¿Qué tienen en común el bandolero más buscado de los Estados Unidos, un cuerpo de soldados nazis y el piloto y escritor francés Saint-Exupéry? Que todos y cada uno de ellos supieron desfilar por el ya mítico Hotel Touring Club. Albergue, salón, confitería y hasta mojón de aquella Patagonia indómita y desconocida a la que se aventuraban gringos, fugitivos, expedicionarios y demás personajes dignos de un varieté histórico. Todo cuanto hizo de aquellas tierras un verdadero fin del mundo, o el comienzo de uno nuevo. Ese umbral que fueron las puertas del Touring en la chubutense ciudad de Trelew, y en el que las historias más increíbles cobraron vida para ser contadas. Imagine, pues, no podíamos menos que cumplir con semejante mandato…
Hijo del Ferrocarril
Dos pasados componen la vida y obra del Hotel Touring Club. Ocurre que, ubicado sobre la avenida fontana 249, fue proyectado tomando parte de su antecesor: el Hotel La estación, contiguo al luego desaparecido Hotel del Ferrocarril. El siglo XIX daba entonces su último aliento, y para entonces la hoy citadina localidad de Trelew asomaba al paisaje patagónico como un pueblo ferroviario. De hecho, fue precisamente en 1899 que el hotel La estación, ya devenido en el hotel El Globo, recibió la visita de su primer peso pesado: el presidente Julio Argentino Roca, a solo cuatro años de que fuera consumada la campaña del mal llamado desierto. Para entonces, El Globo ya contaba con servicio de bar y confitería, de la que luego habría de Hacerse el, ahora sí, Hotel Touring Club. Fue para el año 1905 que el comerciante Agustín Puyol, dueño de boliches de campo y tropas de carros en el noroeste de Chubut decide comprar El Globo y cuanto quedaba del Hotel del Ferrocarril para montar un hotel a todo trapo. Casado con Anita Jones, hija de colonos galeses, levanta un hotel con todas las comodidades y distinciones de aquellos inicios de siglo XX, y anexa el bien puesto bar de El Globo junto con su patio y habitaciones contiguas. Chiche, bombón.
Una pinturita
Así la cosa, el Hotel Touring Club contaba con el antiguo pero bien conservado sector de bar y confitería, con sus vitrinas espejadas y colección de botellas de vidrio, en convivencia con un edificio que fue el último grito de la época. Treinta habitaciones a las que se accedía por una escalera de granito pulido a mano, un elegante salón comedor con palco para orquesta y columnas rematadas por leones, además de una terraza desde la que llevarse la mejor panorámica de la ciudad. Ah, y aunque ya desaparecido, un salón de fiestas a tono con tal distinción. Lo que se dice, un hotel a la altura. No solo de los tiempos que corrían, en los que la Patagonia asomaba como tierra prometida para inversores y hacendados, sino a la estirpe de las personas que allí se daban cita: desde reuniones sociales hasta políticas, los caminos de Trelew y sus vastos territorios en redor se trazaban desde las mesas del Hotel Touring Club. Sin ir más lejos, la creación del Dique Ameghino. Y como era de preverse, todo candidato a cargo político que se preciara de tal debía hacer circular su nombre por aquellos salones y corredores. Fíjese nomás, que don Frondizi y don Illia, presidentes ambos, dijeron presente en respectivas ocasiones. Y por el lado de los motores, tanto Fangio como los hermanos Gálvez no se quedaron atrás. ¿Es usted viajer@ apasionad@? ¿Un investigador/a, científico/a, o curioso de aquellas geografías sureñas? ¿Tal vez viajante, ganader@, comerciante u otras yerbas? ¿Artista en busca de una musa nunca antes vista? Pues el Hotel Touring Club era su lugar. Como verá, la nómina abarcaba un amplio espectro de personajes. Y eso fue cuanto alimentó su propio mito, el caldo de cultivo de su propia fama.
Pavada de huéspedes
Y para frutilla del postre, ¿qué surcador de tierras, o más bien cielos, también habría de golpear las puertas del Hotel Touring Club? Antoine de Saint-Exupéry, quién, a bordo de su avión, repartió correspondencia para arriba y para abajo en la más austral Argentina. Más fue en su bautismo de fuego, durante el primer viaje de su Aeropostal a Trelew en 1930, que Antoine dejó huella de su paso por el Touring: envió a sus amigos una carta de puño y letra en la que contaba, no había otro hotel semejante en la Patagonia. Los años avanzaron y, ya para 1938, nuevos visitantes de origen Europeo hacían check-in el Hotel Touring Club, más su arribo no se dio por vía aérea sino marítima. Sí, un acorazado alemán cuya soldadesca copó el edificio con insignias nazis a la vista y desfile callejero previo ingreso. ¿Qué tal? Eso sí, puede que nadie haya metido más miedo que el bandolero más buscado de la historia. O, casi, si es que nadie alcanzó a reconocerlo como tal durante su estancia en el, para entonces, hotel El Globo. Ni a él, ni a sus secuaces, pues menudo trío alcanzaron a conformar por estos lados… Hablamos de Butch Cassidy, Sudance Kid y Ethel Place. ¿Le suenan?
De película
Ahora bien, ¿qué hacía por la Patagonia argentina el principal ladrón de barcos y trenes de Estados Unidos de fines de siglo XIX? Huía. De la justicia de su país, de una persecución en la que, no sin dar resistencia, acabó vencido. Vea usted, Butch Cassidy arribó al puerto de Buenos Aires junto a Sudance Kid y su compañera Ethel Place en 1901. ¿Acaso había mejor destino que una Argentina que alentaba a l@s extranjer@s a repoblar sus “deshabitadas” tierras, tal como el gobierno nacional las hacía figurar fronteras afuera? Definitivamente, no. De modo que con los morlacos del gran robo del tren del Norte a inicios de ese mismo año, tanto Butch como Sundance se hicieron pasar por terratenientes, comprando en 1902 una estancia cerca de la localidad de Cholila. Allí se dedicaron a la ganadería vacuna y ovina, así como a la cría de caballos. Y aunque la vida parecía pastarse en paz, lo que los pistoleros no sabían era que la empresa estadounidense Pinkerton había dispuesto un sistema de espionaje a toda la correspondencia que Butch y Sundance mantuvieran con sus familiares y amig@s. Y allí saltó la perdiz. ¡Si en Cholila estaban, a Cholila irían a buscarlos! Eso sí, más tarde que temprano. Pues cuando allí llegaron, el trío no sólo había vendido la estancia, sino que, a nombres cambiados por segunda vez, eran ya propietarios de otra, cerca de Río Pico. Mientras tanto, los carteles de “buscado” con la cara de Butch se multiplicaban por todos lados. Incluso en el hotel, donde habían estado alojados antes de habitar la primera propiedad. Desde entonces, la persecución nunca se detuvo sino hasta Bolivia. Donde, dicen que dicen, finalmente fueron asesinados.
¿Qué si el fantasma de Butch y compañía ronda aún por los pasillos del Hotel Touring Club? No se preocupe, que la habitación ocupada por etst@s villan@s, presente en el patio contiguo al bar, no es más que un museo para el recuerdo. Mientras tanto, entre vitrinas de antaño, botellas de colección y mesas que esperan por nuevos debates, el bar sigue más presente que nunca en el andar diario de Trelew. Así como las habitaciones bien dispuestas a nuevos turistas. Porque la historia habría de continuar, desde el umbral de la Patagonia hacia toda su vastedad.