Batalla de Pavón, del caos a la República

FOTOTECA

En una Argentina sin Buenos Aires, la Batalla de Pavón, resultó ser, en sus escuetas dos horas, el puntapié de la República. Pase y lea.

A un lado de la contienda, la Confederación Argentina. Al otro, el Estado de Buenos Aires. ¿El ring de aquel fuego cruzado el 17 de septiembre de 1861? La estancia de la familia Palacios, bien cerquita del arroyo que supo dar nombre a este episodio: el arroyo Pavón, al sur de Santa Fe. Por el lado de la Confederación Argentina, el ejército confederal al mando de Justo José de Urquiza, gobernador de Entre Ríos, 18 mil hombres. Por el lado del Estado de Buenos Aires, y a cargo del gobernador Bartolomé Mitre, unos 15 mil. Eso sí, más de uno diría, mucho ruido y pocas nueces. Pues, resulta que la Batalla de Pavón duró tan solo dos horas. Pero representó mucho más que armas tomar. Cual caos que conduce a la creación, fue aquella disputa bélica el germen de la mismísima República Argentina.

Unidas, pero revueltas…

Claro que primero lo primero, porque no faltará quien se sorprenda al desayunarse que, alguna vez, existió un país sin Buenos Aires. ¿De qué iba entonces la llamada Confederación Argentina? De la unión de las provincias de Entre Ríos, Santa Fe, Corrientes y, en un principio, Buenos Aires. Todas ellas supieron firmar el llamado Pacto Federal, en el que asentaban, precisamente, la adhesión al federalismo como forma de gobierno, frente a la, para entonces liderada por José María Paz, Liga Unitaria. Sí, aquella historia de unitarios y federales que tanto le resuena. El caso fue que tras la captura de Paz la cuestión parecía haber llegado a su fin. El federalismo tomaba al fin forma, cuerpo en el territorio nacional, y fue entonces cuando otras nueve provincias se adhirieron a la Confederación: Catamarca, La Rioja, San Juan, Mendoza, San Luis, Santiago del Estero, Córdoba, Tucumán, Salta y, una vez separada de ésta última, Jujuy. Flor de alianza vigente por treinta años, de 1831 hasta 1861 (recuerde que para entonces la actual Patagonia era considerada territorio indígena). Sin embargo, el rejunte no hace la fuerza; sino la unión. Algo que, por cierto, brillaba por su ausencia. La Confederación no tenía acaso leyes ni autoridades nacionales, por lo que cada provincia tenía soberanía sobre sí misma. Solo que Buenos Aires era quien, finalmente, tenía la sartén por el mango. Y era esa una espina clavada para el resto de las provincias.

Tira y afloje

Para comenzar, Buenos Aires tenía a su cargo las relaciones internacionales. Más precisamente, su gobernador. Para entonces, Juan Manuel de Rosas. Palabras más, palabras menos, el mandamás encubierto. De hecho, Rosas era quien se oponía a la organización constitucional del país y la libre navegación de los ríos interiores sin previo desembolso en la aduana porteña. Ningún, tonto. ¿Verdad? De modo que Entre Ríos, no en vano su nombre, ladeada por del Paraná y el Uruguay, era una de las provincias a quien más le “irritaba” la postura rosista. Y por tanto, Urquiza, su gobernador, el más interesado en sancionar la Constitución y abrir el juego del comercio internacional al interior del país. Como quien no hace oídos sordos al asunto más con la sorna del caso, Rosas presentaba todos los años la renuncia a su cargo de “canciller”. Hasta que en 1851 Urquiza la aceptó. Definitivamente, la guerra había sido declarada, más no fuera escritorio de por medio. Así, en el Llamado Pronunciamiento de Urquiza, el 1 de mayo de ese mismo año, el gobernador de Entre Ríos asume el cargo de Rosas. Solo que Urquiza, quien de lerdo también tenía muy poco, se había ya asegurado el apoyo de Corrientes, Brasil y Uruguay para enfrentar a Rosas. Y enfrentamiento hubo.

Doble arremetida

Así fue como el 3 de febrero de 1852 Rosas fue derrotado a manos de Urquiza y compañía en la llamada Batalla de Caseros, la cual significó su exilio. Ya con la victoria en su haber, don Justo José reunió a los gobernadores en San Nicolás de los Arroyos para convocar al Congreso Constituyente de Santa Fe, quien sancionaría la Constitución Nacional en 1853. Fue aquel el Pacto de San Nicolás, durante el que también se nombró a Urquiza como director provisorio de la Confederación. Sin embargo, Buenos Aires no estuvo de acuerdo con lo allí acordado, de modo que decidió hacer rancho aparte y constituir un Estado independiente. Sí, otra vez el fantasma de unitarios versus federales. Pues otra vez se enfrentaban cara a cara la idea de una Buenos Aires como centro político del territorio y el federalismo pregonado por las provincias, con su propia autonomía. Por lo que Urquiza fue quien, una vez más, tomó el toro por las astas. Aunque de un modo para nada pacífico: volvió a atacar a buenos Aires y venció a las tropas porteñas en la batalla de Cepeda. Corría para entonces el año 1859. Derrotada nuevamente, Buenos Aires acordó su unión al resto de las provincias post lectura del texto constitucional. Surgieron entonces dos requisitos de parte de los porteños: que Buenos Aires no fuera la capital del país y que recibiera al fin una compensación por nacionalizar la aduana. El sucesor de Urquiza en la presidencia de la Confederación ya en 1860, Santiago Derqui, dio el visto bueno. Y el 21 de octubre de ese mismo año Bartolomé Mitre asumió como gobernador de Buenos Aires con jura de Constitución Nacional, reformulada ya a pedido de la provincia. ¿Llegaba el turno de fumar la pipa de la paz? Ni tanto…

Con la pólvora mojada

Ocurre que durante 1861, el Congreso Nacional rechazó la incorporación de diputados porteños, pues éstos habían sido elegidos bajo las reglas electorales de la provincia más no las de la Constitución Nacional. De modo que un nuevo fuego cruzado no se hizo esperar. El último. El de la batalla de Pavón. Solo que, esta vez, el triunfo fue de Buenos Aires, y significó el fin de la Confederación. ¿Qué si se trató de la batalla más peculiar de la historia argentina? Tal vez, pues Urquiza, líder aun fuera de su cargo de gobernador, se retiró del campo de batalla alegando problemas de salud, dejando la victoria en bandeja a un Bartolomé Mitre que, de hecho, a poco estaba de replegar sus tropas. Por cierto, inferior en número a las de sus oponentes. ¿Acaso fue la batalla de Pavón una suerte de teatro para un Urquiza cuya decisión de alejarse de la escena política ya estaba tomada? Y de haber sido así, ¿fue el modo más honroso de hacerlo? El caso fue que Mitre, respaldado por el Partido Liberal porteño, se hacían ahora del triunfal banquete; mientras que Derqui, sin aliados a la vista, quedó en Pampa y la vía. La Confederación se disolvió, Mitre asumió como presidente de la Nación y su cargo fue confirmado en las elecciones de 1862.

Así la historia, la unión nacional llegaba entonces para quedarse. Una república asomaba. Y una nueva Argentina comenzaba.