Como se dice en jerga futbolera, con el diario del lunes todo es más sencillo. Pero lo cierto es que, allá por los años ’70, hubo una pregunta para la que no cupieron futurologías: ¿era posible que la hamburguesa hiciera patria en la tierra en que el asado en estaca, a fuego lento y paciente, era poco menos que un ritual sacralizado? Pulgar abajo para la tradición, manos abiertas en alabanza para el sueño (norte)americano. De ello fue la cosa para Alfredo Lowenstein, nada más y nada menos que el fundador de la cadena de hamburguesas nacionales por la que, a más de un@, aún se le pianta un lagrimón: la inolvidable Pumper Nic.
Pionero
Año 1974, calle Suipacha. Sí señores, el primer Pumper Nic de la historia abría sus puertas inspirado en pesos pesados estadounidenses si de comida rápida hablamos: McDonald’s, fundado en 1948, y Burguer King, en 1954. O más que inspirado, lo de Alfredo Lowenstein, padre de la criatura, fue una calcomanía vívida. Desde el funcionamiento hasta los muebles, la ambientación, el frente y, cómo no, el menú. Todo, todo, todo estuvo pensado para emular un sistema que andaba como un relojito, llenando panzas a la vez que corazones de los más chiquitos (bueno, también de los no tantos…) ¿Y a qué no sabe? El éxito no tardó en replicarse. Sí, el experimento yankee en su versión nacional marchó como piña. O, en lenguaje pumperniquiano, salió con frenys. Claro, Lowenstein fue apenas uno de los tantos apellidos extranjeros que, habiendo venido a hacerse la América, acabaron rotulando productos made in suelo argento. ¿Recuerda acaso a los dulces Noel o al mismísimo Mantecol? Pero por lo arriesgado de la apuesta, bien vale reconocerle semejante pegada. Cierto es que todo empezó de la mano de Lowenstein padre, don Ludwing, un alemán que, escapando del nazismo, a su juego lo llamaron cuando arribó a estas tierras con su oficio de carnicero a cuestas. Por lo que, carneada va, faenada viene, el alemán llegó a montar, incluso, su propio frigorífico en los pagos entrerrianos de Basavilbaso. Pero la historia no termina aquí.
De carne somos
Imagínese los viento en popa que marchaba el negocio familiar que uno de los hijos de Ludwing –Ernesto, o “tito” para los amigos– contó con la financiación de su padre para crear su propia marca de hamburguesas: sí, sí, sí, las famosísimas Paty (vamos a decirlo, casi que el nombre de la hamburguesa para los argentinos). Con lo cual, su hermano Alfredo se las vio servidas. Valga el chascarrillo, entre panes. Más aún si se considera las frecuentes visitas que la familia realizaba a los Estados Unidos, país en que los Lowenstein llegaron a adquirir propiedades dado el nicho de compradores que el frigorífico había encontrado allí. Y, por tanto, una larga experiencia a la mesa de las exitosas cadenas de hamburguesas locales cuando en Argentina era aún una incógnita. Hasta que llegó la hora de la verdad: el Pumper Nic plantó bandera con sus hamburguesas, papas y pollo frito, helados y gaseosas, al mejor estilo de las casas madre, cómo no. Pero con algunas novedades nacionales bajo la manga.
Pase y elija
¿Pasamos lista? Para empezar, las hamburguesas Paty –de carne vacuna 100% argentina y receta ultra secreta, tanto para la hamburguesa Súper Nic, con lechuga y tomate, como para la Doble Nic, con doble hamburguesa y agregado de cebolla–. Luego, el Mobur –un sándwich de lomito, queso y huevo–, además de la inolvidable Luna Llena: sí, ese tieno bocado de jamón y queso cuyo “pan” era en verdad masa de medialuna dulce. ¡Y calentita! Como rezaba el menú. Por supuesto, el más genérico ChicNik, sándwich de pollo rebozado al mejor estilo estadounidense, y las clásicas papas fritas de acompañamiento (oiga, pulpero, se dicen frenys, ¿no lo hemos dicho ya?) también tuvieron su estrellato. Ahora bien, ¿de dónde el nombre Pumper Nic? La sangre tira, dicen. O enciende lamparitas, pues proviene de un tipo de pan originario de Alemania: el pumpernickel. De allí que el logo de Pumper Nic fuese el mismo nombre entre dos tapas de pan. Algo que, por cierto, aunque don Alfredo no lo sospechara entonces, habría de traerle algunos problemas. ¿Pues sería que no nació de su pura imaginación? Veremos, veremos.
Simbronazo
El caso es que el negocio creció a una escala inimaginable, los ceros se reproducían a lo loco en las cajas registradoras al tiempo que también el nombre de Pumper Nic por las calles porteñas y bonaerenses entre fines de los ’70 y principios de los ‘80. Llegaría también el turno de algunas capitales de provincia. ¿Qué mas pedir? Solo que de tanto abarcar, poco se aprieta, como dice el refrán. Y tamaña expansión volvió imposible controlar la calidad del servicio en tantas franquicias. Para más, llegó el día en que Burger King hizo su reclamo para la similitud del logo entre una cadena y otra, acusando plagio. Por lo que el cambio de imagen de Pumper Nic estuvo al caer. Y eso que aún no había llegado el golpe más duro: el arribo de McDonald’s a la Argentina en 1986, cuyo primer local se instaló en la avenida Cabildo al 2200. Calma, que no panda el cúnico, solo es cuestión de afianzar a tan fiel público. Y por ahí fue el bueno de Lowenstein. Nació entonces el Club de Amigos de Pumper Nic, con beneficios tales como cheques de consumiciones gratuitas en el día de cumpleaños, impresos con la imagen de la mascota que Pumper también llegó a tener: el hipopótamo Nic. De color verde y con sus colmillos blancos asomados por entre su lengua roja, hasta tuvo su versión peluche. ¿Más contraataque? Resulta que no solo era posible tener consumición gratis el día del cumple, ¡sino también festejarlo en banda en el mismo Pumper! Si la mesa es un punto reunión para los argentinos, lo sería también en torno a las hamburguesas y las frenys. Por cierto, algo de lo que tanto McDonald’s como Burguer King se harían eco.
El triste adiós
Sin embargo, los esfuerzos no fueron suficientes. Desmadrado el crecimiento por el que los locales comenzaron a cerrar sus puertas de a uno, perdida la batalla judicial con Burguer King, feroz la competencia con la cadena de la “m” dorada –precisamente en la antesala de la década del ’90, cuando lo importado comenzó a ganarle la pulseada a todo esfuerzo nacional–, ¿qué quedaba? Diego Lowenstein, hijo mayor de Alfredo y a cargo entonces del negocio, supuso que una alianza con la también nortemaericana Wendy’s podía resultar provechosa, procurando un perfil más popular aún. Pero los hechos no se correspondieron con la ilusión, y la venta de Pumper Nic, ante la imposibilidad de sostenerlo económicamente, fue el mazazo final. Si en 1996 ya quedaban en pie solamente los locales que pertenecían a la matriz, apenas tres años más tarde, el último Pumper Nic subsistía en avenida Costanera y Salguero.
¿Te acordás, hermano…? Cómo no volver de este tangazo de Pugliese de solo recordar a Pumper Nic, a las tantas infancias y adolescencias que encontraron allí su recreo. Tiempos viejos, se titula. ¿Tiempos buenos? De lo que no caben dudas, es que puertas adentro de Pumper Nic, vaya si fueron bien vividos.