Que la suya es una banda roja que cruza el alma, pero que su fútbol elegante y de buen pie hizo que se lo conociera como “la Casablanca del fútbol”. Que su monumental estadio se erige contundente en el norte porteño, pero que sus raíces tiran al sur, al río, a la vera de las aguas que lo vieron nacer: River Plate. El mismo nombre que el futbolista Pedro Martínez viera escrito en enormes cajones que unos marineros bajaban de su barco carguero. Ese nombre que el 25 de mayo de 1901 dio bautizo a la unión de Los Rosales y Santa Rosa, equipos oriundos de La Boca. River Plate, el primero de los grandes. Un grande entre los grandes.
Billetera no mata campeón
Parejita fue la cosa. Pues si el nombre había sido idea de Pedro Martínez, jugador de Los Rosales; la presidencia no podía caer en manos sino de un santaroseño: Leopoldo Bard. Sin embargo, desde entonces serían ambos equipos un solo corazón; una única pasión envuelta en camiseta blanca. Hasta que a fines del año 1904 aparece la banda roja. ¿Motivos? La primera versión cuenta que, en una noche de carnaval, cinco jugadores tomaron una cinta de seda roja que colgaba de un viejo carro y se la sujetaron sobre sí diagonalmente, con alfileres. Una segunda, que la banda es una forma de evocar a la insignia de San Jorge, patrón de Génova (sí, en La Boca el grueso de sus inmigrantes eran genoveses). Es decir, una cruz roja sobre un fondo blanco. El caso fue que aquellos colores ya no dejarían de acompañar a River Plate en su glorioso camino. Aquel que, en sus inicios, se trazó sobre el terreno del amateurismo. La profesionalización llegaría en el año 1931, dando el puntapié a la década de las vacas gordas. Tanto así que River se dio el lujo de desembolsar nada menos diez mil pesos en la compara de Carlos Desiderio Peucelle ¡Todo un número para entonces! Aunque don Carlos lo retribuyó con creces: más de 400 partidos jugados en los superó la centena de goles y se consagró multicampeón. Fue aquel el dulce inicio de un mote eterno para el pueblo riverplatense: los millonarios. Por cierto, ratificado con la compra de Bernabé Ferreyra en 45 mil pesos. Pavada de billetes…
El más grande sigue siendo River Plate…
Para aquellos tiempos, River Plate ya había abandonado los pagos del sur, tras no renovar el alquiler del predio donde se encontraba su cancha, allá por 1923. De modo que, luego de un breve paso por la actual avenida Libertador, entre Tagle y Austria, el presidente Antonio Vespucio Liberti se la jugó por la construcción de una casa definitiva. Una casa más grande, un estadio verdaderamente monumental. Y así fue como, en su cumpleaños número 37, por sobre apagar la velita, River Plate se hizo del fuego de la victoria. Fue un contundente 3-1 a Peñarol de Uruguay en su nuevo y flamante hogar, inaugurado en dicha ocasión. Se avecinaban así años de grandeza también en el fútbol, pues ya en la década del ’40, sacaría a relucir el brillo de “La Máquina” ¡Sí señores! Sin repetir y sin soplar: Muñoz, Moreno, Pedernera, Labruna y Lousteau. Cracks de los crazks, piezas de un andamiaje táctico y virtuoso que hizo de este quinteto una verdadera locomotora, la gran delantera gran del fútbol argentino. Y River Plate no paraba de ganar: se alzó campeón en 1941 (goleando a Boca por 5-1), en 1942 (dando la vuelta olímpica en la cancha de Boca), en 1945 y 1947. Este último año, con una saeta a toda velocidad: el mejor Alfredo Di Stéfano, capaz de convertir 27 tantos en 30 partidos. Lujazo.
Sube y baja
Claro que quien conoce la gloria también la oscuridad de la derrota. Y River Plate vaya si supo de malas rachas, sus tropiezos y caídas fuleras. De hecho, vivió una sequía de campeonatos que fue desde 1958 hasta 1974 inclusive. ¿Imagina hoy un River capaz de soportar 16 años sin salir campeón? Y para colmo de colmos, en la final de la copa de 1966, frente a Peñarol de Montevideo, con un cómodo 2-0 en su favor, acabó vencido 2-4 en tiempo suplementario. Ya de regreso al torneo local, los hinchas de Banfield le recordaron muy bien aquella falta de carácter arrojando una gallina al campo de juego. ¿Gallina, yo? Sí, y a mucha honra. Como su piel cada vez que el equipo sale a la cancha. Por lo que River dio vuelta la tortilla e hizo de aquella burla un símbolo propio, uno más de esos que hoy lo identifican, lo nombran. Así como tantos otros que han sido perlas en su camino. ¿Acaso alguien más puede tener en su historia la extrañeza el gusto de hacer un gol con una pelota naranja? Y si es a su archirrival, con el “loco” Gatti en el arco, mucho más. Ocurre que el césped estaba cubierto de papelitos blancos, por lo que promediando el primer tiempo la naranja entró a rodar para una mejor visión. Solo que el Beto Alonso no perdonó, y frente a los ojos abiertos del “loco” la empujó mansita al fondo de la red. Un verdugo bien caballeresco. Y es que sí, si de algo se ha ufanado River Plate, es de su fútbol de bastón y galera. Aquel que sacó a relucir en dicho campeonato de 1985/1986.
Y así la historia, entre glorias y desazones, a puro crack y talento nacido en cantera propia (y tantos otros inolvidables de importación), siempre proveedor de la selección argentina, siempre al pie de nuevas conquistas locales y continentales. Con sus injusticias (¿acaso es justo el descenso de un grande para el bien del fútbol?) y sus hitos (¿acaso algún hincha de River podrá olvidar la conquista del Bernabeu frente a su rival de toda la vida?). Pero de seguro, con su pasión intacta. Tan interminable como el propio River Plate. Que siga la función…