Convertidos en una verdadera institución porteña, los cafés de Buenos Aires han visto desfilar historia de la buena por sus sendas mesas. ¡Si hasta los más importantes asuntos nacionales se han discutido con un feca de por medio! Sólo que la infusión o bebida de turno no ha sido más que una simple excusa. Conjugando el acervo heredado de los cafés españoles con la impronta de las pulperías criollas, los primitivos cafetines de Buenos Aires han tenido un sello distintivo: el quid de la cuestión no pasaba por lo que el mozo de turno nos chantara sobre la mesa; sino por lo que se tejía entre sus cuatro paredes. Amistades, conquistas amorosas, peleas, conspiraciones. El chismoso vulgo se codeaba con celebridades del mundillo político e intelectual que germinara en los tiempos coloniales; mientras mercaderes y poetas también hacían lo propio. ¿Será que podremos asomar nuestras narices por allí? Claro que sí. Hoy abrimos las puertas del Café de Marco…y las de un pedazo de ayer. Pase usted tranquilo.
Después de usted
“Mañana jueves se abre con superior permiso una casa café en la esquina frente del colegio, con mesa de villar, confitería, y botillería. Tiene hermoso salón para tertulia, y sótano para mantener fresca el agua en la estación de verano”. ¿De qué café daba cuenta el flamante Telégrafo Mercantil aquel 4 de junio de 1801? Del Café de Marco, cuyo nombre rendía homenaje al nuevo dueño de aquella esquina, don Pedro José Marco. ¿Qué esquina? La de las calles Santísima Trinidad y San Carlos (actuales Bolívar y Alsina), justo frente a la iglesia de San Ignacio y en diagonal a la botica Marull; aquella que habría de convertirse en la Librería del Colegio (hoy Ávila), así llamada por su cercanía con el Colegio San Carlos, al que hiciera referencia el anuncio del Telégrafo (y que hemos conocido durante nuestra recorrida por la Manzana de las Luces, ¿lo recuerda?). Pues bien, ya reconocido el terreno, nos disponemos a ingresar. “Villar, confitería y bollitería”. El cartel de la entrada, sobre la calle Santísima Trinidad, nos da la bienvenida. Un puñado de mesas, dos billares y dos espejos -que componen toda la decoración existente- aguardan puertas adentro. ¿Qué se va a servir, amigo? Sí, sí. Aunque no lo parezca, ese buen hombre de calzón corto y alpargatas es el mozo. ¿Anda con ganas de algo fuertón? Además del anís y los buenos vinos españoles, puede tomarse una sangría -a base de vino tinto, agua y limón-. ¿Un clásico de la Madre Patria? Azucarillos con agua -o aguardiente, si su garganta así lo prefiere-, jugo de limón o naranja. Mire que estamos en junio y el fresquito se siente aún dentro. Mejor inclínese por un buen café o un chocolate caliente. ¿Té? No, amigo. En el 1800 el té brilla por su ausencia en los cafés; más bien se consigue en las boticas como hierba medicinal. Eso sí, decida rápido el pedido porque el boliche se está llenando de gente de la casa, vio… y mejor no hacerlos esperar. ¿Por qué será que todos los parroquianos asisten al lugar durante el día? Es que, según dicen, la noche del Café de Marco no es para la destacada clientela. Tan sólo los errantes noctámbulos y algún que otro grupito de jugadores toca a su puerta. Los hombres bien son de quedarse en su casa o de asistir a alguna tertulia familiar. Apenas alguna circunstancia urgente o fuera de lo común puede convocar a una noche de café. Y créame que de extraordinarios acontecimientos, esta esquina sabe largo y tendido.
Café Morenito
¿Escucha los ruidos que vienen desde las azoteas? Es que hemos llegado al año 1806 -usted sabe, año de Invasión Inglesa- y los vecinos se encuentran subidos a los techos del café para seguir bien de cerca los movimientos de la tropa invasora. Aquella que ha instalado su cuartel en el teatro de la Ranchería, vecino a la Plaza Mayor (hoy Plaza de Mayo). ¡Mire si tendremos buena vista de sus movimientos desde estas alturas! Así que vaya preparándose para las agitadas jornadas de defensa y estoicismo que nos esperan. Apenas el eslabón inicial de una cadena de aconteceres políticos que desfilarían por entre las mesas del Café de Marco. Para prueba de lo que le digo, preste atención al grupito de ilustrados hombres que acaba de entrar. ¿Los conoce? Mariano Moreno, Manuel Belgrano, Bernardo de Monteagudo, Juan José Castelli, Vicente López y Planes… El calendario nos sitúa en el desenlace de 1808, y éstos se traen algo entre manos. Parece que, con el bueno de Moreno a la cabeza -y con la colaboración del alcalde Martín de Álzaga- se está gestando una movida para reemplazar al Virrey Liniers -aquel que asumiera como tal tras su destacada participación en las pasadas invasiones- por una junta de gobierno. Pero no vaya a levantar la perdiz fuera de aquí. Menos que menos del otro lado de la Plaza Mayor, donde se encuentra el Café de los Catalanes, otra esquina de aquellas. Allí, en el encuentro de las calles Catedral y Cangallo (actuales San Martín y Sarmiento), los seguidores del militar Cornelio Saavedra andan diciendo que por estos lados sólo se juntan muchachotes sin rumbo, que siguen los aires revolucionarios de Moreno sin más. Así que ya sabe, la enemistad de aquellos parroquianos con los del Café de Marco es fulera, fulera. Algo así como una pica entre morenistas y saavedristas, esa que perdurará en la historia nacional por largo rato. Y que empieza por este agitado 1 de Enero de 1809. ¡Qué manera de comenzar el año! Al mando del Regimiento de Granaderos a Caballo, Saavedra derrota a Moreno, Álzaga y compañía en su intento de destitución de Liniers (la llamada Azonada de Álzaga). Y, no contento con eso, se despacha con la clausura de nuestro café. Sin embargo, tanto don Pedro Marco como don Mariano Moreno tendrían su revancha.
Moviendo el avispero
Falta un mes para comience la primavera del agitado 1809 y -ya con el Virrey Cisneros al mando del poder- el Café de Marco reflorece en la escena porteña. ¿Se viene la calma? Nada de eso, los albores del próximo mayo encuentran la esquina colmada. La revolución se respira en el aire, así que no se asombre si, llegado el día 25, los parroquianos comienzan a marchar en fila hacia la Plaza Mayor. Es que, entre las paredes del Cabildo, la Primera Junta de Gobierno Patrio ya es un hecho. ¡Quién iba a decir que el primer paso hacia la autonomía nacional se iba a gestar en un café! Y no en cualquiera; sino en el que hoy nos convoca. Aquel que, un año después, sería protagonista de otra gesta. Sabidas eran las diferencias entre Moreno, secretario de aquella Primera Junta, y Cornelio Saavedra, presidente de esta última y de la posterior Junta Grande. Por lo que el bueno de Moreno se las iba a ver negras: sería separado de su cargo involuntariamente. Hemos llegado al 1811 y otra vez los aires se agitan a la esquina de Don Marco. Los Coroneles French, Berutti y Dupuy ingresan al salón. ¿A tomarse un cafecito? No, estos tres han convocado aquí una concentración para restituir a don Mariano en sus funciones. Es 11 de marzo de 1811 y somos actores presentes de un nuevo nacimiento: el de la llamada Sociedad Patriótica, aquella que intervendría por su revolucionario líder. ¡Guarda que a Saavedra no le gustó nada enterarse de este asunto! Así las cosas, todo hombre presente en el café marcha preso. Pero no se preocupe, los liberarán pronto. Allí vuelven a las andadas, ¿los oye?: “¡Al café!, ¡Al café!” Hágase eco del festejo de estos muchachones. Las ventanas se abren, el aguardiente corre a lo pavote y no importan las desafinadas a la hora de entonar las estrofas de La América toda se conmueve al fin, poema y canción que compusiera un viejo conocido del barrio: Esteban de Luca.
Festejemos, sí. No todos los días uno puede darse el lujo se sentarse a la mesa, frente a frente, con nuestro ayer. Y mucho menos si la cita es en el Café de Marco. Sin duda alguna, la esquina de la historia argentina.