Diplomáticos, políticos, dignatarios… ¿alguien más? Sí, periodistas. Refugio de reporteros y cronistas, la esquina suroeste de Corrientes y San Martín fue mucho más que un bar, mucho más que un restaurante, mucho más que un café. Con aires literarios sobrevolando por su planta baja, este rincón porteño supo albergar a La Helvética. Trinchera intelectual en la que, desde 1860, las buenas nuevas -y aquellas que no lo eran tanto- fueron moneda corriente. ¿Nos acompaña a cruzar su puerta, paisano? Después de usted…
Entre la tinta y el papel
Corrientes 502. Sí, aquí es. ¿Sencillita por fuera, vio? A fin de cuentas, para qué andar espamentando con una fachada a todo trapo si lo que importa es lo de adentro. Y ya verá por qué se lo digo. Eso sí, no se asombre si de primera lo miran como sapo de otro pozo. Es que acá el ambiente es bien íntimo, y los parroquianos son todos viejos conocidos de la casa. Échese una miradita por las mesas, ¡alta clientela la del señor Ángel Morini! A eso llamo yo ser visionario. Este don no tuvo mejor idea que abrir su café a pasitos, nomás, del gran diario La Nación. Pues, aunque usted no lo crea, ese montón de muchachotes con cara insomne, casi, casi que ha trasladado la redacción del periódico a estas cuatro paredes. ¿Vio que horas de la noche son? Dé por seguro que están preparando las noticias de matutino que habremos de leer mañana. Mire si habrán circulado primicias por acá…y hasta el cuerpito del mismísimo Bartolomé Mitre, quien habría de tener un busto en su homenaje y todo. Aunque al general, fundador y mandamás del diario, no le gusta venir de trasnochada. Dicen que, al caer la tarde -y con charuto en mano-, cruza el umbral de La Helvética dispuesto a disfrutar de una copita de guindado. O, por qué no, a celebrar algún encuentro cumbre. ¡Cómo olvidar que aquí fue donde entrevistó a don Roberto Payró! Así es, el encuentro entre Mitre y quien fuera considerado el primer corresponsal de guerra argentino se sucedió en este salón. Y con un diálogo de lo más locuaz: “¿Digame, Payró, usted para qué cree que nos puede ser más útil en ‘La Nación’?” A lo que don Roberto respondió “para nada”. Y así fue como este par rompió el hielo de una charla que acabaría con la incorporación del escritor al prestigioso medio impreso. ¿Qué tal?
Más que palabras
Claro que no sólo de noticias va el asunto. Pues en el amplio abanico de personajes que nos regala el mundillo intelectual, la literatura y sus más célebres representantes también dicen presente. Durante su paso por Buenos Aires, entre 1893 y 1898, Rubén Darío, poeta y periodista nicaragüense, se ha cansado de desfilar su anatomía por La Helvética. Y lo propio han hecho Emilio Becher, José de Maturana, José Ingenieros, Carlos de Soussens, Enrique García Velloso y hasta dos jovenzuelos que recién asomaban sus narices al universo de las letras. Unos tales Jorge Luis Borges y Ernesto Sábato. ¿Le suenan? Meca cultural, paraíso de ideas y palabras, La Helvética supo despacharse con su buen servicio a fines de complacer a tan preciada concurrencia. Verso va, discurso viene, los copetines y la cerveza suelta corrían de lo lindo durante las extensas charlas de los parroquianos. Eso sí, todo con la mayor distinción. Las jarras portadoras de la espumosa blonda eran francesas, la vajilla, inglesa. ¿Gusta de unos maníes, paisano? Allí, en la barra, puede servirse a gusto. Sí, al ladito del cheddar con coñac, una delicia de la casa. Y ojo que todavía falta el plato principal. No se me vaya a llenar con esta entradita, amigo. Un humeante bife de hígado a la inglesa amenaza con calmar hasta el más poderoso ragú. ¿Un pucherito de cabeza de cordero, tal vez? No me diga nada, prefiere osobuco con arroz. La Helvética se lo prepara, sabroso y caserito.
Locos sueltos
Como se imaginará, más de uno habrá comido hasta el empacho. Aunque no todos serían de igual modo recordados. ¿El comensal inolvidable? Aquel que, empilchado como quien más, pero con cierto halo de solemne misterio, se armara flor de banquete con los más generosos platos del menú. Buen vino y licores sirvieron para rebajar la más que suculenta cena, aquella tras la que sobrevino una sobremesa letárgica ¿O sería que tamaña comilona no lo dejaba moverse al pobre? Lo cierto es que el hombre permaneció inerte, con la mirada fija en el techo. Por lo que al mozo de turno no le quedó más que interrumpir su “extravío” y solicitar la paga de una cuenta, por cierto, para nada escueta. ¿Usted ha oído algo? Pues dicen que el que calla otorga, y este don ha querido dárselas de vivo. ¡En su bolsillo no chistaba ni una miserable moneda! De modo que de la mesa de La Helvética fue, derechito y sin escalas, a la comisaría. Fu entonces cuando se supo que el morfón sin billetera era un tal José L.M…, y que el episodio no era nuevo. Sino que unos cuantos restaurantes ya habían sufrido similar embuste.
¿Otro loco suelto? Aunque bastante más inofensivo, y con el derecho de piso que otorga una fiel asistencia. En especial, los sábados por la noche. Pues el don hincaba el codo en la barra y, a la espera de la hora del Tabarís, bebía whisky de lo lindo Eso sí, cuando este paraíso noctámbulo abría sus puertas se iba caminando, como quien no quiere la cosa, con el vaso en la mano. ¡Por lo menos pagaba la cuenta!
Fuera abajo
Bohemia nocturna, literatura, periodismo, filosofía, poesía, política…Sin dudas que la Helvética danzaba al ritmo de una Argentina en constante movimiento. Por lo que en 1955 debió bailar con la más fea: la llamada “revolución libertadora” y sus consecuencias. Desde hacía cinco años atrás (1950), el segundo piso de esta emblemática esquina se había convertido en búnker de la Alianza Libertadora Nacionalista, aquella que produjera la mencionada revolución. De allí que el ejército intimara a la Alianza a desalojar el edificio, y, ante la negativa, a La Helvética no le quedó más que ponerle el pecho a las balas…o a los cañonazos: la noche del 18 de septiembre fue bombardeada por desacato al desalojo. Aunque no está muerto quien pelea, dicen. Y de algo parecido supo escribir el gran Sábato: “En este lugar sagrado/ donde acude tanta gente/ que el cañón ha derrotado/brindemos eternamente.” ¿Habría Helvética para rato? Mejor dicho, por un rato. Tras recuperarse de los daños ocasionados, volvió a abrir sus puertas en 1967. Aunque otro cimbronazo habría de atentar contra sus cimientos. Sólo que, esta vez, quien se vistió de victimaria no fue la política; sino las finanzas. Así, el año 1975 marcó el definitivo adiós.
El cierre vino con demolición incluida. Aunque, ya en sus tiempos de reconstrucción, aquellos que le dieran a La Helvética unos, apenas, ocho años más de vida, la subasta de bienes había hecho mella en su patrimonio. En el año 1958 se remataron numerosos objetos; aunque sus dueños han sabido resguardar, celosamente, otros tantos: antiguas cocteleras de plata, soberbias copas de licor y bebidas de lo más finas han sido parte del “rescate”. ¿Qué habrá sido de su destino? Pues por nuestro “boliche” no desfilan políticos de alto rango ni periodistas presurosos de cerrar su artículo de turno; pero los aires de La Helvética reviven aquí de la mano de unas de sus joyitas sobrevivientes: una botella de Champagne Pommery Greno de 1928 -¡y que perteneciera a la colección de don Ángel Morini!- descansa hoy en las estanterías de la Pulpería Quilapán. Porque al presente homenaje, nada podía caberle mejor que un brindis. ¡Salud!