Cuando el termómetro alcanza niveles irrisorios, allí está ella. Con su sencilla pero cumplidora receta a base de agua, limón, azúcar y hielo, no hay sediento que se resista. Pero… ¿de qué remotos tiempos proviene la limonada?
Desde Egipto para el mundo
En más, vamos a redoblar la pregunta… ¿Dónde es que se ha concebido a esta ama y señora de la frescura? Algunas voces de la historia ubican el nacimiento de la limonada en el Antiguo Egipto. Históricos papiros hallados en la ciudad de El Cairo dan cuenta de ello, allá por el siglo X, época en la que se comerciaba una especie de agua de limón azucarada. Aunque el correr de los siglos haría que la limonada y demás fluidos derivados de este cítrico comenzaran a copar diferentes latitudes. Llegó entonces el turno de los árabes, en cuyos libros de cocina se incluyeron recetas a base de jarabe de limón, ya en el siglo XIII. Lo cierto es que la expansión geográfica de la limonada y similares habría de contribuir con su popularidad. De hecho, en la Francia del siglo XVII, los llamados limonadiers sí que tuvieron su buena fama. Deambulando por las calles del país galo, estos muchachos vendían tarros de limonada a precio ganga. ¿Uno por aquí?
Haciendo la América
Claro que la limonada también escribiría historia a este lado del Atlántico. Fue en el siglo XVII que llegó su hora de “hacerse la América”, y lo haría de punta a punta. Por lo que la variedad no tardó en aparecer: agua gasificada, leche, huevo, esencia de rosas o jazmín, canela…Ingredientes con los que concebir nuevas y sofisticadas versiones no faltaron. ¿Puro capricho de paladares? No del todo. Si bien la limonada se tomaba por frescura y placer, también tuvo su uso medicinal. Bastaba incorporarle unas semillas de lino para convertirla en una potente arma contra el resfrío. ¿Y si la leche de magnesia se sumaba a su receta? Fin de toda indigestión. Y alta purga a la vista.
Con nombre propio
De fuerte arraigo en Norteamérica, la limonada tuvo su momento de gloria en el año 1870. Para entonces, Lucy Ware Webb, primera dama estadounidense, convenció a su marido, el presidente Rutherford Hayes, de prohibir toda ingesta de alcohol en la Casa Blanca. ¿Entonces? ¡Bienvenida sea la limonada! La, desde entonces, llamada “Lemonade Lucy”. Por lo que, más temprano que tarde, la limonada se convirtió en placer de unos pocos. Con aires de elite, sólo era servida en reuniones y eventos de gente bien. Sin embargo, el tiempo haría justicia. Y el siglo XX haría de la limonada un furor de multitudes, sin distinción de momento ni lugar: restaurantes, bares y demás tiendas de despacho de bebidas la sumaron a sus filas.
¿Qué cual es su fórmula perfecta? Dicen que dicen, mismo volumen de limón y azúcar, mezclados en cuatros veces mayor volumen de agua. Creer o saborear. Pues nadie tiene la verdad del asunto. ¿Acaso la hay? Cada paladar es un mundo, y en proporciones, no hay nada escrito. Con más o menos azúcar, con algunas hojitas de menta o un toque de jengibre, sólo un asunto está fuera de discusión. La limonada, toda sed apaga. Hoy, mañana y en las venideras tardes de verano, aquí lo esperamos para saciar la suya.