Cines porteños, nostalgia en continuado

FOTOTECA

Proyecciones consecutivas, salas barriales, los grandes de Lavalle. Recuerdos de una Buenos Aires vestida de película.

¿Vamos al cine, paisano? Eso sí, nada de chantarse lo primero que encuentre en el ropero. No, no. Vaya buscando la mejor pilcha y póngase pituco, que “la” salida del sábado no merece menos…

Una barriada

¿Acaso había más expectante ceremonia que la de aprontarse para ir al cine? Y así lo ha sido desde tiempos remotos: función vespertina para las mujeres, horario nocturno para los hombres, siempre prontos a los títulos más picantes. Sí, “títulos”, en plural. Pues cada función abarcaba tres películas en continuado. Una atrás de la otra, casi una maratón cinematográfica. Así que había sólo dos caminos: disfrutar… ¿o dormir? ¡A quien se le ocurre! Con lo que costaba conseguir entradas…Las filas de las boleterías daban la vuelta a la manzana, todo para no perderse el estreno que las salas del centro ya habían presentado 10 o 15 días atrás, y que desembarcaba entonces en el querido cine del barrio. Y cuando digo barrio, es barrio eh. El telón de la sala estaba adornado con publicidades de la zona y todo. Y entre película y película, los artistas barriales también tenían su lugarcito, pues animaban el necesario “impasse” con entretenidas actuaciones en vivo. ¿Se le antoja algo dulce? Tranquilo, el “golosinero” debe de andar deambulando entre las filas. Claro, nada de butaca reclinable, ni de combo de gaseosa y pochoclos caramelizados. Estamos en la Buenos Aires de principios del 1900. Por lo que  aún faltaba largo trecho -al menos, medio siglo- para que la televisión y los videoclubes hicieran mella en tan nostálgico entretenimiento. ¿Que ha sido, pues, de los tantísimos cines de barrio? De aquellos emblemas barriales poco y nada ha quedado. La gran mayoría ha desaparecido, ya sea demolición o mutación mediante: desde comercios hasta templos han tomado su antiguo solar y/o esqueleto. Sin embargo, algunos sobrevivientes aún siguen de pie para evocar, con su sola presencia, aquellos tiempos que, a más de uno, hacen piantar un lagrimón.

Al rescate

Todo un orgullo para Villa Urquiza, eso supo ser el cine 25 de Mayo, quien cerrara sus puertas en 1982 para volver a abrirlas en 2008, con una variada oferta cultural que también incluye espectáculos teatrales y musicales. ¡Qué decir del cine El Plata! Esta perlita de Mataderos, que también ofició de teatro (por su escenario pasaron desde Aníbal Troilo hasta Alberto Olmedo), dejó de funcionar en 1987; y no sería hasta en el siglo XXI que despertara de su largo sueño para hacer realidad el de tantos y tantos vecinos: hoy cuenta con un microcine y una sala para espectáculos diversos que hacen de El Plata no sólo un Cine-Teatro (cualidad originaria de todos los teatros porteños) sino un verdadero centro cultural barrial. La historia no ha sido muy distinta para el cine Gran Rivadavia, presente en el barrio de Floresta desde 1949, año en que pusiera manos a su obra el genial Alberto Presbich (¿lo recuerda? Nada menos que el arquitecto que diseñara el Obelisco y el Teatro Gran Rex). Pavada de edificio resultó entonces, aunque su valor arquitectónico no le fue suficiente para mantenerse a puertas abiertas. Y eso que resistió bastante eh…Inaugurado en 1949, dejó de funcionar en 2004. Nueve años después, en 2015, se vistió de reestreno para volver al ruedo como Cine-Teatro, al igual que sus pares.

Ego-céntricos

¿Y por el centro como andamos? Ahhh, eso sí que era otra cosa. Los cines del centro eran, definitivamente, los cines de estrenos. Y, por tanto, la salida distintiva, “el” evento nocturno del fin de semana. ¿Uno de los más rimbombantes? El antiguo cine Metro. Sí, a metros del Obelisco, nomás. Inaugurado en 1946 de la mano del film “Melodía interrumpida” (el cual recreaba la vida de la cantante Marjorie Lawrence, interpretada por la actriz Eleanor Parker), el Metro era puro orgullo porteño. ¡Y cómo no serlo! Su capacidad alcanzaba los 2500 espectadores, con eso le digo todo. Sin embargo, tras algunas idas y vueltas (permaneció cerrado por un tiempo hasta reabrir en 1984, con tres salas en su haber) también acabaría por perderse en el olvido: en el 2005 dejó de funcionar definitivamente, dando paso a un hotel y a una casa de espectáculos de Tango. Claro que la movida cinematográfica se concentraba en la peatonal Lavalle, la vía de los cines. Función nocturna y pizza en algún boliche de la insomne Corrientes. Ese sí que era un plan de aquellos. ¿Algunos de los grandes desaparecidos? El Ambassador, hoy devenido una galería de locales comerciales. Y ni le cuento del cine Select…Su nombre lo dice todo: uno de los más selectos y aristocráticos de la zona; allí donde un estreno costaba su buen billete. Eso sí, caso la noche lo encontrara a usted contando las monedas, también tendría donde recalar. Es que a lo largo de Lavalle, entre Carlos Pellegrini y Maipú -tres cuadritas, nomás-, llegaron a existir quince salas de cine.

¿Que si a estas catedrales del cine también las devaluó el videoclub y compañía? No precisamente. Pues el cine siempre será el cine. Y nada se comparará con disfrutar de un estreno en la pantalla grande. A diferencia de los cines barriales, quienes dieron el knock out a estos gigantes de la noche porteña fueron las grandes cadenas internacionales de cines, llegadas en una arrolladora ola de modernidad, allá por los años ’90, y acusando “primermundismo”, cual dignas hijas pródigas del capitalismo que hace bailar al mundo. ¿Qué si todo tiempo pasado siempre fue mejor? Quién sabe. Aunque sí sabemos, una buena refrescada de memoria nunca viene mal. Esperamos, entonces, desde estas líneas, haberle dado flor de baño. Sí, de esos que vienen con su buena dosis de nostalgia y todo.