Trepa que trepa, quien sabe uno a dónde queriendo llegar. Ésa es la Santa Rita, cuyos fuertes tallos espinosos pueden alcanzar los cuatro metros de altura. Lo que se dice, una planta sin vértigo, capaz de coquetear con los ocho de la raíz hasta su última hoja. Y aunque lejos de ufanarse, se erige al fin como una colorida Babel. Pues la Santa Rita es una planta de mundo, amiga de las orillas mediterráneas y los trópicos, de la calidez sudamericana y de toda pérgola o vacante paredón en donde caiga un tibio rayo de sol. ¿Cómo no hacerle honor en nuestra alcalina fachada?
Todo el año es carnaval
Ocurre que para la Santa Rita, todo el año es primavera. O casi. En climas cálidos y sin heladas, esta buena moza florece de punta a punta del calendario. Y si la fresca se pone demasiado intensa, lo hará de forma pronunciada en primavera y también en otoño. Porque el invierno la aprieta pero no ahorca. Vea usted, la Santa Rita es capaz de soportar fríos de hasta tres grados bajo cero, perdiendo todas sus hojas y quedando puro esqueleto. Pero el rebrote es seguro, así como la intensidad de su color. Y he aquí el dato más curioso: agrupadas en ramilletes, las “flores” de la Santa Rita no son tal. Más bien se trata de hojas modificadas. Sí, con la estridencia y suavidad de un pétalo, pero hojas al fin. Se denominan “brácteas”, y son quienes rodean a las verdaderas flores, siempre de a tres en corazón de las brácteas y luciendo un color amarillo claro. Pura pequeñez y discreción. Pero mucho más que belleza a los ojos, pues tanto las brácteas como las flores tiene su buen uso en las cocinas. Así como vienen, crudas y tiernas, las brácteas son buen ingrediente para ensalada (¡verá como su sabor neutro otorga frescura al paladar!). Al tiempo que cocidas pueden incorporarse en masas, ya sea para pastas, panificados o postres, aportando su textura y color (eso sí, el secretito para que no se “destiñan” es incorporar algún ácido a la preparación, como ser limón o vinagre). ¿Y qué hay de las flores? Tanto unas como otras, salen como piñas en infusiones frías o calientes.
Sabihondas
La pregunta es, si las brácteas no son flores sino hojas. ¿Por qué no lucen como tal? Sabia es la naturaleza, y no en vano es el dicho. Tal como afirma el ensayista francés Maurice Maeterlinck, la planta sabe mejor que nosotros contra qué rebelarse. “Al revés de lo que sucede en el reino animal, y a causa de la terrible ley de inmovilidad absoluta, el primer y peor enemigo de la semilla es el tronco paterno (…) Toda semilla que cae al pie del árbol o planta es perdida o germinará en la miseria.” Debe ella conquistar el espacio, alejarse de la “sombra” materna (en literal y figurado sentido de la palabra) y dar con suelo fértil pero, a la vez, disponible. El caso es, ¿cómo hacerlo a raíces fijas, sin que la planta pueda desplazarse? Allí es donde entra en juego la rebelión de la que habla Maeterlinck, y la sabiduría de la naturaleza. Esa por la que cada planta con su librito, sí, con su ingenioso sistema de diseminación. Y el de la Santa Rita no es otro que el que constituyen las brácteas. Dada su morfología, sirven ellas de alas para que las semillas vuelen una vez que el fruto madura y la flor se seca, cual sistema de propulsión. Eso sí, su belleza es otro cantar, aunque tampoco librado al azar: la función de las brácteas, en su semejanza a una flor, es también la de atraer a los polinizadores, responsables de la fecundación. ¿Qué tal?
En su santo nombre
Develado el misterio de las brácteas, de las flores al fin no flores, tal vez reste una duda más respecto a nuestra protagonista. ¿Por qué el nombre de “Santa Rita”? Perteneciente a la familia de las nictagináceas, es ella originaria de Brasil. ¿Y quién anduvo por aquellos lares allá por 1970? El explorador Louis de Bouganville, otro francés para este boletín. Aquel que, cautivado por tanta belleza, introdujo la planta en Europa y con qué éxito… De allí que se conozca a la Santa Rita como “Buganvilla”, en honor a su apellido. Sin embargo, su denominación local sigue siendo una incógnita. ¿Acaso alguna vinculación con la santa? Cuenta la tradición que una madrugada de 1428 Rita recibió de manos de Cristo una astilla de madera clavada en el hueso de la frente. Nada menos que un estigma divino: la marca de la corona de espinas que el propio Jesucristo había portado en la crucifixión. ¿Será que las espinas de la Buganvilla son acaso una alusión a aquella y de allí su nombre en honor a la santa?
Santa Rita, Buganvilla. Con sus flores y hojas. Con sus hojas que son flores y sus flores verdaderas. Con su belleza de cinco continentes. Así la queríamos también en la fachada colonial de la pulpería Quilapán, donde trepa lenta pero segura. Donde nos regala tanta historia para contar.