Tentempié, engaña estómago, desayuno tardío, almuerzo tempranero, o, simplemente, brunch. Acaso este término anglosajón es capaz de reunir en su significado todo lo dicho hasta aquí. Devenido de la conjunción de las palabras breakfast y lunch (desayuno y almuerzo, respectivamente), remite a una costumbre y, ya hoy en día, tendencia gastronómica agradecida por unos cuantos: dormilones, amantes de la fiaca dominguera, afiebrados juergueros de sábado por la noche, indefensos mártires de la resaca, y la lista sigue. ¿Es usted de esos que sale disparado de su casa, sin dar tiempo al desayuno, y a media mañana quisiera comerse hasta la mismísima mesa? ¿Acaso prefiere evitar almuerzos suculentos, de esos que culminan en una inevitable modorra, y disfrutar de un día pum para arriba? ¡Bienvenido sea el brunch!
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¿Y de donde piensa usted que pudo haber surgido este nuevo hábito de comida? ¿Será que es propiedad intelectual de alguna cosmopolita ciudad estadounidense? La respuesta es no. Aunque no lo vaya a creer, la estructurada sociedad británica, aquella que ha sabido practicar a rajatabla la secuencia de breakfast, lunch, el infaltable y puntualísimo five o’clock tea y dinner, fue quien pateó el tablero de tanta rigurosidad. Y lo ha hecho en el siglo XIX. El tema pasa por determinar quien se adjudica los derechos de autor de tan revolucionaria costumbre. Algunas versiones indican que el brunch ha aparecido por primera vez en las líneas de la revista Punch, dando a conocer, allá por 1896, las buenas panzadas que, cada domingo, los sirvientes de la aristocracia británica se hacían con los productos propios del ya servido desayuno y otras comidas tales como el venidero almuerzo.
Sin embargo, otras voces indican que el periodista Guy Beringer ha metido sus narices en el asunto un año antes, y no para chismorrear sobre las costumbres del servicio doméstico; sino para dar lugar una creación propia, aquella que respondió a una particular musa: la resaca. Resulta que este buen hombre no tuvo mejor idea que compartir la novedosa ingesta con la que quitaba de encima los resabios de sus noches de alcoholes; por lo que, en 1895, publicó en el semanario Hunter’s Weekly una nota titulada “Brunch: a plea”. Vaya a saber qué tanto empinaba el codo este don, como para hacer del brunch una literal súplica. Lo cierto es que, según él, no había nada mejor que decantar las borracheras y sus horrendos efectos con una comida mixta, donde, sin recurrir a suculentos platos, pudiera ingerir harinas, proteínas y frescas frutas en combinación con tés. Pura hidratación sin resignar saciedad; aunque evitando todo tipo de inoportunos atracos. Plan ideal para acallar el estómago y ahuyentar los dolores de cabeza ¿Qué tal?
Onda expansiva
Imagine usted que tan buena nueva no tardaría en traspasar las fronteras británicas; por lo que, allá por los años 20, ya en el siglo XX, el brunch desembarcó en los Estados Unidos. ¿Habrá sido la fatua Nueva York su sitio de anclaje? Para sorpresa de muchos, quien le otorgara carta de ciudadanía americana sería nada menos que Chicago, ciudad de stopovers para las estrellas de cine, antes de volar fuera del continente. ¿Y qué mejor que recuperarse de aquellas 24 horas de escala que con una nutritiva pero liviana ingesta? Así fue como el brunch no sólo fue cosa de borrachines; sino de celebrities. Lo cierto es que, sea cual fuere la condición de quien se rindiera a las bondades de esta modalidad gastronómica, sin dudas que, desde sus inicios, ha asomado como la comida “del día después”; aunque jactándose de representar un más que buen modo de comenzar. ¿Cómo? En clara referencia a su nombre, tomando ingredientes y preparaciones típicas del desayuno (panificados, facturas, galletas, crepes, infusiones, jugos, frutas, dulces, manteca y hasta quesos untables) en combinación con sabores más tendientes al almuerzo (quesos, fiambres, huevos revueltos y algún que otro mix de vegetales). Incluso, para quienes sólo se trate de un comienzo tardío y fiacoso del día, sin resaca a la vista, es posible incluir alguna copita de alcohol, más no sea disfrazada en un frutado trago. El gusto y la imaginación -por qué no aquello con lo que contemos en la heladera- mandan. Claro que las costumbres y culturas aportan lo propio: pues es muy probable que las salchichas sean moneda corriente en más de brunch norteamericano; mientras que, aquí en argentina, no sabe nada mal hacerle un lugarcito a la pava. Porque unos buenos verdes, sí que no se negocian.
Y a ello lo invitamos, parroquiano amigo. A que mate y bombilla pasen de mano, entre chipa y chipa, entre tostada y tostada; mientras la picadita llama a que pinche y no deje de pinchar, sin vergüenza alguna, porque el único vigilante a la vista es el del queso y dulce allí también presente. Sea usted un dormilón de aquellos, una recurrente víctima de la resaca (¿por casualidad alguna, tiene aires de celebridad trasnochada?), o si, simplemente, anda con ganas de empezar el día a pura energía pero sin apuros, aquí lo esperamos para compartirle nuestro brunch dominguero. Inmejorable manera de pasar de la sábana al mantel, sin que la indigestión le pase factura.