Dígame si toda la vida no ha creído, estimado paisano, que el caballo ha llegado a América de la mano de los conquistadores. ¿Qué si aquello es cierto? Pues sí y no. A las voces de que desde antaño así lo indican debemos darle la derecha en un sentido: efectivamente, el caballo que hoy conocemos usted y yo, ese fiel ladero del gauchaje nacional, desciende de la raza equina que trajeran los españoles. Sin embargo…. ¿han sido aquellos los primeros que habitaran el continente? Pa’ que se le chifle la boina de la sorpresa, debo confesarle que no. En América del Sur existió un antecesor autóctono del que pocos saben, aquel cuyo porte semejaba al de una cebra africana; sólo que algo más petiso que ella, con extremidades más bien cortas y un aspecto más regordete (entre 400 y 600 kilos de peso) ¿Y a qué no sabe quién ha descubierto su primer fósil? Si, si. El genio de Charles Darwin. ¡Habemus caballo! O mejor dicho, Hippidion, como ha sido bautizado por la paleontología.
Rumbo sur
Lo cierto es que el Hippidion tampoco ha nacido de un repollo: se lo considera descendiente del Pliohippus, caballo que emigró a Sudamérica desde el norte del continente hace aproximadamente tres millones de años, luego de que quedara establecido el Istmo de Panamá, accidente que diera sitio a lo que los biólogos llaman el “Gran Intercambio Americano”. La pregunta es… ¿por qué “Hippidion”? Por su significado: “caballito”. Diminutivo que no desentonaba para nada con el tamaño exhibido por las distintas especies del género que habitaran Sudamérica durante la quinta y sexta época del Cenozoico. Por cierto, muy similar al de un pony actual. ¿Qué cuantas especies de Hippidions hubo? Tres, no demasiadas. Eso sí, pronúncielas con paciencia: Hippidion saldiasi Roth, Hippidion principale y Hippidion devillei. Veamos entonces de qué iba cada una de ellas.
El juego de las diferencias
El Hippidion saldiasi es, acaso, el más reciente -si es que tal término cabe, habiendo millonadas de años de por medio-. Y se bancó bien bancadas las condiciones más extremas. Así es, esta especie habitó la Patagonia argentina (se han hallado fósiles en la Provincia de Santa Cruz) y también los limítrofes sectores chilenos; al tiempo que, se cree, pudo haber habitado la puna jujeña.
Por su parte, el Hippidion principale constituye la especie más grande del género. Sus restos fueron hallados tanto en Lagoa Santa, Brasil; como en Tarija, Bolivia (donde residieron los mayores de la especie); Chacabuco, Chile; Artigas (donde se encontraban los menores), Uruguay; y la Provincia de Buenos Aires.
Finalmente, el Hippidion devillei es una especie intermedia entre las anteriores, en lo que a tamaño refiere. Además de distinguirse por su perfil convexo. También ha sido hallado en Tarija y en la localidad de Tirapata, Perú. Dentro de Argentina, en la Provincia de Buenos Aires y en la Quebrada de Humahuaca.
Para el recuerdo
Todo muy claro hasta aquí. Aunque… ¿Qué ha pasado, en resumidas cuentas, con el bien llamada caballo americano? Este primitivo equino se extinguió antes de que el caballo europeo anduviera por estos pagos, en los tiempos de la conquista. Los aborígenes convivieron con estos ejemplares cerca de 4.000 años, y nunca llegaron a domesticarlos; sino que los utilizaron como alimento (así se corroboró en hallazgos arqueológicos). Imagínese el desenlace, entonces. La caza hizo estragos. Tan desmedida captura acabó con la continuidad de los Hippidion. Y eso que había de lo lindo: cubrieron casi todo el país. Desde el altiplano hasta la Patagonia, pero muy especialmente, en las pampas. Allí donde, sin jinete a la vista, signarían el destino los verdes llanos: el de vibrar al ritmo del relinche y el galope. Porque aquí, en suelo nacional, los caballos no son ningún cuento chino; ni mucho menos español. Con sangre americana, érase una vez el Hippidion. Ahora usted también lo sabe.