Cayote, ni una fibra de sonso

FOTOTECA

Típico de cuyo y el norte argentino, el cayote conquista paladares a fuerza de dulzura. Pura fibra y sabor al servicio de la tentación.

Lo llaman cayote por los pagos del norte; mientras que en cuyo sale al decir de “alcayota”. ¿En qué versión gusta de probarlo? Generoso y contundente, su alta concentración de azúcares lo hace protagonista de dulces, mermeladas y hasta miel. ¿Qué si hay peligro de empalague? No se preocupe, lo más riesgoso de perderse en la dulzura de este fruto es un agradecido y provechoso empacho. Pase y relámase.

Mi amigo el cayote

Originario de América, el cayote pertenece a la familia de las cucurbitáceas. Condición que lo emparenta con zapallos, melones y sandías. Sí, sí. A juzgar por su tamaño, ni modo que así no lo fuera. Si hasta no falta quien con uno de ellos lo confunda… Pues entre 5 y 6 kilos se alza el peso regular de cada fruto. Y hasta 50 frutos son capaces de nacer de una misma planta. Generosidad a troche y moche, y un corazón que es pura fibra: la pulpa del cayote es nervuda, seca y dulce; dueña de una palidez que nada tiene que ver con debilidades. Mucho menos, para quienes la consuman. Betacaroteno, potasio, calcio, hierro, fósforo, y vitaminas A, B y E, son algunos de sus aportes. Sin contar el contenido proteico de las semillas, partícipes ellas de numerosas preparaciones. Ahora bien… ¿Qué pide a cambio el cayote? Apenas un clima que vaya de templado a cálido, y días de largo sol en los que prosperar. ¿Alta fertilidad? Ni tanto. Nuestro protagonista tolera suelos pobres en nutrientes. Lo que se dice, todo un gauchito.

Manos al dulce

Hecha la presentación pertinente, ¿qué tal si vamos directo a los bifes? En este caso, bien vale decir al dulce. Ese cuya receta aquí le compartimos.

  • Cayote (1 Kilo y ½)
  • Azúcar molida (750 gramos)
  • Canela (una ramita)
  • Jugo de una naranja o limón

Pele el cayote, quítele las semillas y córtelo en trozos irregulares. Enjuague las partes en agua fría y escúrralas. Luego, disponga una sartén honda o cazuela. Coloque en ella capaz alternadas de cayote y azúcar (incluso, puede incorporar la canela y el jugo de la naranja o limón. De lo contrario, puede reservar todo ello para el próximo paso). Deje reposar la preparación hasta el día siguiente, cosa de que los sabores se amalgamen. Transcurrido el tiempo, lleve la sartén a fuego lento. Si ha reservado la canela y el jugo del cítrico, incorpórelos en este momento. Continúe la cocción durante una hora u hora y media, hasta que el azúcar almibarada se funda con el fruto en un dulce espeso, hebroso (producto de la fibrosa textura de la pulpa) y transparente. El corte irregular del cayote hará que la textura final alterne las hebras resultantes con algún que otro sobreviviente trozo, dando mayor cuerpo a la preparación final.

¿Y ahora? A disfrutarlo nomás, con una lluviecita de nueces picadas, acompañando un quesillo de cabra (algo así como una versión norteño-cuyana del famoso postre vigilante), y hasta como relleno de panqueques y empanadillas dulces. ¡Qué mejor que arrancar el día con la energía del cayote! Chante una cucharada de dulce sobre la tostada, y verá como se despierta de un sopetón. Así es el cayote, sin medias tintas a la hora de endulzarle el paladar y el corazón. Eso sí, procure una servilleta. No vaya a ser que sus típicas hebras le jueguen una mala pasada en el primer mordiscón.