero tesoro que ya nadie le habrá de asaltar.