A pura yema y algo copeteados, los huevos quimbos sí que se las han ingeniado para perpetuarse en el recetario nacional. Y, lejos de dormirse en las mieles de su almíbar, hasta se han dado el lujo de ascender posiciones en el escalafón culinario: de asistencia perfecta en las campechanas cocinas de las pampas a una recurrente participación en las más finolis bandejas de masas frescas. ¿Qué me dice? Es que, borrachitos y todo, estos budincitos siempre han andado por la buena senda: la de los sabores caseritos y consistentes. El mejor camino hacia la conquista de todo paladar argentino.
Dulce bendición
Sin embargo, los ya nacionalizados huevos quimbos no son una creación local. Una vez más, los conventos españoles y portugueses han sido testigos de su gesta. Bien recordará usted que, por aquellos sitios, las claras de huevo eran muy solicitadas: ya sea para clarificar vino o para almidonar prendas, este proteico líquido viscoso era de recurrente utilidad para los religiosos. ¿Y las yemas? Pues bien, ya le contamos que el postre ambrosía se ha hecho cargo de ellas; pero la imaginación no se detendría allí. La gula también haría posible una nueva creación en la que aprovecharlas: los codiciados huevos quimbos. Es por más que hubiera yemas para tirar al techo, no eran para cualquiera. Estas criaturitas bañadas en licoroso almíbar fueron delicia selecta de superiores eclesiásticos; aunque también se las solía obsequiar a los benefactores de las religiosas. Porque la caridad y buena letra siempre tienen su grata recompensa. Y si es dulce, mucho mejor.
Haciendo la América
Lo cierto es que, tal como ha sucedido con la ropa vieja, los huevos quimbos han desembarcado en América de la mano de los conquistadores. De allí que, tanto para nosotros como para el resto de los países del continente, esta dulzura data de la época colonial. Aunque, claro está, con los matices propios de cada lugar. En este sentido, Argentina, Chile, Perú, Brasil, Colombia, Venezuela, Guatemala, Nicaragua, México y compañía han dado vida a diferentes variantes de un mismo postre; pero todas ellas coinciden en un secreto clave: hay que batir las yemas de lo lindo. Así que vaya preparando sus bíceps, o en el mejor de los casos, su batidora amiga. Con cariño y algo de resaca, aquí van los huevos quimbos a la argentina.
Marche una decena
Para los huevos:
- 6 yemas
- 1 huevo
- Manteca en cantidad necesaria
Para el almíbar:
- 350 centímetros cúbicos de agua
- 350 gramos de azúcar
- Esencia de vainilla a gusto
- Brandy o coñac a gusto
Cortita y al pie, la receta de los huevos quimbos no encierra dificultades. ¡Sólo tiene que romper los huevos con cuidado! Pues de ello depende que separe correctamente yemas de claras. Una vez que lo consiga, bata las 6 yemas con el huevo entero hasta que espesen cual sabayón (o sino, pruebe con el ya conocido e infalible “punto letra”: sumerja un tenedor y levántelo para que la emulsión se desprenda forme alguna figura, vocal o consonante, lo que guste).
Vierta la preparación en moldecitos previamente enmantecados (como los que se utilizan para hacer muffins), pero solo hasta la mitad de su capacidad. Eso sí, caso disponga usted de generosos huevos de campo, sus poderosas yemas harán que pueda rellenar aún más los moldes, cosa de que salgan porciones de bien polenta.
Lleve a horno moderado y cocine hasta que los “quimbos” crezcan y luzcan doraditos (se calcula entre 7 y 10 minutos, dependiendo del horno). Recuerde entonces el secreto del palillo: si al introducirlo en la masa sale limpio y seco, lista la cocción. Desmolde y coloque las “masitas” en una fuente.
Prepare mientras el almíbar: coloque el azúcar en una cacerola y cúbralo con el agua. Cocine a fuego moderado hasta que se disuelva el azúcar y la preparación luzca ligera. Enriquezca el almíbar con unas gotitas de esencia de vainilla y algo de ron, whisky, coñac o brandy. La elección de la bebida y la cantidad la dejamos a su criterio, pues de ello dependerá que tan borrachines resulten los huevos.
Llega entonces el turno del chapuzón. Coloque los budincitos en una sopera o fuente profunda y ahóguelos con el almíbar. ¡Verá como comienzan a inflarse! Deje que los señores absorban la viscosidad del almíbar y todo su sabor. Y no olvide llevarlos a la heladera durante, por lo menos, dos horas.
¿Quiere hacer de los huevos quimbos verdaderas masas finas? Un buen copete de chantilly o dulce de leche calzará justo para la ocasión. Y hasta puede coronarlos con alguna cerecita. Eso sí, si anda enemistado con la balanza, sepa que la dieta deberá empezarla al día siguiente. Pues estos “potentones” huevos quimbos atentarán con todo intento. Mientras tanto, disfrute sin culpas. Que si de algo desconoce este postre, desde su ancestral origen, es de pecados.