Ramona Victoria Epifanía Ocampo nació en cuna de oro; y aunque no todo lo que es oro brilla, nuestra Victoria sí que lo ha hecho con luz propia. Pues lejos de dormirse en los laureles de su aristocrática condición, supo trazar su propio y destellante camino. Transitando la senda intelectualidad, Victoria Ocampo se ha convertido en una gran escritora, ensayista y traductora; además de mecenas. Crónica de un destino anunciado para una mujer que, ya desde niña, no se conformó con ser una más: gozosa receptora de una buena educación, aprendió el francés antes que el español de su argentina natal, y no tardó en hundirse en las mieles de la literatura, aquella que habría de convertirse en la sal de su vida, esa visionaria existencia a la que, por cierto, tampoco le faltó pimienta.
Pateando el tablero
El siglo XX daba las primeras hurras, y lo hacía con todas sus ínfulas de progreso a cuestas. Mientras tanto, Victoria Ocampo procuraba delinear el propio, el de su sumiso género femenino. Para entonces, las jovencitas de su clase lejos estaban de atravesar los límites socialmente impuestos; mientras a Victoria poco parecía importarle toda moral restricción. Durante sus veranos en Mar del Plata, ella no acudía a la playa exclusiva para mujeres; sino a la que más le placía. Tampoco portaba pollera a la hora de montar a caballo; sino que lo hacía en pantalones. Y si algo más le faltaba era bailar la pecaminosa danza de la época: el tango. Imagínese usted los cimbronazos que supo causar esta muchachita en el ceno de una tradicionalísima familia… ¿Recuerda que hasta fue capaz de desafiar a la arquitectura imperante, con la construcción de la primera casa moderna del país? ¡Al diablo con las Beaux Arts! Y Victoria hasta se dio el lujo de contratar al academicista Alejandro Bustillo para tal transgresión…
Mal de amores
Entre tanto condimento, el matrimonio sería uno más en la vida de Victoria Ocampo; aunque de esos que tienen poca sazón…En el año 1912 se casa con el profesor Luis Bernardo Mónaco de Estrada, un hombre de bien, correcto, educado…y terriblemente convencional para una mujer de cuerpo e ideas inquietas como Victoria. Y para terminar de embarrar una relación que a nada parecía conducir, Victoria Ocampo se enamora del primo del propio Luis Bernardo: Julián Martínez Estrada. Así la historia, el matrimonio se convirtió en una ficción, una puesta en escena tras cuyo telón de fondo se gestaba un amor a escondidas, y que sería capaz de durar 18 años en la más apasionada clandestinidad. Luego, ya con el divorcio consumado y sin censura alguna, la relación comenzó a entibiarse; hasta que, casi como si hubiera perdido el gusto de lo prohibido, acabó enfriándose por completo.
Rumbo Sur
Pero no sólo de agridulces amorosos iba la vida de Victoria; pues Victoria era una dama de armas tomar, y en todos los ámbitos (¿a alguien le caben dudas, con lo dicho hasta aquí?). En 1916 conoció a José Ortega y Gasset, un filósofo español que la ayudó a fundar la “Revista Sur”, una publicación cultural, editada durante cuatro décadas, aquellas durante las que se alzó como una revista emblema, de las más vanguardistas e influyentes en el ámbito literario. Y para muestra, un botón: por sus páginas pasaron las plumas de Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares, Julio Cortázar, Ernesto Sábato, Gabriel García Márquez, pablo Neruda, Gabriela mistral, Federico García Lorca, etc., etc. El éxito fue tal que, a dos años de su lanzamiento, allá por 1931, Victoria Ocampo se dio el gusto de fundar una editorial homónima, la “Editorial Sur”.
Luchadora de ley
El hecho fue que la pluma de Victoria no hacía trazo sin tinta, y la clara tendencia antiperonista manifestada en muchos de sus escritos le valieron la encarcelación: en 1953, a los 63, fue enviada al “Instituto del Buen Pastor”, una institución destinada a las prostitutas y “vagabundas”. ¿Qué si nuestra Victoria se dio por vencida? ¡Nada de eso! Victoria era una luchadora consumada: en 1936 se había alzado como presidenta de la “Unión de Mujeres Argentinas”; y lo propio había hecho en 1944, el año de la “Liberación de París”, al frente de un comité encargado de recaudar fondos para Francia y sus artistas. Chapeau.
Cosechando la siembra
El hecho es que tanta iniciativa, además de un indiscutido talento, tendrían su buena recompensa: aunque ya disminuida en su fortuna (la caída del peso y la inversión realizada en la Revista Sur atentaron contra su economía), Victoria Ocampo tuvo el honor de integrar el Directorio del Fondo Nacional de las Artes, entre 1958 y 1973; siendo este último año el elegido por Victoria para donar a la UNESCO sus casas de San Isidro (con muebles y colecciones incluidas) y Mar del Plata. Tres años más tarde, y casi como para que nada fuera a quedarle en el tintero, Victoria Ocampo fue designada miembro de la Academia Argentina de Letras, convirtiéndose en la primera mujer de la historia nacional en ocupar ese lugar.
¿Cuántas líneas más serían precisas para retratar a una mujer como Victoria Ocampo? ¿Para sintetizar su mundo, ese que siempre procuró caminar a pie firme, con la frente en alto, casi como queriendo llegar más allá de su horizonte? Fallecida el 27 de enero de 1979, Victoria, su desparpajo, su lucha y su talento aún laten tibios en la memoria; como si el tiempo no hubiera sido capaz de enfriar el clamor y el calor de su pluma. Nobleza obliga, no nos queda más que empuñar la nuestra en su grato nombre.