Esquina de Argúas, la pulpería eterna

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De pie desde los tiempos de independencia, la Esquina de Argúas es la pulpería más antigua de Buenos aires aún abierta. ¡Pase, nomás!

Mire si tendrá historia la Esquina de Argúas, que aquel decir de “más antiguo que la escarapela”, casi que le calza como anillo al dedo. En pie desde 1817, la Esquina de Argúas no será lo antigua que la escarapela (1812), pero sí se puede decir que lo antigua que la propia Argentina. ¡Si abrió sus puertas un año después de proclamada la independencia! Y todavía no las ha cerrado. A 20km de pura polvareda de la ciudad de Coronel Vidal, partido de Mar Chiquita, más que una invitación a ingresar en el túnel del tiempo, es el tiempo en sí mismo. ¿Gusta de hacer un alto con nosotr@s, paisan@?

Después de usted

Todo empezó allá por 1815, cuando la zona empezó a poblarse por reglamentación. A saber: cada diez leguas, alzar un rancho y plantar un monte. Pero ¿cómo abastecer a quienes, a la buena del futuro, plantaban bandera en medio de tanto llano? Allí estuvieron, pues, los almacenes de ramos generales que, con el tiempo, habrían de devenir en pulperías. Y el bienaventurado que hizo levantar la Esquina de Argúas no fue otro que don Juan Argúas. Porque las pulperías tomaban el nombre del pulpero, vio… Y porque, como buen alto en los cruces de camino, se alzaban en las esquinas. De modo que el bautizo fue un hecho por aquellos pagos tan solitarios, acaso una vastedad que no ha cambiado mucho en el presente. Solo que con el orgullo de cargar a cuestas el recuerdo de más de una presencia estelar. Mire si los manuales de historia argentina tienen personajes para nombrar… Y allí, la esquina de Argúas, dando el visto bueno a su entrada. Pase usted también, nomas.

Parroquianos ilustres

Entre el campo y la costa, la Esquina Argúas fue refugio gaucho e indio, en un país que aún estaba en formación. Y e incluso en medio del tironeo entre unitarios y federales el mismísimo Juan Manuel de Rosas se daba el gusto de entregarse a la charla con los parroquianos del lugar cuando andaba por aquellos lados. Otro que hizo lo propio fue don Dardo Rocha, también del riñón de la política y el ejército. Y si de armas hablamos, más también ésa que puede ser la palabra, don Miguel Hernández. Así la historia, aunque Juan Argúas no lo supiera entonces, su boliche estaba siendo cosa seria para la memoria nacional, acusando una fama que iría acrecentándose en retrospectiva. Claro que quien siempre la tuvo clara fue don Generoso Villarino. Creános, un personaje no menos célebre que los hasta aquí hemos citado. Pues habiendo estado codo a codo con cuanto personaje acudía a la Esquina de Argúas por comida, refresco, descanso o diversión en esa posta de caballos y galeras que ésta también fue (y es), acabó al otro lado de la reja. La mítica reja del pulpero. Y allí permanecería hasta convertirse en el pulpero más viejo de la provincia de Buenos Aires. Para más récord, en la pulpería más antigua aún en funcionamiento. Lo que se dice, historia pura.

Pulpero de pulperos

Don Generoso vaya si hizo honor a su apellido. O si la vida lo ha hecho con él. Pues aunque todo se lo ha ganado a brazo partido, su vitalidad le ha permitido ser ya una leyenda más de la Esquina Argúas. Por qué no, la más importante de todas. Nació allá por 1937, en Tamangueyú, partido de Lobería. Su arribo al partido de Mar Chiquita se dio cuando fue contratado por la estancia El Tehuelche como tractorista y domador de tropillas. Para entonces era un parroquiano más de la Esquina Argúas. Hasta que en 2012 le ofrecieron calzarse las alpargatas del pulpero. En principio, el antiguo pulpero lo llamó para limpiar el lugar. Y mire si la grela era tal que el muy disimulado le dejó la llave de la pulpería al bueno de generoso y nunca más volvió a pedírsela. Para entonces, la pulpería ya estaba en manos del estanciero Gregorio Subidet (¿alcoyana, alcoyana con nuestro pulpero francés?), dueño de la estancia El Durazno, próxima a la pulpería. Por cuanto fue el propio Gregorio quien le ofreció a Generoso un contrato de palabra para convertirse en pulpero de aquella esquina de techo a dos aguas, paredes de barro y piso de tierra. Villarino cumplía así el sueño del pibe. El deseo de toda su vida.

 

Porque la historia se sigue escribiendo. Y contra la avanzada de todo progreso, allí donde la vida corre aún como ayer, “la banda siguió tocando”. O más bien dicho, el pulpero siguió sirviendo. Entre parroquianos de boina y bombacha, cuchillos dignos de duelos, botellas de antaño, estampas para la buena fe y almanaques de años que, puertas adentro, parecen no haberse ido. Acaso el tiempo también haya hecho allí su alto en el camino, cansado de tanto andar…

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