Aguardiente predilecto de las gargantas gauchas, trago antojadizo de los criollos. La ginebra ha sabido tener su momento de gloria en la historia etílica nacional; aunque -dicho sea de paso- sus orígenes datan de tierras mucho más lejanas. Para ser más precisos, esta bebida elaborada a base de enebro -y de allí la derivación de su nombre- nació nada menos que en suelo holandés. Así como lo oye, amigo. ¿Se está preguntando, acaso, cómo fue posible que aquel brebaje nórdico acabara por copar nuestros almacenes, boliches y pulperías? Prepárese entonces para develar el interesante periplo de esta compañera de antaño.
Cosa de valientes
Empecemos entonces por revelar quien fue el padre de la criatura. Se trató de Doctor Franciscus de la Boe (¡quién hubiera dicho que esta infalible compañera de curdas iba a nacer de la mano de la ciencia!). Profesor universitario de los Países Bajos, este buen hombre acabó por dar a luz a la ginebra allá por 1650. ¿La fórmula secreta? Cocción de granos tales como malta, cebada y centeno junto con el mentado enebro. Fermentación de tal mezcla, posterior filtro y destilación…y listo el pollo: un aromático aguardiente ya estaba pronto para incendiar gargantas. ¡Y para amortiguar el julepe! Es que se cuenta que, cuando las guerras anglo-neerlandesas coparon la escena del siglo XVI, los soldados holandeses se echaban un traguito de ginebra para tomar coraje y saltar al campo de batalla. ¿Y los enemigos ingleses? ¡Si habrán deseado tener tal corajudo brebaje en sus filas! El fin de la guerra internacionalizaría a la ginebra y sus bondades. Y, desde entonces, el ya rebautizado gin comenzaba a echar raíces en suelo británico.
Haciendo la América
¿Vio que lo hasta aquí contado no dirime tanto de la realidad argenta? ¡Si lo sabrá usted, paisano! No me va a decir que nunca mandó a guardar el frío con un buen trago de ginebra. Si hasta el más pachucho gaucho ha sabido resucitar en los fondos de un vaso robador; o por qué no en algún porrón. Aquel que ha posado largo y tendido en los estaños de campaña, siempre a la espera de algún parroquiano que lo hiciera arder con una encendida ginebrita. Escena conocida, si las hay, para la retina de nuestros queridos pulperos. ¡Si el desembarco de la ginebra en el Río de la Plata data de más de tres siglos! Ocurrió con la llegada de los primeros holandeses a nuestro territorio, y lo hizo con todas la ley. Tal fue el arraigo de este aguardiente que, ya en el siglo XX, serían los hermanos Bols quienes tomaran serias cartas en el asunto. ¿De qué manera? Designando a la firma López Freres & Co. como únicos representantes en el país de la exitosa marca holandesa. Así es como, a fines de 1935, nace la empresa Erven Lucas Bols. Quien desembarca en la localidad de Bella Vista con destilería propia…y más de un sediento corazón en pena agradecido.
Arrasadora
Con la rimbombancia que impera en una marca importada, pero con la adhesión de una verdadera producción nacional, la ginebra Bols se convirtió en un verdadero fenómeno. No sólo en el universo de barras y estaños; sino en el mundo publicitario. ¿Quiere tener esmowing? ¡Sí, quiero! Entonces a beber “la Bols”. Y vaya si el asunto fue tomado en serio, que en el año 1906 llegaron nada menos que 12.000 cajas de porrones al puerto de Buenos Aires. Es que la botella color ámbar -esa que ya era todo un ícono- no paraba de volcar el pico, y su tan preciada aguardiente precisaba de sus clásicos recipientes. ¡Qué tiempos aquellos en los que un golpe de porrón devuelto al mostrador anunciaba el desenlace de un fondo blanco!…y el comienzo de una guitarreada al son del payador, o alguna que otra rencilla a punta de cuchillo. Ya los decían los versos del inmortal Martín Fierro: “Y ya se me vino al humo/ como a buscarme la hebra, / y un golpe le acomodé/ con el porrón de ginebra”. Eso sí, la mejor parte se la llevaba el pulpero: cuando el paisano apoyaba el porrón, ¡se venía la moneda! Clink caja.
Sin fondo
¿Y que había de los bebedores? Bien vale decir que las gargantas asiduas a este potente aguardiente lo disfrutan en su estado más puro, sin aguas o sodas que rebajen su fuego. Y así se lo empinaba el gaucho, dentro de su “chifle” y a temperatura ambiente. Bien a lo macho. Es que la ginebra siempre ha sido cosa de hombres (¡acuérdese lo que le conté de los soldados!). Inmejorable compañera de confesiones, disputas, bravuconadas, timbas…y, por supuesto, borracheras. ¡Si las paredes de los bares de la vieja calle Corrientes hablaran! Allá por los años ’60 y ’70, tiempos de bohemia porteña, la ginebra hizo de las suyas en la conciencia de más de un cajetilla. Para colmo, su costo era toda una bicoca para los bolsillos de los chicos bien. Por lo que unas cuantas curdas se dieron el gusto de ver asomar la luz del sol. Eso sí, el borracho debía ser devuelto a su domicilio. Nada de andar dejándolo tirado por ahí. Que eso no era de buen hombre ni, mucho menos, de buen bebedor de ginebra. ¿Qué mejor, acaso, que compartir una copita con buenos y memoriosos amigos?
Desde aquí, estimado paisano, ya tiene hecha la invitación. Eso sí, antes de beber una copa, por las dudas, ¡no olvide dejar dicho a donde vive!