Bataclana, ninguna fulana

FOTOTECA

Hijas del Bataclan porteño, las bataclanas se hicieron buena fama con las plumas y la palabra, esa que trascendió hasta nuestros días.

Firme y decida fue la pluma de Juan Bauer, en su tango “No te quiero más”, allá por 1924. Nada de amores compartidos, no señor. Que en asuntos del corazón, no hay excusa que valga: “Ya no me importa/ que te hagás la bataclana/ ni que me digas/ que tu amor es un mishé/ ni que me batas/ cuando vengas de mañana/que es un amigo y hay que seguirle el tren”. Tres años más tarde, el “Garufa” de los uruguayos Víctor Soliño y Roberto Fontaina también dejaba las cosas claras: “tenés más pretensiones que bataclana/ que hubiera hecho suceso con un gotán”. Ya lo ve usted, la bataclana pisó tan fuerte en el 2×4 como en el escenario que la vio nacer. La pregunta es, ¿de quién hablamos exactamente?

¡Bienvenue Bataclan!

Para llegar al meollo del asunto, cierto es que debemos recurrir al padre de la criatura. Un franchute de importación: el mítico Bataclan parisino. Situada en el boulevard Voltaire, esta sala de espectáculos nacida en 1864 vivió sus años dorados a inicios del siglo XX. Historia repetida para una Buenos Aires ávida de cuanto suceso transoceánico se sucediera. Muy especialmente, de si de la ciudad luz provenía. ¡Bienvenido Bataclan! Con todo su esplendor a cuestas, la compañía teatral desembarcó en suelo Sudamericano a pura expectativa. De la mano de su directora, Madame Benedicte Rasimi, el show del Bataclan desparramó belleza y seducción. ¿Quiere una muestra? Tome este botón: Buenos Aires se dio el lujo de tener sobre sus tablas al cantante Maurice Chevalier y a la vedette Jeanne Bourgeois, más conocida como Mistinguett. Sí, la misma que, cigarro en mano, deslumbraría con sus piernas en el porteño Tabarís. Sin embargo, la gira fue un chasco financiero para la compañía. Aquella que pudo haber marchado con pena; pero no sin gloria. Gracias a su paso por estos pagos, la “bataclana” había llegado para no partir.

Versión nacional

El hecho es que mientras el Bataclan la descocía en París, aquí se hacía lo que podía. En aquellos primeros años del siglo XX, Buenos Aires vio nacer salas de espectáculos en las que se amontonaban niños bien, chantapufis, patoteros y vaya uno a saber que otros sujetos más, dentro de la nutrida galería de personajes a la que ha dado vida esta generosa Buenos Aires. Imagínese, con tamaña mescolanza, más de una vez ardió Troya. Entre humo y alcohol, si el espectáculo no saciaba las expectativas, fácil era que se desatara la hecatombe. Algo de lo que largo y tendido supo la sala “El Alcázar” (situada en la calle Victoria 197, actual Hipólito Yrogoyen 811). Uno de los desafortunados artistas de este reducto (donde, se dice, se bailó el sugerente can-can por primera vez) fue el tenor francés Luis Forlett, quien a pesar de su mal paso por el escenario tuvo mejor fortuna tablas abajo. Resulta que el Don se convirtió en regente del sitio, allá por 1878; y lo propio haría con “El Pasatiempo” (ubicado en la calle Paraná 345). Eso sí, ni lento ni perezoso, Forlett fue por más: los teatros “Variedades”, “Casino” y “Ba-ta-clan”. Sí, sí, leyó bien. El paso de la compañía francesa dejó su huella. Y así fue como, en los años ’20, Buenos Aires tuvo su propio Bataclan. Tomá mate.

Bataclana de Bataclan

Tal como dicen, las comparaciones siempre son odiosas, vio. Por lo que bien vale evitarlas. Claro está, el Bataclan porteño lejos estuvo de su musa inspiradora; pero bien que tenía lo suyo: cultor del “género alegre”, como solía llamarse a la revista y el varieté, sirvió de trampolín para más de una “bataclana”. ¿Sabe quién dio sus primeros pasos allí? Nada menos que Tita Merello. Fue en aquellas tablas, las de la calle 25 de Mayo 462, que la morocha se hizo su buena fama como corista. Tanto así, que el mote de “bataclana” se extendió a todas las cantantes y bailarinas de teatros y salas de espectáculos de la ciudad. Y como las buenas mozas salían a escena ligeritas de ropas, el término en cuestión acabó también por referir, aunque de modo despectivo, a las mujeres de “mala vida”. ¿Bataclana? Sí, a mucha honra: en la piel de a una corista, la actriz Niní Marshall personificó la originaria acepción del término en la pantalla grande. En 1941, la gran Niní se lució en el protagónico de “Yo quiero ser bataclana”. Y vaya si acaparó miradas…

A todo esto, ¿que fue Madame Risimi y compañía? Con la impiadosa crisis del ’30, la quiebra golpeó la puerta del Bataclan: se convirtió en cine y posterior sala de conciertos. Mientras que peor suerte sufrió su tocayo porteño. Nada queda ya del “Ba-ta-clan” local… ¿o sí? Las voces, los brillos y las plumas de las bataclanas. Esas que supieron ganarse su buen lugar en el diccionario argento.

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