Malambo, hasta que las suelas ardan

FOTOTECA

Recio y varonil, el Malambo tiene tanta tradición como duelos de suelas en su haber. Historia y pormenores de una danza sin tropiezos.

Cosa de macho era el Malambo, así se gestó y así creció en la campaña argentina, lejos de los salones donde refinados bailes de pareja animaban las noches de los más distinguidos hombres y mujeres de ciudad. Con su semblante recio y su aire hombruno, lo suyo fueron los fogones y las pulperías; los boliches de la periferia. Menuda prueba de destreza la de sus bailarines, quienes daban lustre a los polvorientos pisos sin tregua alguna. Pues el arte del Malambo está en los pies; aunque lejos de evocar un zapateo así nomás. Dedos, talones y hasta empeines se contorsionan al servicio de las llamadas mudanzas. ¿De qué hablamos? Zapateo propiamente dicho (golpes de pie contra el piso), cepillada (roce de la planta del pie), repique (golpes de taco y/o espuela) y la lista sigue. Sí, todos en perfecta sincronía y sin tropiezos a la vista. ¿Se anima?

A mover los pies

Vigor, habilidad, velocidad… ¿qué más se precisa para ser un buen ejecutante de malambo? Concentración y, sin dudas, sincronización. Pues esta danza exclusivamente masculina bien puede venir con yapa: ¿cómo se ve acompañando el ritmo de sus pies con boleadoras y lazos en mano? Porque si los pies dibujan en el piso, por qué no las manos en el aire… Sencillita la cuestión, ¿vio? Lo cierto es que su dificultad lejos estuvo de sembrar desertores. Todo lo contrario, se trata de una de las danzas mas tradicionales de la Argentina, y de alta difusión en el país: se ha bailado en la región pampeana, en el centro y el norte del país desde comienzos del siglo XIX, con sostenida vigencia hasta el siglo XX. Aunque también se cree que su práctica pudo comenzar ya a fines del siglo XVIII, y lo cierto es que en pleno siglo XXI aún hay quienes recogen el guante de tal tradición. Sí, señores, el Malambo no está muerto; sino que vive aún manteniendo las formas y estilos a los que las costumbres regionales han dado origen.

Para variar

Veamos… Hay Malambo norteño, sureño (propio de las pampas) y hasta central (puntano-cordobés). ¿Qué cuál ha sido, históricamente, más picantito? Imagínese usted, los duelos que han sabido protagonizar los aguerridos y varoniles gauchos de la región pampeana. Con decirle que eran capaces de zapatear uno frente al otro hasta que, exhausto ya, uno abandonase la sana contienda. Sí, uno contra otro. Porque de exhibición individual iba la cuestión, y de esta premisa es que nace el llamado “contrapunto de zapateadores”, variante de Malambo sureño el que tres o más bailarines dan rienda a su repertorio hasta agotarlo, siendo el que más complejas o mayores mudanzas ofrece aquel que resulta “ganador”. Claro que el contrapunto duraba lo que el genio y la inspiración de sus protagonistas, podían pasarse larga noche meta Malambo, cinco, seis, siete horas, de puros guapos nomás. Y hasta no faltaba el desafío de tener que representar las mudanzas que ejecutaba el contrario. ¡Como para no quedar de cama!

Cada pago con su Malambo

Eso sí, no vaya creer que en los pagos del norte la cosa era más livianita. Por el contrario: el Malambo sureño siempre gozó de mayor elegancia que el Malambo norteño. Por cierto, rudo como ninguno otro, y con razón. Para empezar, la bota de potro, tan típica de los bailarines pampeanos, nada tenía que hacer allí. Los bailadores del norte hacían uso de la bota con tacón, completamente cerrada y pronta para fuertes zapateos y repiques. De allí la diferencia de suavidad en los movimientos de uno y otro, y los respectivos lucimientos: mientras los “sureños” sacaban chapa de su agilidad por sobre su brío; los “norteños” hacían relucir sus más enérgicas habilidades. Y los instrumentos acompañaban aquello, tal como aún hoy lo hacen. Guitarra para los gauchos del sur; bombo y guitarra o acordeón para los del norte. ¿A capela? Vale para ambos, claro.

Como verá, zapatero a su zapato, y zapateador a su Malambo. Aunque, claro está, la esencia es una sola. Esa que ha llevado al hombre a darle duro y parejo a esta danza por razones tanto más profundas que la superficie a la que han sacado lustre: animar el tiempo de esparcimiento en la amplitud de la campaña, encausar la energía propia y despertar, contagio mediante, la ajena. Expresarse con cuerpo y alma, agudizar el ingenio, superarse, demostrar, florear y ser reconocido. Portar esa orgullosa chapa de hábil zapateador que, ahora usted bien sabe, no es de fácil obtención para cualquiera. ¿O será que se atreve al desafío? Por lo pronto, vaya precalentando los pies. No sea cosa que la invitación lo tome por sorpresa.

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