Cuando un amigo se va, queda un espacio vacío…Pero tratándose de don José, más bien nos ha quedado una ciudad colmada de historia y de presente. El 8 de Octubre de 2015, José María Peña dijo adiós a su vida, sí, uno de esos adioses irremediables; pero que vienen con una yapa digna de toda inmortalidad. Es que este flor de arquitecto ha sido el creador del Museo de la Ciudad, el precursor de la famosa feria que cada domingo ancla en la Plaza Dorrego, y quien pugnó por la primera ordenanza municipal que reconoció y otorgó protección al Casco Histórico de Buenos Aires. Historia, vida y obra de quien, pico, pala y corazón mediante, ha sabido oficiar de guardián y custodio de la memoria porteña. Y, por sobre todas las cosas, de su viejo y querido San Telmo.
Viejos son los trapos
Los cimientos de su gran obra datan de mediados de siglo pasado, cuando José -ya con su flamante título en mano- comienza a trabajar en el Instituto de Arte Americano de la Facultad de Arquitectura. Claro que el desafío de este buen hombre y su escueto grupo de trabajo (compuesto, nomás, por otros dos compañeros) no sería tarea fácil. ¡Imagínese, usted! Dos siglos de arquitectura urbana para apenas tres almas. Sin embrago, los cargaditos siglos XIX y XX no fueron suficientes para amedrentar a este trío; aquel que dividió al plano de la ciudad según la fisonomía impartida por las disímiles décadas, y salió a patear. Sí, sí, en el más literal de los sentidos. Estos muchachotes caminaban unas 120 cuadras por día, repartiendo sus horas entre planillas, notas y fotografías. ¿Qué van a intervenir tal o cual edificio? Pues allí estaban ellos, dispuestos a controlar y asesorar en lo que fuera preciso; pero sin precisar más recompensa que la personal gratificación de proteger la identidad urbana, pues estos voluntariosos profesionales no veían un peso partido por la mitad: todo era ad honorem. Así lo fue desde el principio, allá por 1979. Año en que el bueno de Peña también se las ingenió, aún en pleno proceso militar, para implementar la ordenanza de Protección del Casco Histórico. Porque viejos son los trapos; y nueva la conciencia que don José y compañía intentaban sembrar a su alrededor.
La ciudad museo
Sin embrago, tal movida proteccionista ya había comenzado a gestarse una quincena de años antes, cuando, a mediados de los 60, la traza de la Avenida 9 de Julio avanzaba a pura expropiación. ¿Recuerda que le contamos sobre esta historia cuando le presentamos al famoso Obelisco porteño? Pues bien, detrás de tanto derrumbe, hubo alguien a quien se le ocurrió que las puertas, balcones y mayólicas extirpadas no debían tener destino de escombro; sino de patrimonio. Aquel que fuera capaz de atestiguar como vivían, para entonces, los porteños. Aquel con el que el gran Peña supo dar origen al Museo de la Ciudad (ubicado en Alsina y Defensa, ocupa las alturas de la farmacia La Estrella y su casona contigua) ¿Qué otras piezas fueron de la partida? Vajillas, utensilios, muebles y demás objetos que, producto de donaciones, compusieron una muestra de alto valor identitario: el cómo comían y bebían los porteños. Lo cierto es que aquello se hizo realidad en 1968, y que no sólo de exposiciones iba el asunto; pues la misión del museo excedía las vitrinas, traspasaba sus puertas. Otra de sus responsabilidades era la de asesorar sobre los edificios de valor patrimonial y los llamados conjuntos costumbristas. ¿Acaso los edificios pueden ser construcciones aisladas? Claro que no. Para Peña, la identidad de un lugar sólo podía retratarse de manera conjunta. “El Museo de la Ciudad es todo eso ¿ve? Sí, la ciudad entera, con sus casas, su gente, sus hábitos.”
Mucho más que un barrio
¿Y de qué iba nuestro viejo y querido San Telmo para aquel entonces? Apenas dos anticuarios y el ya mítico Viejo Almacén, entre otros puntos referenciales del barrio, constituían la esencia santelmiana. Sin embrago, el año 1970 marcaría un antes y un después: la creación de la Feria de San Telmo, de manos de don José, dio su buena palmadita al barrio, aquel que comenzaba a ser develado por sus vecinos y transeúntes al punto tal de esfumar sus límites. Todo cuanto se contagiara de su atmósfera, y aún hoy, parecía ser parte de él; aunque la traza barrial así no lo aseverara. ¡Y pensar que casi lo borran del mapa! Una ordenanza del año 1956 establecía que todo el barrio Sur debía ser demolido para construir allí la “ciudad nueva”; pero la falta de dinero con la que hacer frente a las expropiaciones tiró por tierra tal funesta iniciativa. Sin embargo, durante el tiempo en que aquella idea se mantuvo latente, San Telmo parecía condenado al abandono. Si iría a desaparecer… ¿Para qué levantar nuevas construcciones? ¿Para qué hacer arreglos en las ya existentes? Menuda tarea la esperaba a José María cuando todo quedó en nada: el desdichado proyecto, y un barrio venido a menos; pero que, a fin de cuentas, debía mantener viva aquella huella, aquel tiempo detenido que supo condicionar su rostro; más sin postergar su presente.
Visitante ilustre
¿Y a qué no sabe en qué fachada supo echar mano el gran Peña? Pues sí, en la de nuestra Pulpería. Sólo que, para aquel entonces, se trataba de la Fundación San Telmo. Corría el año 2012 cuando el arquitecto acude al llamado del Pulpero, en los inicios de la restauración de la casona. Y, ni lento ni perezoso, con su espíritu intacto, casi como cuando 120 cuadras a pura pateada eran la misión de su día a día, José María se hizo presenta en la puerta de Defensa 1344. Con limonada en mano, y la frescura que emanaba su baño de humildad, la recorrida por la casa, y hasta sus techos, se desentendió de todo calor. Su amor por la historia, la arquitectura y el barrio allí lo depositaban, de pie, listo para asistir, una vez más, en auxilio del patrimonio y su preservación. “Es, para mí, vital entender que el carácter de Buenos Aires siempre fue el de una superposición de épocas, de influencias y de estilos. En una misma cuadra tenés una casa de 1900, otra de 1960, una de 1980 (…) Eso es lo que le da realmente carácter a Buenos Aires”. Y eso ha sido aquello que engrandeció la ya gigante labor de José María. Aquel que supo acudir a cada puerta, a cada solar, como lo ha hecho con el nuestro, para hacer valer su esencia única e irrepetible.
“(Proteger el patrimonio) no significa congelar la ciudad, significa integrarla”. Nobleza obliga, y con la modestia a la que el nombre de José María Peña incita, desde la Pulpería Quilapán, aquello intentamos día a día.