Como una historia que crece de boca en boca, Santos Vega ha ido encontrando su propio eco. Sólo que lejos de ser un residuo en el saber colectivo y popular, es la suya una presencia; así como en carne y hueso la fue. Payador visceral, Santos Vega ha sabido crecer tanto en su mito que hasta más de un@ se ha llegado preguntar si acaso no se trata más que de eso. Pues, ¿cómo contar quién ha sido ante tanta huella invisible? La sombra parece ser más grande que la luz de la certeza. Y sin embargo, Santos Vega es, está. Vivo en la pluma de quienes han recogido su impronta, su andar incasable. El del payador que, sólo y aún vencido por el diablo, ha ganado terrenal espacio en la cultura nacional.
Santo(s) mito
Para extranjeros y criollos, tal vez no haya habido misterio mayor que la “pampa”, un territorio vacante y presto a la conquista en los inicios del ya lejano siglo XIX. Conquista política, sí. Pero también imaginativa, pues el campo, esa vastedad oscura tan propia de sus noches, no ha hecho más que encender la mecha de la fantasía. Y allí Santos Vega… ¿cosa e’ Mandinga? Podrá decirse que es de no creer, pero una de las mayores certezas de nuestro payador protagonista es que ha muerto en un contrapunto de payada a manos de Juan Gualberto Godoy, en 1824. Y que al decir del puño de Rafael Obligado, no ha sido éste sino el mismísimo diablo. Dicho en lenguaje gaucho: “Mandinga”. Ahora bien, ¿qué sabemos de los orígenes de Vega, más allá de tan afamado final? Que puedo haber sido hijo de andaluces, arribados del puerto de Cádiz allá por 1770; y que ya valiéndose por sí mismo supo recorrer la llanura a pura improvisación, encarnando la figura del payador errante, omnipresente. Así recogida su imagen por la propia literatura más a modo de mito que de ser humano. ¿Será, entonces, que Juan Gualberto Godoy no pudo haber sido otro que el diablo, en tanto nadie más que él era capaz de realizar tal proeza? ¿Cómo acabar al fin con una existencia mitológica? El caso es que don Godoy fue tan de carne y hueso como usted y yo. Se dice de él que fue un político y periodista mendocino, –unitario, en aquellos tiempos de celeste o rojo punzó– y que ocupó un cargo diplomático en Chile. Y si de Santos hablamos, aunque la pista es difusa, pista es al fin. Veamos…
Con la pluma y la palabra
Si Santos vega supo ir de pago en pago, no hay exactitud mayor en cuanto a su vida que la que se pudo ir recogiendo de boca en boca; de a trozos de mapa. Yendo de atrás para delante, los restos de Santos vega fueron encontrados allá por 1945 en el paraje Las Tijeras, partido bonaerense de General Lavalle, a 10 km de San Clemente del Tuyú, donde una escultura de manos de Luis Perlollti le rinde homenaje desde 1948. Las coordenadas hacen sentido con el que hecho de que el médico y naturalista Francisco Muñiz, cirujano de tropas en Chascomús durante los tiempos rosistas, haya anotado en sus “Memorias” a cerca de la presencia de Vega en sitios tales como Dolores, localidad situada en el radio zonal (sin ir más lejos, ¿recuerda lo dicho sobre su paso por el almacén de Payró?). Sin embargo, no fue sino hasta 1838 que Santos Vega fue abordado, letras mediante, desde la poesía. Fue entonces de la mano de Bartolomé Mitre, a quien le seguiría Hilario Ascasubi, con su poema “Santos Vega o los mellizos de la flor”: El más viejo se llamaba/ Santos Vega el payador, / gaucho el más concertador/ que en ese tiempo privaba/ de escribido y de lector. Ya para 1880, llegaría el turno de la novela “Santos Vega”, escrita por Eduardo Gutiérrez, autor de Juan Moreira.
Obligado a la leyenda
Aún así, la fama mayúscula de este payador no se daría sino hasta la intervención del ya citado Rafael Obligado. Fue él quien, en 1885, dentro de su libro “poesías”, publicó el poema “Santos Vega”, el cual amplió con posterioridad a modo de obra independiente. Lo curioso es que no solo se trató de una obra póstuma a don Vega, así como buena parte de sus antecesoras, sino que el bueno de Obligado ni siquiera fue contemporáneo al payador, en tanto nació en 1851. ¿Ve así el poder de la palabra a lo largo de los años, a la hora de engrandecer y prolongar la figura de Santos Vega? De hecho, al decir de Rafael, fue un viejo puestero que supo darle refugio en su rancho quien le contó que en las noches nubladas, si colgaba la guitarra en el crucero de un pozo, el alma del payador la hacía sonar. Por lo que, desde entonces, Santos Vega fue para el poeta mucho más que una curiosidad. Tal vez una musa, o esa atracción que todo misterio trae consigo. Y así, todo el simbolismo del que tanto el payador como su verdugo se hicieron en su poema de cuatro cantos: el alma del payador, la prenda del payador, el himno del payador y la muerte del payador.
Que Rafael Obligado hizo de Juan Galberto Godoy (llamado, Juan Sin Ropa) el cuerpo del progreso frente al tradicionalismo que representaba Santos Vega, y así éste vencido por él. Que sólo entonces, en la payada final, ese joven lleno de mañana fue capaz de mostrarse como el “diablo” que era. Y que tras la muerte, se hizo serpiente sobre el ombú bajo el que el payador descansaba entonces, dando inicio al mito. Todo eso se ha dicho en torno a esta obra “huella” de la literatura nacional. Pues, por sobre todo, el mayor contrapunto que, para Obligado, el contrapunto entre Santos Vega y Juan sin Ropa encerraba consigo, era el de un ayer que pugnaba por no desaparecer en manos del siempre filosa avanzada de la modernidad; así como Santos Vega y su alma hecha canción no lo han hecho. “Juan Sin Ropa se alzó en tanto, / bajo el árbol se empinó,/un verde gajo tocó, / y tembló la muchedumbre, / porque echando roja lumbre, /aquel gajo se inflamó” (…) “y los años dispersaron/ los testigos de aquel duelo; / pero un viejo y noble abuelo, / así el cuento terminó: / “Y si cantando murió / aquel que vivió cantando, / fue, decía suspirando, / porque el diablo lo venció.”