¡Qué vuelta, Formosa!

FOTOTECA

Bordeada de ríos, Formosa mantiene una extensa frontera con Paraguay. Diversos paisajes y culturas en una misma provincia.

Antes que antes de todo, Formosa era un gran mar interno; aunque cueste imaginarse con agua salada esa llanura subtropical ahora poblada de monte y estero. Cuando el mar se fue secando y sus sedimentos pasaron a ser parte del paisaje, fueron apareciendo los primeros animales y con ellos los primeros grupos humanos en poblarla.

Gran Chaco

Está ubicada en la región del Gran Chaco, que comprende el Norte Argentino, Paraguay, Bolivia y parte de Brasil. Es atravesada por el trópico de Capricornio, como lo atestigua un viento húmedo casi constante y las temperaturas que en verano pueden superar los 40°C con comodidad. Mantiene un profundo contacto con la cultura de Paraguay, lo que enriquece aún más su diversa identidad.

Vuelta fermosa

Dicen que su nombre proviene de la admiración que provocó en los primeros españoles que la avistaron. Al grito de ¡Vuelta fermosa!, (hermosa, por deformación del castellano antiguo), los viajeros navegaban y apreciaban un recodo del Río Paraguay. Con el tiempo se transformó en Formosa. Del otro lado del mundo se llamó originalmente de ese modo a la capital de Taiwán, también conquistada por la corona de España.
Formosa se incorporó al territorio argentino luego de la Guerra de la Triple Alianza, en la que se enfrentaron Paraguay, Argentina, Uruguay y Brasil (1865-1870). Luego de interminables disputas limítrofes con los países vecinos y de luchas internas hacia dentro de Argentina, la ciudad de Formosa se fundó en 1879 y pasó a ser por varios años la capital del Gran Chaco Argentino.

Los primeros

Territorio de las etnias wichís, qom, pilagás y guaraníes, aproximadamente unos 40 mil habitantes de Formosa pertenecen a pueblos originarios. Son comunidades que vienen luchando por el respeto a la diversidad cultural y natural, y la devolución de tierras, como reparación histórica y medio de sustento. Aún cuando viven en condiciones indignas, demuestran, a pura fuerza de dignidad, que es posible otro modo de relacionarse con la naturaleza y entre las personas.