Daniel Toro, folklore para recordar

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Padre de “Zamba para olvidarte”, clásico del cancionero popular, Daniel Toro entregó a la música el simple arte de la vida.

 

El país que vive tierra adentro, bien lejos de las luces de la gran ciudad, corrió por sus venas; alimentó el latido de un corazón comprometido: con la sociedad, con sus raíces, con la simpleza que provee a la vida y por la que supo convertirse en un cantante de corte popular sin resignar una pizca de romanticismo. Ese fue Daniel Toro, hombre tan talentoso como empático, tan sensible como la música que ofrendó al folklore nacional y más. Un mundo era capaz de decir con su garganta, desde la profundidad de sus notas, de su voz inolvidable. Esa que dio a una de las clásicas criaturas del cancionero popular: Zamba para olvidarte; obra que llegó hasta los más recónditos oídos, incluso a los de aquellos que la tararearon desconociendo la figura que se alzaba por detrás. Y así, con esa misma calma, con esa tan poca rimbombancia con la que cursó su prolífica vida, dijo adiós a los 82 años. Él, Daniel Toro, consumiendo sus días como una llama que poco a poco pierde su luz hasta consumir su mecha; hasta extinguir un fuego que habrá de abrigarnos con su calor por siempre.

A voz callada

¿Acaso cuántas veces hemos perdido ya a Daniel Toro? Y aunque no lo hayamos hecho del todo, cierto es que esa llama con la que supo alumbrar la escena del folklore nacional fue mermando su fuego a medida que las circunstancias atravesaban su vida. Que la censura de la última dictadura cívico-militar (por la que debió enmascararse tras el seudónimo de Casimiro Cobos), que el pulgar debajo de colegas folkloristas allá por los años ’70 por ese corte sentimental que le daba a sus canciones, tan asociado al género melódico… Y para colmo de males, su paradójico cáncer de garganta, aquel por el que debió dejar de cantar y con el que lidió buena parte de una vida, debiéndose someter incluso a más de treinta operaciones en cuarenta años. Toda una puerta abierta a los daños colaterales e infecciones, como la que derivó en la neumonía por la que finalmente acabó partiendo. Así es como la vida de Daniel Toro pareció siempre suceder tras bambalinas, bajo el velo de algún impedimento o restricción, incluso habiendo pisado fuerte en los escenarios. Y es que de algo parecido fue su cotidianeidad en la humildad de su casa en Vaqueros, donde cuidó de sus plantas y regó su tierra. La Salta natal de la mamó todo lo que precisaba para ser el artista que fue: su poesía, sus cantores en el dial de la radio; más también los trinos de sus aves, el canto de sus insectos. Otra música al fin. Ya lo dijo el propio Daniel Toro, en su Mariposa triste: “¿Quién te encerró en mi guitarra, pálida cigarra del atardecer?”

Zamba para recordar

Así fue como, de la mano de sus influencias, aquellas que convirtió en alimento puro con que nutrir su talento, Daniel Toro comenzó su carrera. A los diecisiete años compuso Para ir a buscarte, con letras de Ariel Petrocelli. Pero el gran salto al profesionalismo lo daría en 1959, al integrar el conjunto Los Viñateros. Llegaría también el turno de Los tabacaleros y Los Forasteros, hasta que finalmente se atrevería a dar el salto a su carrera solista. Y la consagración llegaría en el Festival de Cosquín, allá por 1967. Sí, de la mano de la Zamba para olvidarte. Esta vez, con letra de Julio Fontana. Aunque con una historia muy particular. ¿Creería usted que semejante pieza de la historia de la música nacional nación casi que por apuro? Ocurre que cuando Daniel Toro recibió la invitación a participar del festival, no fue sino para concursar en el certamen “Canción inédita de Cosquín”. Nada extraño hasta aquí, de no ser porque debía enviar la partitura de la canción con la que pensaba participar en menos de 72hs. Y no había canción alguna. No, al menos, inédita. De modo que a Daniel se le ocurrió usar una melodía suya, sin letra, y meter en sus apuros a Fontana. ¿Cómo? Creando una poesía para ella en tiempo récord. Por lo que, no sin una primera negativa de parte de Fontana, ahí se pusieron los dos manos a la obra. O al teléfono… Pues Toro le pasó la música a Fontana apoyando su grabador en el tubo del aparato telefónico. Y, créase o no, en menos de dos días, la zamba de las zambas estuvo cocinada. El resultado ya es una anécdota: el primer premio del certamen.

El nombrador

¿Más canciones de las buenas para este boletín? Muchas, muchísimas. Como las algo más testimoniales Cuando tenga la tierra (también con Petrocelli) y El Antigal (con Petrocelli y Lito Nieva). Perlas de un largo inventario de discos como El nombrador, Canciones para mi tierra, Canciones para mi pueblo, Un año de amor, Rondas de amor, Cuando tenga la tierra, Retorno al folclore, Refranero de mi pueblo, Sueño de trovador, El Cristo americano, Zamba para olvidarte… y la lista sigue. Pues si algo sabía Daniel Toro era decir. Y fue precisamente El nombrador, el título que se le dio a la película desde la que, aún si voz, Daniel Toro siguió diciendo aun ya retirado de los escenarios. Estrenada en 2021, bajo la dirección de Silvia Majul y con la participación de grandes figuras de la música, el documental trae de regreso la figura de Daniel Toro tras un silencio no escogido. Incluso el posterior, el de su partida. Estandarte y legado del talento de Daniel Toro, Facundo, su hijo músico, es acaso ese otro modo conservar toda esa simpleza y ese arte que su padre tan bien cultivó, y que se alza como un bien demasiado preciado.

 

Porque no habrá zamba más recordada que aquella con la que Daniel Toro se propuso olvidar. Porque, como en la más bella historia de amor, la desmemoria del corazón, y de la piel, no nos es posible.

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