Caramelo se dice Chuenga

FOTOTECA

Historia de un hombre que hizo de sus caramelos su oficio y su alias: Chuenga, un sobreviviente en la memoria popular.

Desde que el “football” se convirtió en nuestro viejo y querido “fútbol”, la terminología futbolera ha sufrido más de una argentinización. Sí, desde que el “football” es “fútbol” el “off side” es “or sai’”, el “foul” es “ful”, y el “chewing gum”… nada menos que el “chuenga”. ¿Chicles, gomitas masticables? Nada de meras golosinas, pues la celebridad de estos caramelos ha sido tal que hasta ha rebautizado al mismísimo creador: José Eduardo Pastor. Sí, Chuenga para los amigos, para los futboleros de ley, asiduos concurres del tablón. Ese por el que Pastor deambulaba con la cancha de un número 10, ofreciendo sus dulces creaciones como el infalible antídoto contra la amargura de un gol rival. Personaje urbano de aquellos, el Chuenga es, aún hoy, memoria y nostalgia de una Buenos Aires de antaño.

Chuenga viejo y peludo

Flaco, algo encorvado, levemente chueco, portador de prendas multicolores (¡cómo olvidar sus indiscretos sweaters a rayas!)….inconfundible. Si, ese era el Chuenga, con su bolsa de lona repleta de caramelos, aquellos que él mismo fabricaba junto a su esposa Victoria Strozzo. ¿Será que aquel bolsón no tenía fondo? ¿Cómo hacía este Don para que su producción caramelera no se agotara en los 90 minutos de partido? Ni en el alargue…Ojo, no vaya a creer que era por falta de demanda, no. Al grito de “chuenga, chuengaaaa”, el bueno de José se hacía oír por todo el estadio, pues buenas bocas había para endulzar aquí y allá. Menuda la habilidad de nuestro protagonista para subir y bajar los peldaños de la tribuna, para escalar los antiguos tablones. Y así como voceaba su producto, los interesados respondían con el mismo nombre: chuenga. De modo que Pastor y sus caramelos comenzaron a compartir una común y afectuosa denominación. Es que los chuenga tenían ya sus incondicionales adeptos: fueran de un único color, o blancos con coloridas vetas, los deformes caramelos ofrecían su buena resistencia. Disolverlos era una ardua misión, y despegarlos de las muelas otra titánica tarea. Pero los chuenga eran los chuenga… No había con qué darles ¿El secreto de su fórmula?  Dicen que dicen, una combinación de esencia de vainilla, cacao y glucosa. Ah, y la infaltable dosis de simpatía de Pastor; además del generoso papel en que éste envolvía dulzura a puñados. Así es. Por apenas un par de chirolas, el Chuenga te daba un buen puñado de chuengas. “¡Chuenga!, dame 10 centavos”, aunque bien podían ser 0.5, 20 o 50. Y en base a ello, más o menos grande era la porción ¿Y si el espectador de turno estaba por demás lejos, o en medio de una tribuna al borde del reviente? Si el Chuenga no iba al cliente, el cliente iba al Chuenga, más no fuera a través del viejo método del “pasamanos”. Manito a mano, los espectadores se iban pasando el papelote repleto de chuengas, y lo propio hacían con la paga, claro.

Todos los flashes todos

La pregunta es, ¿cuando empezó la historia de Chuenga y sus chuengas? En el año 1932, en el estadio que River Plate tuviera en Alvear y Tagle (antecesor al actual Monumental). Por aquella tarde, saltaba a la cancha por primera vez un tal Bernabé Ferreyra, la fiera riverplatense que daría que hablar en las redes rivales. Claro que, en las tribunas, el debut de Chuenga y sus caramelos también sería por demás auspicioso. Con decirle que Don Pastor mantendría su digno rebusque por décadas…De cancha en cancha, de partido en partido, aunque no tardaría en traspasar las fronteras del fútbol. Las veladas de box (esas que lo llevaron al mismísimo Luna Park) y las carreras en los hipódromos también fueron los suyo. Y no faltó quien pudiera hacerse de un puñado de chuengas en alguna plaza o a la salida de la escuela. Sí, señor. La presencia del Chuenga parecía multiplicarse doquier. ¡Si hasta afirmaron verlo en más de un sitio a la vez! La popularidad de este entrañable personaje fue tal que las revistas se hicieron eco de él. La Revista Mundo Deportivo lo incluyó en sus viñetas cómicas, con su bolsa de caramelos y su grito característico. Le digo más, letras de tangos, poesías lunfardas, obras de teatro y películas también incluyeron su grato nombre: ¡el Chuenga era un cacho de Buenos Aires!

Chuenga hay uno solo

Las idas y venidas del Chuenga por estadios y tribunas tuvieron su tiempo de gloria, sí; pero también su ocaso. Allá por los años ’70, una afección circulatoria empezó a pasarle factura, y sus ágiles piernas ya no serían tales. Tampoco sus caramelos sin la inagotable sonrisa del creador, siempre listo para sacudir su garganta con el segundo grito más oído de las tribunas, después de los que regalaban los goles: “chuenga, chuengaaa”. Inolvidable hit que ya no habría de oírse, pues al Chuenga con mayúsculas no le quedaría más que colgar los botines. Sí, con más de tres décadas de acción en el lomo, de juego limpio. El retiro le llegó solito y solo, como al mejor de los cracks. De esos que no tienen legados: Pastor vendió su fórmula a una fábrica de golosinas a cambio de una buena paga, pero los caramelos ya no valdrían lo mismo. Más no en el literal sentido de las monedas, no. La forma deforme -valga la redundancia o el juego de palabras-, la elaboración artesanal -con ese “no sé qué” de la cocina de doña Victoria-, la venta a puñados y hasta el engorroso papel que oficiaba de envoltorio eran, acaso, su mayor valor. Ya sin la figura del flaco con ropa a rayas, boyando entre los espectadores, los chuenga se perdieron en la mismísima memoria de los nostálgicos. Esa que convirtió a Don José en toda una leyenda del fútbol y de la vida.

José Pastor muere un 3 de diciembre de 1984, en su casa de Parque Avellaneda, allí por las calles Eva Perón y Lacarra. El Chuenga, sin embargo, con su inconfundible grito y estampa, siempre deambulará por los más gratos recuerdos de la patria futbolera, tal como lo hacía por los estadios y sus tribunas.

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