Nada de volutas ni balaustradas. Mucho menos mansardas o almohadillados. En tiempos en que el utilitarismo Le Corbusiano arribaba a suelo nacional para desempalagar el semblante porteño de tanta cáscara academicista, vaya si ingeniero constructor Walter Möll habría de encontrar su buen acople. Pues alzando la bandera del racionalismo (¡y bien alto que lo hizo!), el edificio Safico daría de qué hablar en la noctámbula avenida Corrientes. ¿Cómo? Ufanándose de ser la primera y más elevada torre de su especie.
Recalculando
Möll fue una especie de revolucionario por estos pagos, sí. Pero quienes dieron los primeros signos de rebeldía no fueron otros que los Weil, familia que, influenciada por los mandatos de la Escuela Bauhaus alemana durante sus viajes por tierra germana, mandó a construir el viejo y querido Safico. Palabras más, palabras menos, el primer edificio-torre racionalista de Buenos Aires. ¿Pero quiénes eran estos buenos mozos? Los Weil, así como otras tantas familias de negocios, jugaban fuerte en el comercio internacional de cereales. Claro que la famosa crisis económica norteamericana de 1930 los obligó a barajar y dar de nuevo (¡si así lo habrá sabido Macoco Álzaga y su gran Morocco en Nueva York!). Por lo que el mercado inmobiliario asomó como una alternativa segura, pero sobre la que habrían de trazar su buena proyección a futuro. Sí, empezando por otro estilo arquitectónico mucho más utilitario y no solo en cuanto a estética, sino en lo que al mucho más ágil proceso de construcción refería. Allí es cuando el suizo Walter Möll entra en acción, contratado por Pedro Weil en sociedad, la Sociedad Anónima Financiera y Comercial (SAFICO). Comenzaba entonces la obra homónima, aquella que se extendería por apenas dos años. Desde 1932 hasta 1934, año en el que Safico fue inaugurado
Completito, completito
Con acceso por avenida Corrientes Nº 456, el Safico tiene 26 pisos y alcanza una altura de 90 metros. ¿Su marca registrada? La simetría, dada por un eje central. Así como la pirámide escalonada que lo remata. Y tras la eficiencia de su fachada revestida en mármol travertino, el no menos estricto funcionamiento de las agencias de noticias que allí se desenvolvían. En su mayoría, agencias extranjeras que encontraron en las oficinas del Safico su mejor sede en Buenos Aires. Claro que Pedro Weil también procuró que el edificio tuviera viviendas, y que funcione además como un hotel apartamento. De modo que mobiliario y vajilla no fue un asunto librado al azar, sino que contaron con diseño exclusivo; perchas incluidas. Y como otro gran detalle de comodidad, el Safico fue concebido con cocheras. ¿Acaso la fiebre automotriz no habría de llegar al fin a Buenos Aires? Puntito para el Safico por sobre el Kavanagh, su “rival” contemporáneo en materia racionalista, dado que no disponía de cocheras. Eso sí, si de pesos pesados hablamos, el mayor competidor del Safico tal vez haya sido el Comega. Situado en Corrientes y Alem, con tanta cercanía vaya si intimidaba…
Alto en el cielo
Sin embargo, el Safico era el Safico. Con oficinas, viviendas y cocheras. Haciendo las veces de hotel apartamento, también. E incluso, con una perlita más. Tuvo el Safico el primer tríplex de Buenos Aires, presente en los pisos 23, 34 y 25. ¿Para cualquiera? No. ¡Imagine lo que era ver desde allí una Buenos Aires para entonces rendida a los pies! Cuando unos pocos edificios copaban las alturas y el horizonte porteño era, en las cuatro direcciones, cielo abierto. Toda una invitación al deleite, la contemplación y la inspiración. ¿No es cierto? Así lo fue para el poeta chileno Pablo Neruda, quien se alojó en el lujoso tríplex, durante sus tiempos de vicecónsul. Y también para uno de sus invitados más especiales, Federico García Lorca, quien también vivió en Buenos Aires bajo el cobijo del hotel Castelar, en la Avenida de Mayo. De arteria en arteria iba el poeta, mientras Corrientes cambiaba su rango de la mano del ensanche que vivió entre 1932 y 1938. De modo que el Safico se iba para arriba a la par que la calle que nunca duerme ganaba terreno a un lado y al otro. Por cuanto su presencia supo inaugurar, en cierta manera, la avenida que aún lo encuentra de pie.
¿Será que en la París de Sudamérica el Safico asoma acaso como una pizquita de Nueva York? Tan porteño como esta querida ciudad, su historia y presencia es, al fin, fiel testigo de la Babel arquitectónica por la que Buenos Aires no es otra que Buenos Aires. Y que, también mirada arriba, vaya si siempre dan ganas de volver a ver.