Castillo de Dionisio: mente, piedra y espíritu

FOTOTECA

Emplazado en la provincia de La Rioja, el Castillo de Dionisio es una obra surrealista en plena sierra. Entre, lea y sorpréndase.

 

 

¿Qué forma puede alcanzar nuestra imaginación? Sí, porque no es una cuestión de distancia; sino más bien, de materialización. Y el Castillo de Dionisio es de esas realidades que atestiguan lo dicho. Nacido del buen genio de Dionisio Aizcorbe, su emplazamiento en las sierras riojanas, bien lejos de las más cosmopolitas ciudades, lo torna aún más elocuente. Místico, especial… Sinónimos se admiten, pues el tras bambalinas de la construcción es tan interesante como su morfología misma. Y a curiosear en ello l@ invitamos desde estas líneas. ¡Después de usted!

A pico y pala

Yendo desde la Rioja Capital, el Castillo de Dionisio se erige en Santa Vera Cruz, pueblo de la llamada “Costa” al que nos conduce la ruta nacional Nº 75. ¿Qué por qué allí? Pues no fue en otro sitio sino en ese que Dionisio Aizcorbe encontró la particular energía en la que querer forjar su morada. Por cierto, con las particularidades del caso: su mundo interior a la vista de exterior. Espiritualidad al servicio de la arquitectura, aunque convertida en materia con el sudor de su frente. Pues Dionisio construyó tal criatura con sus propias manos. Piedra por piedra, tomándose todo el tiempo del mundo: tres décadas. No era para menos, en pos de dar cementada forma a las influencias gaudianas (¿recuerda aquello en la porteña casa de los lirios?) que en su mente florecían por aquí y por allá, y que habrían de hallar su horma en volutas, estructuras laberínticas, remates curvilíneos y alegorías a la naturaleza doquier. No sin escatimar en figuras mitológicas y/o ancestrales, como la propia Osiris o Buda. Pues la cosmovisión de Dionisio también se halla impresa en su castillo, casi como si circundarlo fuera algo así como un paseo por su mente.

Pura cáscara

¿Y qué hay puertas adentro? Simpleza sin más. Aquella con la que vivía el alma páter. Pura elección de vida que a más de uno ha hecho llevarse el chasco. Podríamos decir entonces que el Castillo de Dionisio es pura cáscara, sí, pero de la buena. Sobre todo porque si algo reviste, además de la impalpable visión de Aizorbe, es una historia de amor. Aunque, déjeme decirle, sin final feliz. El caso es que Dionisio arribó a Santa Veracruz enamorado de una mujer oriunda de Tinogasta, provincia de Catamarca: doña Julia Quiroga. Pero cuando el don quiso habitar su flamante nido con ella, no le fue posible convencerla. Por lo que allí, en su castillo soñado, sin princesa que lo acompañe, vivió solito y solo. Una espina que comparte el actual morador de la propiedad: Pedro Fernández, a quien su novia también le bajo el pulgar a la hora de la mudanza. Fue aquello tras el fallecimiento de Aizcorbe en 2004, cuando Pablo adquirió el Castillo de Dionisio para hacer de él su nuevo hogar, surrealista, hogar. Aunque abriendo el juego a un turismo responsable, que permitiera a visitantes y locales disfrutar de tamaña belleza arquitectónica.

Ave Fénix

Claro que la de Pedro no fue una tarea sencilla. Habitar el Castillo de Dionisio implicaba echarle una mano restauradora, aunque siguiendo lo más fiel posible el “original” de su creador. Las fotos fueron clave en el proceso, aquel que tampoco fue corto a nivel de papeles. Pedro contacto a las hijas de Dionisio, quienes en primer momento le alquilaron la propiedad por un año para luego vendérsela. ¿Qué si su iniciativa fue pura fascinación visual? Ni tanto. Para orgullo del Aizcorbe, su espíritu y el mensaje que la obra entrega per se, casi, casi que una radiografía del mundo tal y como lo concebía Dionisio, fueron también incidentes. Así como el esfuerzo de construcción en manos de su sola persona. Todo cuanto se vio amenazado por un incendio en 2018, tras el que el Castillo de Dionisio no solo corrió peligro a modo de reliquia arquitectónica; sino como hogar del propio Pedro. Los daños fueron severos: los techos se derrumbaron; muebles, objetos personales, libros y escritos históricos que pertenecieron a Dionisio también se quemaron. Aunque la fachada sí que permaneció de pie, a salvo. Tal vez la señal para que Pedro reuniera las fuerzas, y la colaboración, con la que empezar de nuevo. Reconstruir una vez más, y con mucho más ahínco, el Castillo de Dionisio. Más también su casa.

 

El esfuerzo fue compartido, sí. El disfrute y las gracias, de todos. Pues en abril de 2019 el Castillo de Dionisio volvió a abrir sus puertas como lo que siempre ha sido: un sueño hecho realidad, muros, fachada, hogar de un mundo que trascendió la mente de su creador y supo renacer desde las cenizas cual divino legado.

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