Clericot, a pedir de jarras

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De vino blanco, tinto o sidra, el clericot bate fruta de lo lindo, y en el más literal de los sentidos. Pase, cucharee y beba.

¿Acaso tiene una jarra cerca? Pues entonces haga uso de la misma, y que las noches de verano no le pasen factura. Que si al siempre bienvenido vino le sumamos la frescura de las frutas, el plan está resuelto. Eso sí, sobre gustos no hay nada escrito…. ¿Blanco o tinto? ¿Y si recurrimos a la vieja y querida sidra? Todo es posible si de clericot va el asunto. Cuchara y hielo mediante, este clásico argentino ratifica su vigencia pese a toda amenaza de olvido.

 

Sabor imperial

Clericot, clericó… Nada está dicho en materia de denominaciones, pues la verdadera historia de este trago tan simple como añejo es un verdadero misterio. Por lo que, a falta de certezas, bienvenidas sean las más remotas versiones. Con decirle que la primera de ellas nos conduce hasta los tiempos del imperiales… Parece que mientras los romanos le disputaban los territorios de Francia y Gran Bretaña a los celtas, hubo una feliz coincidencia: ambos alzaban sus copas en el mes de octubre. Así como los celtas rendían culto al Samhain o “caballero de la muerte”, los romanos honraban a Pomona, diosa de la fruta y los árboles frutales. De modo que al clásico vino se le sumaron los frutos de temporada. ¿Quizá a ello debamos la recurrencia del clericot en las fiestas de fin de año? ¿O al simple hecho de que la siempre navideña sidra es otro de sus posibles componentes? ¿Y si el clericot no fuera más que otro invento argentino?

 

Con acento inglés

De la ciudad eterna a los pagos nacionales. Porque si dudas sobran, posibilidades también. En este sentido, no faltan las voces que afirman, el clericot es una creación con acento anglosajón; aunque nacida en tierra argenta. Originario del siglo XIX y nacido del ingenio de colonos ingleses, el  clericot no sería más que la argentinización del originario Claret up. Sin embargo, también se cree que los ingleses involucrados en el asunto no se encontraban aquí; sino expatriados en la India. ¿Motivos? La dificultad para soportar las altas temperaturas del país asiático los habría llevado a esta genial y refrescante creación.

 

Para variar

Romano, británico, argentino… ¡Qué más da! Sin distinción de origen, lo cierto es que el clericot ha encontrado en suelo nacional la horma de sus zapatos. En otras palabras, sidras de aquellas e inmejorables vinos. Claro que las frutas participantes también aportan lo suyo. De allí que la bebida se haya extendido por toda Sudamérica, allí donde la variedad está a la orden del día si de sabores cítricos y tropicales se trata: naranja, durazno, ananá, melón, mamón, kiwi,  la propia manzana… ¡Qué decir de las frutillas! El azúcar y el hielo se encargan del resto.

 

¿Y a la hora de la copas? Tan amplio como variado en su creación, el clericot tampoco se limita a las circunstancias. Bien sienta al momento del aperitivo, la hora de cena y, por qué no, al caer de las más calurosas tardes, sin que plato alguno medie entre los dos. ¿Usted y cuantos más?  Vaya preparando la jarra… Que después de estas líneas, más de uno se va a apuntar.