Alcornoque, una cuestión de piel

FOTOTECA

De corazón fuerte, el alcornoque esconde en su suave corteza un recurso sin sustitutos a la vista: el corcho. ¿Un mediterráneo en Argentina?

¿Duro por fuera y tierno por dentro? Nada de eso, al alcornoque no le va aquello de “es pura cáscara”. Al contrario, su rudeza va por dentro. Pues este árbol de porte mediano, con sus hojas perennes y frutos de bellota a cuestas, es capaz de ofrecer una madera tan dura que a más de un testarudo bien se lo ha catalogado como “cabeza de alcornoque”. Eso sí, la corteza es otro cantar: liviana y porosa, producto de sus moléculas de aire y agua, crece hasta alcanzar generoso espesor. Sí, el suficiente como para constituir un archiconocido tejido vegetal: el corcho.

Multifacético

Norte de África, España, Portugal y Cerdeña. Esos son los pagos del alcornoque, siempre a la vera del mar Mediterráneo o el Atlántico, cosa de que la influencia marítima sea capaz de suavizar las temperaturas extremas y la sequía de los veranos (aunque bien la resista). ¿Le suena pretencioso? Habida cuenta de lo que provee, no es para menos. Veamos. La madera se utiliza para la elaboración de carbón vegetal; las amargas bellotas para el engorde de ganado, léase cerdos (¿acaso sospechó, alguna vez, que el alcornoque tenía algo que ver con en el codiciado jamón Ibérico? Vaya enterándose…); y la corteza, lo dicho. Claro que el asunto del corcho no es moco de pavo, y ya verá por qué se lo digo.

Cuestión de piel…o corteza

Sin dudas, el corcho es el principal aprovechamiento que se efectúa del alcornoque; y múltiples son sus aplicaciones: desde la artesanía hasta la industria, el corcho es, hasta ahora, irremplazable. O, al menos, no hay sustituto alguno a la vista. De más está decir, entonces, lo fundamental que resulta cuidar al padre de la criatura. Así que no vaya a creer que al muy gaucho se lo anda “desnudando” constantemente, no, no. Una vez extraída su corteza, el árbol entra en un período de descanso que puede ir de los nueve a los doce años. De esta manera, no sólo se previene el agotamiento de la producción; sino que se procura una mejor calidad de corcho. Ocurre que la corteza crecida al año siguiente de una extracción no resulta tan “buena” como su antecesora. Por lo que más vale darle al alcornoque su merecido tiempo de recuperación.

En busca del alcornoque nacional

¿Y por casa, cómo andamos? Parece que la provincia de San Juan anda a la búsqueda de completar el “kit” de insumos vitivinícolas nacionales. A las botellas, su etiquetado y el propio vino, por supuesto, le falta el corcho. ¿O no? Cierto es que tanto en la provincia de Mendoza como Buenos Aires hay fábricas de tapones de corcho; pero a costa de material importado. Entonces… ¿por qué no intentar arraigar el alcornoque al suelo argentino? En esas yerbas anda la mentada provincia cuyana. De hecho, allá por el 2008, en el valle de Zonda, San Juan ha experimentado con unas primeras plantaciones, y con óptimos resultados. A fin de cuentas, la sequía sanjuanina bien puede compararse con la de los países mediterráneos -amén de la merma propiciada por el propio mar, claro está- . Sin ir más lejos, la zona elegida para dar comienzo a la “operación alcornoque” no fue azarosa; sino que se considera que ofrece condiciones climáticas similares a las del sur de Portugal. Allí donde el alcornoque crece a las anchas.

¿Será que lograremos hacerlo sentir como en casa? Por lo pronto, la iniciativa ya resulta por demás alentadora. Y, a juzgar por la adaptación a nuestros pagos, su permanencia en ellos parece tener más que buenos fundamentos. Sí, aunque, lejos de todo raciocinio, lo del alcornoque sea, sin duda alguna, pura cuestión de piel.