Que el árbol no nos tape el bosque, afirma el popular dicho. Pero si del Bosque Atlántico hablamos, es el árbol quien nos abre las puertas del bosque. Uno más uno más otro. Para, al fin de cuentas, abrir las puertas al futuro mismo. Pues si de cambio climático hablamos, si de paliar su impacto y procurar una vida mejor, un mundo habitable se trata, la restauración forestal es el camino. Y por él ya se ha emprendido la marcha. ¿Nos acompaña?
A brazo compartido
Uno de los más prometedores y relevantes del mundo. Así fue reconocido por la ONU (Organización de las Naciones Unidas) el trabajo de restauración forestal del Bosque Atlántico al nombrarlo Iniciativa Emblemática de Restauración Mundial de la Década. Un trabajo a brazo compartido entre PACTO, una colación que reúne más de trescientas organizaciones multisectoriales en pos de restaurar la Mata Atlántica, y la Red Trinacional de Restauración del Bosque Atlántico, desde la que treinta organizaciones de Argentina, Brasil y Paraguay se abocan a la Ecorregión del Alto Paraná compartida por los tres países. Colectividad pura para una tarea tan tiránica como vital, en la que se entretejen variables tanto ecológicas como socioeconómicas. ¿El objetivo? Restaurar 15 millones de hectáreas de Bosque Atlántico para el 2050. Y lo cierto es que aunque suene lejano, aunque los coletazos del daño medioambiental parecieran no dar tregua, tal vez la naturaleza misma nos enseñe desde su propia sabiduría: el respeto al proceso. Pues no hay sustentabilidad sin miras a largo plazo. Acaso los resultados, lejos de ser un alivio momentáneo, también ese bienestar que precisamos, perdure.
Gigante herido
El caso es, ¿de qué hablamos cuando hablamos de Bosque Atlántico? Se trata de uno de los bosques con mayor diversidad de vida nuestro planeta. Extendido a lo largo de la costa oriental de Brasil, se abre paso tierra dentro en Paraguay y Argentina, en la llamada Selva Paranaense o Selva Misionera. Y para muestra de su riqueza biológica, basta con mencionar que contiene el 7% de las especies de plantas y el 5% de las especies de animales vertebrados del mundo. Con la particularidad de que muchas de ellas no se encuentran en ningún otro lugar, lo que conviene al Bosque Atlántico en el hogar de muchas especies endémicas, que en caso de extinguirse allí, desaparecerían de la Tierra. Tal es el caso del yaguareté, cuya presencia es de menos del 1% respecto al total de población que, se estima, existió antes de la llegada de los conquistadores europeos (los últimos datos de monitoreo del año 2021 indican que se mantiene una población de 90 yaguaretés en un bloque continuo del Bosque Atlántico del Alto Paraná, integrado por la selva misionera argentina y los Parques do Iguacu y do Turvo de Brasil). De hecho, el sostenido proceso de degradación del Bosque Atlántico en Brasil halla su origen hace unos quinientos años (la primera expedición portuguesa arribó al actual territorio brasileño en el 1500), a partir de la sobreexplotación de especies maderables. Mientras que en el caso de Argentina y Paraguay se remonta a alrededor de cien años, más acá en el tiempo, también a manos de la deforestación y modificaciones en el uso de los suelos por tareas agrícolas. Claro que, en este sentido, el extractivismo no solo “depreda” en lo inmediato a especies vegetales y animales, sino a millones de personas (se calcula alrededor de 150) que viven y dependen a nivel sociocultural y económico de cuanto les brinda el Bosque Atlántico: agua, energía, la protección del suelo que éste implica, etc.
Verde esperanza
¿Cuál es la premisa que enciende entonces la esperanza? La que la misma naturaleza nos revela: su capacidad de regeneración. Desde cada nuevo brote, ella nos demuestra que su curación es posible mientras se lo permitamos, mientras no atentemos contra tan orgánico desarrollo. Colaborándole acaso, es que no obtendremos más que beneficios colaterales. Pues más allá de la vida por la vida misma, la restauración del Bosque Atlántico implicará también la generación de empleos e ingresos limpios, en comunión con el ambiente. Alzando bandera por la conservación de las especies, la educación ambiental y la participación de las comunidades locales, esta pacífica pero activa cruzada es posible. El planeta Tierra, nuestra casa mayor, y las generaciones futuras, vaya si la agradecerán.