En una Buenos Aires sin Obelisco y de modesta infraestructura hotelera, el hotel Castelar sacó a relucir sus cuatro estrellas. Situado sobre la flamante Avenida de Mayo (¿dónde más sino?), lejos estuvo de achicarse frente a los esplendorosos Plaza y Alvear, pues él tenía lo suyo. Tenía sus escaleras y zócalos de mármol italiano, su coqueta puerta giratoria y las comodidades dignas de un hotel de lujo. Pero por sobre todas las cosas, aunque sin saberlo aún, el hotel Castelar tendría historia. Su impoluta presencia, a metros de la 9 de Julio, así lo testifica. Adelante, es más que bienvenido.
Manos al gigante
La gran inauguración gran ocurrió el 9 de noviembre de 1929, con la presencia del intendente de turno incluida. El cerebro de la criatura fue don Francisco Piaccaluga, un republicano viejo que no tuvo mejor idea que bautizar al hotel con el nombre del primer presidente de la República Española: Emilio Castelar y Ripoll. Sólo que las manos que lo concibieron como tal no han sido más que las de un conocido de la casa…y hasta de la propia avenida: el italiano Mario Palanti, autor del Palacio Barolo. El arquitecto Palanti hizo los planos y el ingeniero José Pizone se encargó de la construcción propiamente dicha. Esa que, por cierto, no estuvo exenta de inconvenientes. Siguiendo la misma suerte que la Galería Güemes, el hotel Castelar vivió la desgracia de perder el cargamento de mármol procedente de Italia en las aguas del Atlántico. Apenas una piedra en el camino de este gigante.
Pionero
Y cuando hablamos de gigante, no a las meras dimensiones nos referimos. No, no. El hotel Castelar marcó diferencias en su rubro cómo sólo los grandes saben hacerlo. El muy innovador pateó el tablero de lo hasta entonces conocido, y se despachó con sus buenas nuevas. Siguiendo la línea de los grandes hoteles, todas sus habitaciones poseían baño privado en su interior; al tiempo que el subsuelo albergó un comedor refrigerado nunca visto para la época. Un sistema de cañerías por las que circulaba agua helada era el responsable de bajar la temperatura ambiente a seis grados. Claro que la historia es bien distinta hoy, habida cuenta de que, como se dice, se ha dado vuelta la tortilla: el refrigerado comedor dio paso a un spa de mujeres, con sauna y baño finlandés incluido. Lindo para sudar la gota gorda… ¿Hombres? ¡Claro que el hotel Castelar no se olvidó de ustedes? En él funcionó el primer spa masculino de la ciudad, inaugurado en 1955.
Mundo subterráneo
El hecho es que las profundidades del hotel Castelar tuvieron mucho más para ofrecer. Antes de que el spa masculino fuese una realidad, el segundo subsuelo (por debajo de la novedosa confitería) vio pasar artistas a mansalva, y no para tomar baño alguno. Allí funcionó la peña Signo, tan cercana a la archiconocida peña del Tortoni como disminuida en su recuerdo. Claro que lejos estuvo de pasar desapercibida: abierta en 1932, tuvo su buena y merecida fama. El maestro Jorge Luis Borges, el poeta Olivero Girondo y hasta el mismísimo Raúl Soldi (¿lo recuerda? El “resucitador” de la cúpula del Teatro Colón, original del pintor Marcel Jambon) fueron algunos de los caballeros que por ella desfilaron; y las damas no se quedaron atrás. Escritoras como Norah Lange lograron abrirse espacio entre tanta masculinidad, y hacer oír la voz femenina sin miradas de reojo, a pura confraternidad.
Huésped ilustre
¿Qué si había lugar para la música? Desde luego que sí: el tango era amo y señor. Aunque no sólo de baile iba el asunto. Desde 1933, el segundo subsuelo fue escenario de transmisión de la radio Stentor, aquella en cuyo aire solía leer poesía uno de los más recurrentes habitué de Signo, y el más recordado huésped del hotel Castelar: Federico García Lorca. Fue en aquel año ‘33 que el bueno de Lorca arribó a Buenos Aires, invitado para presentar sus “Bodas de sangre” sobre las tablas porteñas, de la mano de Lola Membrives. ¿Por cuánto tiempo? Treinta días, que bien pudieron ser dos meses…por qué no tres…y quien dice tres…Federico García Lorca se quedó seis meses en nuestra Buenos Aires querida, pues tanto así la quiso él también.
Mi Castelar querido
De octubre a marzo, el poeta español se enamoró de la Avenida de Mayo, de su gente, de los encuentros en el segundo subsuelo del hotel Castelar, de las amistades cultivadas… ¡fue aquí conoció a su gran amigo Pablo Neruda!, a Alfonsina Storni, a Victoria Ocampo… Y fue aquí que escribió gran parte de “Yerma”. ¿Cuánto de ella en la habitación 704 del hotel Castelar? Quien sabe… Lo que sí se sabe es que nadie más habitó ese cuarto hoy devenido en museo. Nadie más que la memoria viva de Federico García Lorca, presente en objetos y mobiliario, así como el propio hotel Castelar en su integridad e historia toda.