Frutos silvestres del Gran Chaco, raíces en alto

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Los frutos silvestres del Gran Chaco Argentino marcan el camino a las comunidades de la región: volver a los propios sabores y saberes.

Ríos, pastizales, bañados, bosques y arbustos. Sí, entre Argentina, Bolivia, Brasil y Paraguay, la ecorregión del Gran Chaco se despacha con una diversidad ambiental de aquellas; y con una riqueza cultural que ni le decimos, sino que le contamos. Pues la comunión entre la naturaleza y el saber ancestral puede dar sus buenos frutos. Y en el más literal de los sentidos. Así la historia, y el presente, los frutos silvestres del Gran Chaco argentino son hoy la apuesta a futuro de cuatro pueblos originarios que, con el respaldo de Slow Food, procuran recuperar sus tradicionales producciones de alimentos con vistas a una más justa y genuina inserción en la sociedad y su mundo laboral.

Saberes de la tierra, sabores de la casa

Porque no todo está perdido ni aun perdido o colonizado, la cultura alimentaria de los pueblos Qom, Wichi, Qomle’ec y Pilagá sigue latente en la región del Gran Chaco argentino. Pues, aunque mermada por la introducción de costumbres y consumos europeos, no hay como los sabores de casa; los de la propia tierra. ¿Pasamos breve lista? Verá usted, son unos cuantos “buenos conocidos”. El algarrobo blanco, desde cuyas semillas presentes es sus vainas es posible dar con la famosa harina de algarroba, tan dúctil en la cocina tanto para las preparaciones dulces y saladas. Por otro lado, la suavidad y dulzura del chañar, e incluso la utilización de sus frutos y corteza con fines medicinales. Y por último, los pequeños frutos del mistol, dulces como para comer frescos, hervidos o secados al sol. Partícipes ellos de tradicionales recetas como el arrope, infusiones, licores y hasta el tradicional pastel patay. Tentador, nutritivo, sabroso… Todo eso y más, pues la multiplicidad de usos de cada recurso los hace aún más provechosos. Sin embargo, el abandono de la tierra, el empobrecimiento de la dieta local y los consecuentes problemas de salud ha hecho que la unión procurara la fuerza: la de las Mujeres Artesanas del Gran Chaco. Aquellas que, en cooperativa, no solo han alcanzado una organización colectiva para la producción y venta de artesanías locales, sino que, junto a Slow Food, han hecho de los frutos silvestres del Gran Chaco uno de los cinco baluartes que esta organización promueve en Argentina; la bandera a alzar para apuntalar la región.

Pasado a futuro

En el marco del programa “El Futuro está en el Monte”, el Baluarte Frutos Silvestres del Gran Chaco apunta así a revalorizar lo saberes de las comunidades y el desarrollo de sus actividades económicas tradicionales en pos de generar oportunidades de empleo y reducir los efectos del cambio climático (la región presenta un equilibrio ambiental precario dadas las extensas sequías y concentración de lluvias). Pues no es sino a través del camino propio, el transitado por decenas de generaciones, que aquello es posible. Y para muestra, un botón: si bien la intervención del Estado, desde políticas de infraestructura, ha provocado la sedentarización de las comunidades, ésta no ha sido interiorizada por a nivel familiar o individual. De modo que cada familia o miembro de ella conserva en su modo de vida cierta independencia que le hace mantener sus costumbres más arraigadas. Por lo que la herencia es la vía. El promover el consumo de productos tradicionales del Gran Chaco, el fomento del intercambio de conocimientos sobre ellos y el territorio, así como propagar la importancia de incluirlos en la dieta.

 

Bajo esta premisa, el Baluarte de Frutos Silvestres del Gran Chaco organiza cursos de formación con chefs de la red Slow Food sobre técnicas de recolección y almacenamiento de los frutos para así potenciar a las comunidades. Incluso, ya ha adoptado un protocolo de producción y está en vías de desarrollar un proceso de promoción y comercialización a nivel regional. Pues, sí, materia prima no falta. La reforestación de 3 mil hectáreas de algarrobo vaya si enciende las esperanzas e ilumina el camino: el de volver a las fuentes. Todo cuanto se traduce en beneficios productivos, ambientales y culturales. Volver, sí. Sin la frente marchita. Sino con la raigambre en alto.