Que de los pagos ingleses habríamos de heredar el fútbol nuestro de cada domingo (¡o por qué no esa pasión de cada día!) se lo hemos contado ya. Pero por si las moscas nos quedábamos cortos de aliento, la frescura de la menta vino de yapa. ¡Sí, señores! Resulta que la menta argenta también viene de Inglaterra, y con su buena dosis de sabor bajo el brazo. ¿Nos acompaña a conocer un poco más a cerca de esta histórica habitante de nuestro techo verde?
Radiografía
Se originó naturalmente en suelo inglés allá por el siglo XVII, y ya el siglo XXI la encuentra desparramada por el mundo entero. De allí que sea popularmente conocida como “menta inglesa”. ¿Y de qué va la doña? Se trata de una especie herbácea de tallos rectos y ramificados a más no poder, capaces de alcanzar cerca de un metro de altura y cuyas hojas de bordes “dentados” se ofrecen oscuras en la cara superior. Un deleite a los ojos cuando se combinan con sus pequeñas flores de color entre liliáceo y azulado, todas ellas en espigas que relucen a finales de verano. ¿Y qué pide a cambio? Suelos “flojitos”, más bien de tierra suelta que no asfixie a las raíces. Y si son húmedos, mejor, porque si bien no escapa al sol la menta prefiere la media sombra. Por lo que el agua en abundancia, aunque bien distribuida, es bienvenida. Eso sí, a la hora de las temperaturas, la menta es poco y nada pretenciosa: se banca de entre 5º a 40ºC sin desfallecer en el intento, aunque rondando los 20º sí que está como quiere. ¿Vio por qué la muy gaucha acabó prendiendo en latitudes varias?
¡Salud!
¿Y por casa como andamos? La mayor producción nacional de menta se concentra en Misiones, aunque Córdoba y San Luis por el centro, así como las cuyanas San Juan y Mendoza también cosechan lo suyo. Alguito en Tucumán y, cómo no, Buenos Aires. ¡Techo de Defensa 1344 incluido! Así que cuando tome una limonada fresca sentad@ a nuestra mesa… ya sabe de dónde viene su menta. Eso sí, sus usos son en verdad múltiples. Vea usted, la cuestión aromática siempre ha dominado el protagonismo de la menta a donde quiera que fuese. De hecho, el mentol (aceite esencial extraído de la menta) ya era utilizado por civilizaciones antiguas para la salud, ya sea a nivel respiratorio o circulatorio y también digestivo. A decir verdad, beneficios de los que aún sacamos provecho en tiempo presente: menta con bicarbonato de sodio y calcio resulta en pasta dental, y sin mayores artificios, sus hojas secas en la comida ya ayudan a la digestión (cuando no la industria farmacéutica la incluye en sus digestivos para, de paso cañazo, hacerle más amigable su sabor). Pero lo cierto es que a la hora de la cocina las hojas de menta también tienen lo suyo, y a ellos nos remitimos.
Mucho más que aroma
Frescas o desecadas, son aptas para más de lo que se imagina. Jugos y demás bebidas refrescantes (¡atención a los tragos!), sí, pero también infusiones e, incluso, no se sorprenda si le decimos que vinagres y aceites pueden aromatizarse con menta. Y si al sabor nos remitimos, en licores, sopas, salsas y postres es bien recibida (¿qué nos dice acaso de la clásica golosina de menta con chocolate?). Mismo las frituras, donde es capaz de aportar frescura y cierta ligereza. ¿Rellenos? ¿Qué tal papas o arroces? También. Y si se le anima a las ensaladas, ni hablar. Pues así como la albahaca, no hay receta puntual que se le resista. El secreto está, más bien, en combinar los sabores a dosis precisa. Pues, desde luego, la menta no pasará desapercibida al paladar. Pero en su justa medida, la sutileza puede ser palabra mayor. Amiga del limón y el romero, la menta vaya si puede dar su toque de distinción.
¿Vio qué tanto tiene para aportarnos la menta? Porque más allá de resfríos, gripes o indigestión, está ella al servicio del buen aroma y mejor sabor. Y desde estos lares, ya pusimos manos en acción. A provecho suyo, de todo corazón.