Evaristo Carriego, versos a la orilla

FOTOTECA

Primer poeta en hacer del suburbio su sentir y decir, Evaristo Carriego fue poesía, germen y legado. Hoy damos voz a su olvidada memoria.

Que nació en Entre Ríos, en 1883, pero que mamó la ciudad de Buenos Aires como pocos. Recorriendo las callecitas porteñas, los para entonces suburbios palermitanos en los inicios del siglo XIX. Sí, tiempos de inmigrantes, de conventillos y arrabales, de guapos y compadritos. Pura sustancia, tinta para el puño de don Evaristo Carriego. El poeta que hizo de las orillas su centro. El de su arte y letras. ¿Gusta leerlo con nosotros?

El huevo y la gallina

¿Será que los suburbios hicieron al gran Evaristo Carriego o que él los concibió como un decir desde su poesía? Como una atmósfera, un escenario literario, un sentir susceptible de palabras que vaya si supo estar al servicio del querido 2×4; música orillera por excelencia. De modo que unos cuantos tangueros habrían de recoger el guante de la prosa de Carriego, aquella por la que pasaron gringos, malevos y obreros. Más también el amor, la amistad, los cafés. Un poco de barrio, como aquel en que se hallaba la casa en la que su familia se instaló allá por 1889: calle Honduras, entre Bulnes y Mario Bravo. Palermo puro y duro, lo dicho. Por lo que su obra fue un modo de asomarse a las ventanas. Aunque Evaristo Carriego recorría, caminaba, se hacía de la materia de su lírica en la piel. Muy especialmente, al encausar su vida en dirección a las letras tras ser rechazado en el Colegio Militar de la Nación por miopía. Sin embargo, durante sus largos merodeos urbanos, donde Carriego posaba los ojos ponía el verso, alimentando por cuanta lectura se topara. Lo suyo fue poesía al leer y andar, sin más. Aunque su gusto literario supo inclinarse hacia escritores de la talla de Miguel de Cervantes, Alejandro Dumas, Víctor Hugo, José Hernández y Rubén Darío. De hecho, con tan solo 20 años, y tras habiendo comenzado a escribir poesía a los 18, fue un asiduo concurrente de tertulias literarias.

Poesía por aquí, poesía por allá

¿Qué si, de puro gurrumín, Evaristo Carriego apenas si asomaba sus narices por aquellos encuentros? Nada de eso, lo suyo fue una presencia activa. Iba para arriba y para abajo entre el sótano del Royal Keller (el Olimpo de los literatos, ¿lo recuerda?) y el más al descubierto Café de los Inmortales. Pero también hacía sus paradas en la redacción de La Nación y Última hora, así como en el periódico anarquista La Protesta. Aunque fueron sus composiciones publicadas en Caras y Caretas aquellas que más lo lanzaron a la popularidad. Discreta, breve, efímera. Como su vida. Aquella que dijo adiós en 1912 (¿por casusa de una peritonitis o tuberculosis?, pero por la que parece haber visto pasar todo cuanto precisaba para ser el poeta que fue, para poner verso a las pasiones y tristezas cotidianas de la gente común, de los humildes, de los barrios en su simpleza nostálgica. ¿No hemos dicho, acaso, su poesía supo hacer buenas migas con el tango? Como un signo de sus últimos años, aún en la juventud de esos 29 años con los que se despidió, dicha suerte de melancolía también halló eco en su obra, empatizando con el sufrimiento silencioso y anónimos de las vidas que se pierden en la multitud.

Voz póstuma

La canción del barrio fue el libro que, publicado tras su partida, recogió aquellos últimos poemas. Y a partir de él, sucesivas ediciones de Poesías completas. Mientras que por el lado de los cuentos, la Flor del arrabal, asomó en 1927. ¿Acaso ninguna publicación en vida? Tan sólo una: Misas herejes, en 1908. Pues parece que de poesía a flor de labios fue la cosa para Evaristo Carriego, quien escribía menos de lo que recitaba. Como si manase de sí el torrente poético del modo en que sentía la ciudad, sus calles, su gente. Sin ir más lejos, otra de las perlas que habría de dejar Evaristo Carriego se tituló Los que pasan: una obra de teatro de un solo acto, la única en toda su obra, publicada en el número 80 de la revista Ideas y Figuras, en diciembre de 1912. Pero lo cierto es que trascendería el papel. A modo de homenaje, dos meses después de su partida, la familia de Evaristo Carriego gestionó su estreno sobre las tablas, y nada menos que en el teatro El Nacional. Dos únicas presentaciones de la mano de la actriz María Gómez. Claro que el poeta orillero aún tendría más para dar de sí, incluso en su ausencia. En 1975, se declara por ley nacional la expropiación de su casa para convertirla en museo y biblioteca pública. Por cuanto la para entonces Municipalidad de Buenos Aires compró, dos años después, la casa a los sobrinos de Evaristo. Algo empezaba a cocinarse puertas adentro…

Para septiembre de 1981 quedaba entonces inaugurada la casa Carriego o “Casa de la Poesía”, donde lecturas y presentaciones de libros tuvieron lugar a sus anchas, y de vos de grandes figuras de las letras tales como Olga Orozco, Irene Guss y Leónidas Lamborghini, entre otras tantas. Una demolición parcial en 2014 hizo que la casa debiera ser reconstruida, para reabrir definitivamente en 2022, con reacondicionamiento de azulejos y pisos históricos incluido; además de las correspondientes tareas de mantenimiento y restauración de todo el espacio. Allí donde la memoria del poeta todavía habita, del patio a las ventanas y de las ventanas al umbral. Se asoma, va y viene, y recita esas orillas que siempre la portará consigo, como un Alma del suburbio:

El gringo musicante ya desafina
en la suave habenera provocadora
cuando se anuncia, a voces, desde la esquina
“el boletín famoso de última hora”

Entre algarabía del conventillo
esquivando empujones pasa ligero
pues trae noticias, uno que otro chiquillo,
divulgando las nuevas del pregonero

(…)

Soñoliento, con cara de taciturno
cruzando lentamente los arrabales,
allí va el gringo ¡Pobre Chopin nocturno
de las costureritas sentimentales!

¡Allá va el gringo! ¡Como bestia paciente
que uncida a un viejo carro de la Harmonía
arrastrase en silencio, pesadamente,
el alma del suburbio, ruda y sombría!