Locos lindos, sí. Y con un ingenio digno de cracks, ése al que dieron vuelo en un sueño ¿descabellado?, ¿delirante? Todo puede ser. Y todo lo fue para los bien llamados “locos de la azotea”. Un cuarteto de purretes que, entre libros y aulas de medicina, hizo posible lo que parecía no serlo: hacer radio al servicio de la cultura. Así la historia, Susini, Guerrico, Carranza y Mujica, con 25, 22 y 18 años respectivamente (el capicúa corre para los dos del medio), fueron los primeros en llevar su afición radial a la realidad. Y el 27 de agosto de 1920, quienes transmisión quisieron, transmisión tuvieron.
Vuelo de cometa
La cita se dio en la azotea del teatro Coliseo –de allí el bautismo popular–, y modestia mediante. Pues los Susini y compañía no contaron con más que un pequeño micrófono (al que agregaron una bocina para sordos), un transmisor de escasa potencia (apenas 5 vatios) y, cómo no, las antenas del teatro allí presente. ¿Escueto verdad? Pero suficiente para la hazaña cultural de aquel entonces: transmitir por radio la ópera Parsifal. Sin embargo, sería mucho más que eso, pues aquel acto de tozudez y convicción marcó al fin el punto de partida de la radiodifusión en nuestro país. Y así lo fue sin que sus alma páter sospecharan siquiera el carácter masivo y fenoménico que aquel medio al habría de tomar con el correr de los años. Claro que, en la previa, hubo con qué alimentar la ilusión. Y los locos de la azotea no tardaron en recoger el guante.
Sin techo
Corría, pues, el Centenario de la Revolución de Mayo, cuando el tano Guillermo Marconi, inventor del telégrafo sin hilos, pisó suelo nacional. Continúo entonces con sus trabajos e investigaciones y desarrolló varias pruebas de transmisión. ¿Y a qué no sabe cómo? Remontando una antena en barrilete. Palabras más, palabras menos, otro loco lindo. Eso sí, no por rústico menos efectivo. Al fin, don Marconi llegó así a hacer contacto con Canadá e Irlanda. ¿Buena forma de encender la mecha, no? Por lo que el buen genio del cuarteto chispeaba a más no poder. Y aunque parezca que la cursada universitaria de estos cuatro colifas nada tenía que ver con su sueño radiofónico, vaya sabiendo que ni tanto así fue. De hecho, el propio Susini declaró, tiempo después del debut, que el grupo era estudioso de los efectos eléctricos en el campo de la medicina. Con lo cual, conocimiento, estudio, curiosidad y pasión, tanto por la música como por el teatro, en altas dosis fueron la vitamina capaz de nutrir mucho más que un invento. En palabras de Susini, “el más extraordinario instrumento de difusión cultural”. ¿Gusta usted de un botón de muestra? Los locos de la azotea se la presentan…
Habemus radio
“Señoras y señores, la Sociedad Radio Argentina les presenta hoy el Festival Sacro de Ricardo Wagner, ‘Parsifal’, con la actuación del tenor Maestri, el barítono Aldo Rossi Morelli y la soprano argentina Sara César, todos con la orquesta del teatro Costanzi de Roma, dirigida por el maestro Félix von Weingarten”. Así arrancó Enrique Susini al micrófono, cuando daban las 9 nueve de la noche de aquel histórico 27 de agosto. Y desde entonces, los locos de la azotea ya no se detuvieron. Bajo la licencia LOR, Radio Argentina (la primera licencia de radiodifusión nacional a la que tal transmisión dio origen) las emisiones se sucedieron sin pausa. Al día siguiente fue el turno de la ópera Aída con un bis de Parsifal, mientras que Iris fue de la partida en la noche. ¿Siempre desde la terraza del Coliseo? No, los teatros se fueron diversificando, llegando incluso a ser sede el gran Teatro Colón. Pues, a estas alturas habrá comprendido usted, los locos de la azotea no se andaban con chiquitas.
Los primeros
El caso es que tal hito radiofónico es la razón por la que cada 27 de agosto se celebra el Día de la Radiodifusión en Argentina. ¿Debería ser también en el mundo? Si bien no faltan voces que asignan a los locos de la azotea la concreción de la primera emisión radial, tampoco lo hacen aquellas otras que aseveran otros intentos previos. Claro, en este último caso, sin demasiada claridad, pues para aquellos tiempos de Guerra Mundial, el desarrollo de la radio estaba más vinculado a la comunicación militar, y en pos de proteger estrategias y no levantar la perdiz, se convirtió en algo más bien secreto. De hecho, el propio Carranza se vio obligado a quitar la antena de radio que tenía en la terraza en su casa de Libertad y Paraguay, tras ser señalado como sospechoso de pasar datos a los barcos alemanes. Sin embargo, hay algo que nadie podrá discutirle a los locos de la azotea, ni diputarle medalla. Fusil va, fusil viene, fue la suya la primera emisión con fines artísitcos. E, incluso, la primera transmisión de una obra completa que instauró regularidad en el servicio. ¿Algo más? ¡Mucho más! Estamos hablando también de la primera emisora en transmitir en directo la asunción de un presidente -¡nuestro viejo amigo de este blog, Marcelo Torcuato de Alvear!–, difundir un noticiero y formar un equipo de locutores. Aplausos.
Eso sí, con todo lo dicho, ¿imagina en los tiempos que corren, las andanzas de La Colifata Radio en la pulpería? A buen entendedor, ¡aire encendido!