Otolitos, a suerte y verdad

FOTOTECA

Presentes en los oídos de los peces óseos, los otolitos pasaron de ser talismanes a revelar vida bajo agua. Aquí, un hallazgo imperdible.

Diminuto pero poderoso, un sabihondo de aquellos. Como si se tratara de un chip de inconmensurables megabytes, pero provisto por la madre naturaleza. ¿Lo imagina? Se trata de los otolitos, pequeñísimas partículas presentes en el oído de muchos organismos. Aunque, en el caso que hoy nos compete -y ya comprenderá por qué-, apenas alcanza con referirnos a aquellos que poseen los peces óseos. Léase, pejerrey, bacalao, merluza, corvina, y la lista sigue. Veamos entonces de qué van nuestros minúsculos protagonistas.

Con el chip puesto

Para comenzar a desglosar las características de estos chiquitines, bien vale resaltar que se trata de estructuras con forma de saco, compuestas por carbonato de calcio -idéntico material constitutivo de la cáscara de huevo, por ejemplo-, y cuya función se halla vinculada tanto a la audición como al equilibrio. Eso en lo que al pez refiere, claro. Porque, para el ser humano, son casi, casi, una carta biográfica del portador en cuestión. Ocurre que los otolitos se encuentran presentes en los peces ya desde su etapa embrionaria, desarrollándose en forma paralela a ellos, por lo que contiene información sobre su completo existir. ¿Acaso se trata, efectivamente, de una especie de chip? Algo así. Aunque sin tecnología alguna de por medio. Vea usted, el carbonato de calcio constituyente de los otolitos se va acumulando periódicamente, cual si de capas concéntricas se tratase. Capas que representan, tal como ocurre con los anillos presentes en el tronco de un árbol, cada estación de crecimiento del animal. De esta manera, los otolitos son capaces de delatar edad, tamaño y hasta especie del individuo.

Cajas negras

Y ojo que allí no terminan sus alcances, pues los otolitos también permiten detectar cambios de hábitat de los peces en cuestión. ¿A qué profundidad circuló? ¿Cuál fue su alimento? ¿Ha sufrido alteración alguna por falta del mismo? ¿O por abruptos cambios de temperatura, quizás? ¿Se reprodujo? Usted pregunte, que los otolitos responden. Le digo más, en ellos no sólo se acumula carbonato de calcio; sino también elementos tales como metales pesados. De allí que nuestros protagonistas sean, como si poco fuera ya, grandes bioindicadores de los ambientes frecuentados por sus portadores. Por lo que el nivel de contaminación de las aguas habitadas por los peces, no es un dato que se les escape. Lo que se dice, unos buchones de aquellos. Y en el mejor de los sentidos. De allí que se los considere verdaderas “cajas negras”.

Otolitos, divino tesoro

Ahora bien, vayamos más allá de los peces. Porque, si de cajas negras se trata, cierto es que los otolitos resultan casi inmaculados al paso del tiempo. Su potencial de conservación es una virtud altamente valorada por la arqueología. Pues no sólo constituyen reservorios de información; sino que pueden serlo por años y años. Sin ir más lejos, créame que milenios. ¡Imagine que festín arqueológico! Con tamaña data condensada en sí mismos, bien puede determinarse de qué peces se alimentaba tal o cual cultura, dependiendo de las zonas a las que se corresponda el hallazgo. Eso sí, parece que las más remotas sociedades también han sabido reconocer un valor especial en los otolitos. Y para muestra, un botón: en yacimientos arqueológicos de España, cuya antigüedad se remonta a  2.500 años, se hallaron otolitos en ajuares funerarios. ¿Talismán a la vista? Muy probablemente. Su presencia en las joyas de la antigua corona inglesa ratifica la teoría de su fuerte simbolismo.

Pura magia

Si el hábito hace al monje, el pez hace a los otolitos. Pues la “divinidad” o “magia” otorgada a estas piezas calcáreas tiene que ver, en verdad, con la concepción esgrimida sobre el propio pez. En los pagos españoles, por ejemplo, la corvina supo ser símbolo de fertilidad. Aunque quienes comenzaron con las insignias marinas no fueron otros que los fenicios: pueblo comercial y marinero presto a brindar homenajes a diferentes especies de mar. Para ellos, los otolitos eran de gran importancia para orientarse en el mar (casi, casi,  como si hubieran intuido la función de equilibrio que desempeñaban en los peces). Aunque también lo eran para decidir no sólo su destino a bordo, sino en la vida. ¿Y en la muerte?  Así parece. Presentes en los entierros, los otolitos constituían el amuleto indicado para guiar a los ya fallecidos en su “nuevo mundo”. De allí que también se les adjudicara cierta magia y hasta propiedades curativas.

¿Interesante, verdad? Pues mucho más aún lo es esta yapa que nos hemos reservado para el final. Infrecuente de encontrar en excavaciones arqueológicas realizadas en Buenos Aires… ¿A qué no sabe donde han aparecido? Sí, sí. En la Pulpería Quilapán. Se trataron de 16 otolitos de corvina rubia rescatados durante los trabajos de arqueología aquí realizados en 2013 y 2014. ¿Mero descarte de alimentos? ¿Talismanes, quizás? Quien le dice, en una de esas, aún nos regalen su buena fortuna.

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