Chocolates Águila, dulzura de alto vuelo

FOTOTECA

Si Águila es el nombre del chocolate, rescatamos del olvido al portador de su apellido: el francés Abel Saint, padre de la dulce criatura.

Aunque el cacao es una bondad de filiación americana, el clásico de los clásicos en materia de chocolates tiene acento europeo. Más precisamente, la pronunciación del francés Abel Francois Charles Saint Laporte, quien,  aunque comenzando bien de abajo, dio vida a una dulzura de alto vuelo: los famosos chocolates Águila.

 

El despegue

La historia comenzó en el año 1880, cuando Abel Saint concibe la para entonces llamada “Águila Saint”: una empresa dedicada, inicialmente, al tratado del café. El turno de los chocolates y demás derivados del cacao llegaría luego, y con fuertes aires de progreso a cuestas. El éxito fue tal que don Abel decide mudarse de su establecimiento en la calle Santiago del Estero, cercano a la plaza Constitución, a un espacio más propicio para su ascendente compañía. Es entonces cuando desembarca en la calle Herrera 855, en el vecino barrio de Barracas, allí donde conocería las mieles de su exitoso producto.

 

La familia unida

Con el viento a favor que le propiciaba su destacada calidad, los chocolates Águila lograron traspasar las fronteras de Buenos Aires. Mientras el local de Herrera crecía en dimensiones y ocupaciones (funcionaban allí los talleres de producción chocolatera y tratado del café, además de venta de productos), el resto del país veía florecer numerosas sucursales; así como las extranjeras ciudades de Asunción y Montevideo. ¡Si alcanzaron la centena y todo! Sólo que al bueno de Abel no le alcanzó la vida para presenciar tamaña obra. Fallecido en 1892, y con tan sólo 47 años, apenas pudo proyectar un imperio que  habrían de comandar los suyos. Para entonces, los Saint Laporte eran multitud en suelo argento: hijos, nietos y una decidida viuda (la también francesa Desiderata Petiers). Todos cuantos debían seguir la huella del visionario, y nutrir a una criatura que ya marchaba por el buen camino.

 

Alto vuelo

Así la historia, la auspiciosa “Águila Saint” se transformó, allá por el año 1923, en “Cafés, Chocolates Águila y Productos Saint Hnos S.A”. Claro que su producto estrella fue el chocolate para taza. Sí, sí, ¡las famosas barritas con las que preparar submarinos! Para entonces, corrían a lo pavote en festejos patrios y demás celebraciones. Aun así, los hermanos Saint seguían poniendo el ojo en la variedad. Con decirle que, entre los años ’30 y ’70, Águila llegó a tener cerca de cien productos en el mercado. ¡Y superarían los 300! Incluyendo, como no, a una yerba mate, y hasta a los famosísimos helados Laponia, cuya distribución incluyó a unos 700 vendedores ambulantes. ¿Qué era entonces del establecimiento de Herrera? Como buen gigante, la planta trabajaba a toda máquina. Y no sólo en la producción alimenticia propiamente dicha; sino que allí mismo funcionaba la imprenta desde la que se rotulaban los envases, y hasta la sastrería en la que se confeccionaban los uniformes del personal. ¿Qué tal?

 

¿Acaso en estas últimas décadas ha podido darse una vuelta por la calle Herrera? Apenas basta echar un vistazo al sobreviviente y reformulado predio para comprender las magnitudes del sueño que, quizá, ni el propio Abel Saint llegó a presagiar alguna vez. Cual custodias de tamaña historia, las águilas aún dicen presente en lo alto de los muros. La fábrica ya no es tal, pero el recuerdo permanece. Así como el sabor y hasta la propia denominación. Aunque bajo la producción de Arcor, desde el año 1993, Águila se resiste a abandonar su bien ganada fama. La de ser, ni más ni menos, que el nombre del Chocolate. ¿Qué mas decir?