Que los 29 son de ñoquis es una de esas verdades que no sabemos de donde salieron; pero que ni nos atrevemos a contradecir ¡Y para qué hacerlo con tamaña ricura de por medio! Así las cosas, de boca en boca, de oído en oído, la tradición “ñoquera” ha sabido adueñarse de las mesas argentinas cada vigésimo noveno día del calendario. Inmejorable excusa para reunirnos, compartir, y comer de lo lindo. ¿Y si esta vez nos preguntamos por qué?
Pura bendición
Déjeme decirle que para hallar la respuesta debemos pegarnos un viajecito al siglo VIII. ¿Qué si los ñoquis existían para entonces? Claro que sí, y de su sabor bien supo un hombre de generosidad tal, que la vida, sus circunstancias, y una humilde familia de campo habrían de pagarle con la misma moneda. Se trató de don Pantaleón (quien habría de cambiar dicho tratamiento por el de “San”), un joven médico que, peregrinando con lo puesto por el Norte de Italia, intentando llevar alivio a los enfermos y ayuda a los pobres, no pudo más que rendirse al hambre y cansancio propio de tantos días de pateada, y tocar la puerta de unos campesinos vénetos en busca de algún trozo de pan que pudieran compartirle. Tal era la necesidad que el muchachón dejaba entrever con su aspecto, que la familia no pudo hacer más que invitarlo a compartir su mesa, por cierto, simplona y escueta: sólo siete ñoquis para repartir entre los allí presentes, incluyendo el propio Pantaleón. De modo que, en agradecimiento a tan noble acto, el médico predijo un año de pesca y cosechas excelentes; y dicho el anuncio, un 29 de diciembre, cumplida la profecía. De allí la tradición que aún hoy mantenemos viva, y que hasta hay quienes cumplen a rajatabla de lo acontecido, comiendo tan sólo siete ñoquis. Aunque, a decir verdad, el honrar tal generoso plato y comer hasta el último ñoqui servido es una costumbre que ha generado más adeptos. Es que una vez que se empieza, difícil detenerse en el séptimo. Si no, haga el intento y después me cuenta.
Con su propio peso
Y ojo que la historia no termina allí. ¿Vio que, se dice, más vale poner un billete bajo el plato cuando comemos ñoquis un 29? Es que, según cuenta la leyenda, aquella misma noche, luego de que Pantaleón hubiera partido ya, menuda fue la sorpresa que se llevó la esposa del campesino. Al levantar los platos, varias monedas de oro brillaban sobre la mesa, aquellas que daban inicio a la prosperidad augurada por la fugaz visita. Así que no falta quien, fiel a la creencia de que lo bueno atrae sucesos más buenos aún (y, por tanto, algún que otro billetín, otros tantos más), entibie unos pesitos bajo el calor del plato servido, a ver si la fortuna se multiplica. ¿Qué hay de realidad y que hay de mito en aquello? Más bien será creer o reventar, pues, hablando de prosperidad, quienes sí han visto multiplicar el dinero de sus cajas registradoras han sido los restaurantes. Por cierto, sospechados de haber ideado el ritual de los billetes para atraer, cada 29, clientes que comiesen ñoquis en su local. Unos vivos bárbaros…
Metamorfosis
Sin embargo, otra versión más cruda y terrenal afirma que la tradición de comer ñoquis en uno de los últimos días del mes se debe, precisamente, a que se trata de una fecha de bolsillos flacos, con sueldos al borde de la extinción, pues ya queda poquito y nada de ellos. Claro que si pensamos en los ñoquis de hoy, en sus innumerables versiones (de espinaca, ricota, calabaza, rellenos…) y en la extensa variedad de salsas con las que “bañarlos”; lejos estamos de figurarnos un plato pobretón, propio de gente humilde. Más así lo era. Preparar ñoquis resultaba tarea de lo más sencilla, y los ingredientes involucrados, de los más baratos. Le digo más, se trató del primer tipo de masa casera, tan añeja que ya era paladeada por griegos y romanos. Sí, sí, precedente a pastas tales como los ravioles y hasta los mismísimos tallarines o spaghettis, los primitivos gnochi fueron elaborados a base de harina y agua, tan sólo. Y de allí su nombre, el cual no es más que el plural del término gnocco: “bollo”, “grumo” o “pelotilla”, para la lengua italiana. A fin de cuentas, los originales ñoquis no eran más que pelotitas enharinadas. ¿Cuándo fue, entonces, que nuevos ingredientes comenzaron a entrar en acción? Después de la Edad Media. Queso, espinaca y hasta castañas fueron de la partida. Luego, la llegada del maíz a Italia, allá por el siglo XVI, dio vida a los famosos ñoquis de polenta. Aunque el arribo del ingrediente estrella se haría desear hasta el siglo XVII: la papa, de origen americano, desembarcaba en suelo italiano para generar una verdadera revolución. Y fue amor a primera vista… o paladeada. Los ñoquis de papa comenzaron, entonces, a ser los más populares de la especie.
¿Y usted? ¿Con qué ñocada se va a despachar este 29? Con o sin billete, con o sin moneda, comiéndose todo o masticándose siete. Como sea que lo prefiera, bienvenida sea la tradición que este plato ha inspirado. Pues, leyendas aparte, lo mejor de los ñoquis sigue siendo, acaso, saborear y repetir plato, mientras la buena compañía, entre charla, sorbo y bocado, nos regala el mejor de los ratos.