Copa Don Pedro, cosa de porteños

FOTOTECA

Capitalina hasta la nuez, la copa Don Pedro esconde aún el dulce misterio de su creación. El sabor perdura, y el mito también.

Porteña, porteñísima, tanto como el postre vigilante o el Imperial Ruso, esa es la copa Don Pedro, dueña de la sencillez de los grandes: una medida de whisky servida en vaso retacón, una bocha de helado de crema americana por encima, y unas nueces para rematar. Simple, simplísima, tanto como la cantina en la que supo servirse por primera vez. Una creación de la casa, vio… Aquella que paladeó la tanada asistente, y que acabó por imponerse como referente del lugar.

Desde Italia, con sabor

¿Qué lugar? Lo Prete, así se llamó esta cantina con futuro de gran restaurante gran, situada a sus anchas en la calle Luis Sáenz Peña, abarcando una numeración que iba del 739 al 749, entre la calle Chile y la avenida Independencia. Alta presencia la de Lo Prete, en pleno barrio de Monserrat, con su luminosa marquesina y las numerosas banderas que, a puro flameo, se posaban sobre ella. Alta pegada la de hermanos fundadores (Ángel, Vicente, Domingo y Miguel), italianos ellos, portadores del apellido que dio nombre a este mojón gastronómico porteño. Pues si en Lo Prete se comía bien, se postreaba aún mejor. Fue allí, en sus cocinas, que nació la famosa copa que hoy nos convoca, la copa Don Pedro. Tan mítica en su porteñidad que no podía menos que ostentar un origen y una historia digna de intrigas e incertezas, susceptible a versiones múltiples.

Pedro, en tu grato nombre

Veamos, hay quienes dicen que la copa Don Pedro es el fortuito resultado de un engaño: el de un asiduo cliente que, para que no ser visto por los presentes bebiendo un reiterado vasito de whisky después de cada comida, optó por camuflar la bebida con helado y un puñadito de nueces. ¿El nombre del caballero? ¡Pedro, cual otro!

Podría haber sido, de no ser por el hecho de que el propio Ángel Lo Prete se encargó de deslizar su versión: a decir de don Ángel, la copa Don Pedro fue una creación de Ferrari, Pedro Ferrari, colaborador del restaurante desde la década del ’30.

Sin embargo, otro Lo Prete aparecería en acción para enriquecer la curiosidad popular, ese fantástico boca a boca que alimenta historias y sucesos. Se trató del primo Pedro Lo Prete, aquel que, dicen que dicen, pudo haber sido responsable de tal dulce creación, con bautizo incluido.

Lo bueno, Lo Prete

El hecho es que el paso del tiempo lejos estuvo de arrojar mayores certezas. Por el contrario, el misterio sobre la copa Don Pedro creció a la par del fanatismo de los clientes de Lo Prete, a la par del propio Lo Prete. Allá por 1941, la antigua cantina se convirtió en un comedor de aquellos, llegando a contar en su haber con 140 camareros. ¡Imagine la concurrencia! Y lo cierto es que Lo Prete tenía con qué. Además de su exclusiva copa Don Pedro, este flor de restaurante bien podía jactarse de su artesana cocina: todo, absolutamente todo lo que se servía a la mesa, salvo el pan, era de elaboración propia. ¡Hasta los embutidos eran caseritos, caseritos!

Por lo que Lo Prete tuvo su merecido tiempo de gloria: actores, músicos, deportistas, políticos y demás celebridades de cuantos rubros imagine se daban cita allí para saciar su apetito…y para saborear el postre estrella.  ¿Qué si aún podemos paladearlo en su propia casa? Más de uno quisiera…Pero Lo Prete cerró sus puertas en 1988, y a salón vacío: se remató la maquinaria, el mobiliario, la vajilla.

Sólo una cosa se ha mantenido a salvo, sólo aquello que no ha sido víctima de subasta alguna. La autoría, la aún misteriosa autoría de la porteñísima copa Don Pedro. Menudo orgullo para este gigante dormido en la infinita memoria urbana. Pues el recuerdo continúa, y el mito también.