Villavicencio, manantial a pedir de boca

FOTOTECA

Impregnada de naturaleza, el agua Villavicencio es rica en minerales y en historia. Pura grandeza en plena cordillera.

Desde la montaña hasta la mesa. Con toda su naturaleza a cuestas, Villavicencio ofrece un combo sin igual de minerales a la hora de saciar nuestra sed; al tiempo que revela los periplos de su historia en el corazón cordillerano. Allí donde la madre tierra dibujó una geografía única; y donde un par de aventureros emprendieron su visionaria misión.

Toco y me voy

Así, es. Para comprender el por qué del agua que copa góndolas y heladeras nada mejor que remontarnos al lejano siglo XVII. Aquel en que las tierras mendocinas eran naturaleza pura: nadie por allí, nadie por allá. Sólo un paisaje capaz de ofrecer las bondades de la minería. Esas que descubriría el capitán canario Joseph Villavicencio, quien se instaló en la zona allá por 1680 y bautizó con el nombre de “Los Hornillos” a las minas de oro y plata que descubriera a 12 km de su asentamiento. Miles de hectáreas copadas por cordones montañosas y bañadas por ricas aguas termales componían el escenario en cuestión. Aquel que tomara el apellido del español como denominación propia: Villavicencio. Delicia natural a los ojos, sanador manantial y posta de viajantes dispuestos a cruzar la frontera. Es que desde 1561 hasta 1891 Villavicencio fue la principal ruta entre Buenos Aires y Santiago de Chile. Y la precaria choza allí instalada era el modesto refugio de quienes emprendieran el cruce. ¡Vaya si han desfilado personajes por allí! Desde el mismísimo José de San Martín -quien tomara este camino en 1817 para dividir al Ejército de los Andes en dos columnas- hasta el naturalista inglés Charles Darwin, 18 años más tarde. ¡Si hasta llegó a documentar en sus memorias los dos días que durara su estadía! Por suerte, la casa era chica, pero el corazón bien grande.

Agua bendita

Ya conocidas las aguas de Villavicencio y sus propiedades, los albores del siglo XX serían testigos de su comercialización. El preciado líquido era embotellado en damajuanas y enviado a la ciudad de Mendoza; aunque su alcance no sería masivo aún. Más que como agua de consumo, se la utilizaba como agua medicinal. Por lo que se hizo presente en farmacias antes que en almacenes. Sin embrago, la predilección del público por sobre otras aguas haría que Villavicencio creciera a pasos agigantados. Así es como, en 1923 y de la mano del ganadero argentino Ángel Velaz, nuevo propietario de las tierras, nacen las Termas de Villavicencio. Y lo que fuera una precaria posta se convirtió en posada, para luego ascender al rubro de hostería. Sólo que, en medio de la escalada, hubo un imprevisto escollo: el aluvión ocurrido en 1934. ¿Qué si todo estaba perdido entonces? Para nada, Velaz redobló la apuesta y se mandó una construcción de aquellas. Un hotel con todas las letras, lujos y chiches capaces de cautivar a las clases altas. Y, definitivamente, así fue.

A lo grande

Fue en el año 1940 cuando ocurrió la gran inauguración gran. Y créame que no exagero. ¡Alrededor de 100 personas trabajan, de arriba para abajo, en este súper hotel! Es que había que estar al nivel de la exigente clientela, aquella que venía desde Buenos Aires vía férrea hasta la estación Mendoza, desde donde era conducida al gran valle de Villavicencio. Allí, y en la plenitud del verano argentino, los huéspedes disfrutaban de un reparador descanso tras sus invernales viajes en barco a la gran Europa. ¡Eso sí que era glamour! Por lo que el cordillerano hotel disponía de un gran cuerpo de conserjes, mucamas, maleteros, cocineros, mozos y demás personal de servicio a pedir de boca de sus exclusivos visitantes. Sin embargo, las luces de éxito sólo resplandecieron hasta el año 1978. Es que todo concluye al fin, y una serie de factores influyeron en el magro destino de este gigante. La apertura del Túnel Internacional sobre la nueva Ruta 7 hizo que la vía que pasaba por el hotel dejara de ser el único paso obligado para ir hacia Chile. Al tiempo que el desarrollo del Ferrocarril Transandino también contribuyó en la merma de visitantes: la costa chilena era el nuevo furor en los tiempos estivales. Así las cosas, el hotel dejó de ser rentable en materia económica; más no así en términos “marketineros”: la imagen del hotel ya no se despegaría de las aún vigentes aguas Villavicencio.

Pura vida

Numerosos fueron las idas y vueltas respecto al destino del mítico edificio, las aguas termales y los proyectos a esbozar sobre ellos. Sin embargo, en el año 2000 y tras varios pases de manos, Termas de Villavicencio es adquirida por Aguas Danone Argentina; empresa que adquiere la suma de 72.000 hectáreas contempladas en toda la zona. Y con el fin de preservar tamaña joya de la naturaleza es que se crea la Reserva Natural Provincial de Villavicencio; quien desde 2009 pertenece, además, a la Red de refugios de Vida Silvestre. Así, de la mano de guardaparques y jardineros, sumados a los diversos equipos científicos que desarrollan investigaciones del tipo arqueológicas, botánicas y hasta astronómicas, Villavicencio y toda su naturaleza descansan en buenas manos. Su memoria, su fauna y su vegetación se encuentran a sano resguardo. Pero… ¿no nos estamos olvidando de algo? Claro que sí, sus maravillosos cerros de hasta 3200m de altura. Esos que aún impregnan de minerales el agua de lluvia y nieve que los recorre. Agua de montaña, esa que, una y otra vez, resurge cual manantial para llenar de pureza nuestra mesa de cada día.