“Pueblo alguero”, tal como ha sido bautizado en honor a su único recurso económico: las algas. Pueblo alguero, sí. Tal como ha sido concebido por su pionero: un inmigrante andaluz que arribó a estos pagos sureños para hacer vida e historia. La de Bahía Bustamante, perla del Atlántico situada en la Provincia de Chubut, 180km al norte de Comodoro Rivadavia. Allí donde la naturaleza abunda sin más; y donde el ingenio y el esfuerzo dieron sus merecidos frutos.
Qué tiempos aquellos…
Sopla, y de lo lindo, el viento a la vera del océano. Allí donde cipreses y tamariscos parecen bancar la parada, resguardar con su abrazo la prolija traza de calles cuyos rótulos develan una identidad toda: avenida Gigartinas, pasaje Gelidium, avenida Gracilaria… Sí, sólo nombres de algas, el combustible económico de Bahía Bustamante. Pueblo cuyos habitantes no llegan al medio centenar; pero que, en sus tiempos mozos, allá por los años ’60 y ’70, llegó a cobijar alrededor de 400 personas. La recolección de algas lo hacía posible. Así lo fue hasta el año 1982, cuando un derrame petrolero oscureció el mar e hizo mella en la actividad. Esa que, aún sin llegar a recuperar sus viejos esplendores, no habría de darse por vencida. Allí está Bahía Bustamante, firme y erguida en la Patagonia chubutense, custodiando el legado de sus años dorados: una iglesia, una escuela hoy convertida en museo (con fotografías, recortes de diarios y herramientas de otras épocas), una comisaría con dos calabozos que no se privan de oficiar de vestuarios para los buzos que buscan algas mar dentro… y el cementerio, sí. Allí donde descansa el padre de la criatura: Lorenzo Soriano.
De algas y algo más
Cuando don Lorenzo no había aún ni asomado las narices por aquí, en estos pagos no había más que un añejo almacén: Lo de López, allí donde la gente se reunía a esperar el barco que cargaba la producción lanera de las estancias vecinas. Nada por aquí, nada por allá. ¡Ni agua, siquiera! Tan sólo el mar que bañaba las pedregosas costas. Por cierto, pobladas por un sin fin de algas. Esas a las que el bueno de Soriano, allá por los años ’50, habría de sacar su buen provecho. Ocurre que, para entonces, este andaluz se dedicaba a la cosmética. Más precisamente, a la fabricación de fijadores para el cabello. Y sin goma arábiga a la vista -materia prima indispensable-, Lorenzo no encontró mejor sustituto que el que le proveían las abundantes algas. Y no contento con ello, fue por más: a partir de una variedad denominada gracilaria, obtuvo un gelificante natural de gran uso en la industria alimentaria. El viejo y conocido Agar Agar. ¿Satisfecho, ya? Claro que no. Ese fue sólo el comienzo: los productos con algas comenzaron a sucederse y diversificarse, dando origen a una empresa familiar que aún hoy tiene su planta en la localidad de Gaiman. Al tiempo que Bahía Bustamante comenzó a ser un pueblo hecho y derecho, con todas las letras. Ah…y con agua. Pues don Lorenzo se encargó de comprar una estancia vecina: Las Mercedes, desde donde construyó un acueducto de 26km.
A puertas abiertas
Portando la misma sangre andaluza, y el mismo espíritu emprendedor, Matías, nieto Soriano, continuó renovando los aires del pueblo que fundara su abuelo: abrió las puertas de Bahía Bustamante al turismo. ¿Cómo? Abriendo, esta vez, literalmente, las puertas de antiguas cabañas que pertenecieran a personal de alto rango a cuanto huésped se propusiera disfrutar de la enorme, aunque no menos singular, belleza local. Y con gran tributo a la buena mesa: los platos caseritos marchan desde la antigua proveeduría, allí donde la gente hacía largas colas llegado el tiempo de recolección de algas, o cuando las procesiones tocaban la puerta del pueblo. Ya sin multitudes, pero en medio de una agradecida calma, esta patria alguera tiene sobradas razones para visitarla. Sus costas forman parte del Parque Nacional “Patagonia Austral”. El cual protege una milla marina -partiendo desde la costa y en torno a más de 40 islas- desde el cabo Dos Bahías hasta el sur de la Caleta Malaspina. Ostreros, patos crestones, quetros, cormoranes reales y negros son de la partida en las orillas de Bahía Bustamante. Al tiempo que lobos, pingüinos, petreles y garzas blancas pueblan las islas que asoman en las inmediaciones.
Naturaleza sin más, disfrutable como en pocos sitios en Bahía Bustamante. Allí donde la bandera de la sustentabilidad flamea bien alto; y donde, a fin de cuentas, las algas y el ímpetu de un empecinado andaluz, lo han hecho posible.